Por A Lady
Para el 2015 la generación de películas de terror gringas pintaba dar, por lo menos, uno o, si nos iba bastante bien, dos productos más que interesantes. Sólo en 2014 It Follows y Unfriended refrescaron el inventario de elementos narrativos y visuales del género más vilipendiado por los intereses comerciales de los estudios y sugerían la idea de que el cine de terror se vería beneficiado en el futuro del trabajo cuidadoso e inteligente de directores y guionistas con verdaderas propuestas en mente y no sólo con pretextos mequetrefes para aventar sangre o sacar al monstruo/asesino/demonio/criatura correspondiente con la mera intención de que el espectador no tenga que pensar en nada durante las dos horas que dure la película, que tratar de la presencia del verdadero horror en la vida humana, el cual pocas veces se encuentra en los lugares comunes del género.
Pocas películas me han provocado tanta expectativa y me han hecho el tiempo de espera para el estreno tan tortuoso como The Witch. Esto se debe principalemente a dos razones: mi interés por el tema de la brujería y el haber visto el trailer meses antes del estreno en México. El estreno en este país fue continuamente aplazado, según esto, por dificultades con los distribuidores, pero algo me hace suponer que no sólo los aspectos administrativos actuaron sobre estos cambios de fecha, sino que los cines pudieron no estar seguros si el contenido de la película pudiera traerles problemas y disconformidades con algunos clientes en un lugar aún tan ciegamente católico como México, especialmente gran parte del público que consume películas de espanto. En cuanto al trailer, éste parecía anunciar, por lo menos, imágenes muy distintas a las que se acostumbra encontrar en cualquier película de terror dominguera y, en el mejor de los casos, un enfoque visual remotamente apartado de la obviedad de la mayoría de los filmes sobre entes sobrenaturales.
Es curioso que, si bien hay un gran número de filmes sobre entes demoniacos intangibles, díganse demonios, el número de películas en torno a la brujas y sus prácticas son, en comparación, escasas; el pináculo temprano es la inmortal Häxan de Benjamin Christensen, The Devil Rides Out de Terence Fisher fue un producto de su tiempo (a veces involuntariamente cómico) y hecho justo en el mismo año (1968) que Witchfinder General de Michael Reeves, que trató el tema con más perspectiva histórica, Dario Argento hizo lo suyo con la trilogia de Le tre madri y también Mario Bava con La maschera del demonio y, en los últimos años 20 años, The Blair Witch Project y The Conjuring han sido las películas estéticamente más exitosas que han encontrado inspiración en este tema. The Witch es, probablemente, la primera película después de Häxan que pretende excavar más en fuentes históricas sobre la brujería que confiar en la efectividad de la imaginación. La película acepta al final que los poderes sobrenaturales existen, pero el trayecto de una mujer, especialmente una mujer joven, con potencial satánico es sugerentemente descrito como factor determinante para tomar esa última decisión de firmar el libro de la Bestia.
La película inicia con el juicio que el pueblo de peregrinos mugrosos, aparentemente no hace mucho llegados de Inglaterra, le hacen al aún más mugroso William, padre de Thomasin, quien es la dama en cuestión. En ningún momento se aclara la razón por la que William se destierra voluntariamente de la comunidad junto con toda su familia y se asienta en una choza a las orillas del bosque; el orgullo se insinúa repetidas veces como la causa de los problemas de William y es probable que los demás peregrinos hayan considerado su fanatismo religioso una molestia y/o un impedimento para la buena convivencia. Con todo, William demuestra en varias partes de la trama que este mismo orgullo lo lleva a callar verdades, aun sabiendo que esto será en perjuicio de su hija mayor. El hecho de que estos problemas vengan directamente de los reproches de la madre de Thomasin dice aún más: cualquier vago y mínimo descuido por parte de ella merece un regaño y es claro que es ella quien cumple la función (además de la de niñera, lavandera, chacha y campesina) de cabeza de turco cuando, entre la confusión, recibe gritos simultáneos de padre y madre para ser silenciada y aceptar su culpa infundada. La mujer joven tiene en este ambiente familiar un futuro inexistente, ya que su educación es basada en la culpa y en la idea de que el ser humano es prácticamente un desecho indigno de la creación del dios cristiano, del mundo. La alternativa que Lucifer le ofrece a Thomasin significa la vida, la libertad sólo refrenada y condicionada por él mismo.
Esto último es la justificación de la escena en la que Samuel, el bebé, es sacrificado por la bruja del bosque. Si bien la escena no es gráfica en sentido grotesco, la secuencia es de un impacto considerable y sus encuadres ayudan a aceptar el hecho de que hasta las acciones más aberrantes pueden ser representadas con belleza. Nunca había visto una escena tan bien lograda de un lactante siendo víctima del satanismo desde aquella en Häxan en la que un bebé es arrojado a un caldero. Otra escena que desconcierta la construyen las últimas palabras de Caleb antes de morir. Pareciera que él mismo pudiera estar hablándole a Jesús, quien viene a rescatarlo del hechizo de la bruja, pero los ademanes amanerados de sus manos y la afectación de su entonación apuntan a una farsa, una burla de las palabras que pronuncia, como si muriera con una mofa a la posibilidad de ser salvado o de ser digno de misericordia divina.
Mención aparte merecen los gemelos y sus canciones-invocaciones a Black Philipp. Saber a dónde fueron a dar ese par de niños poseídos no es algo que el espectador promedio desee saber y el guión inteligentemente evita dar una respuesta no pedida. Cada quien puede imaginarse lo que su cabeza le dé; en todo caso, no es un lugar paradisiaco. La relación que se hace aquí entre la capacidad de ser un medio del mal y el ser un infante se trata de manera más elegante que en otros cientos de películas en las que un niño es la semilla del mismísimo, la más conocida siendo The Omen. El asunto es aún más escabroso si se considera que aquí se trata de gemelos, como dualidad casi ritual y mítica, visible en muchas imágenes de brujería.
Una de las presencias más pertubadoras en la película es la de los animales, que a veces no lo son realmente. Las cabras, perro y caballo están enterados de lo que sucede en la ¿granja? y de qué se esconde debajo de la imagen de ese macho cabrío negro y esa liebre que los visita. La mitad del horizonte es ocupada por la figura de los primeros árboles del bosque y es justo esta fuerza imponente e imbatible que representa la naturaleza ante las creencias dogmáticas y culpabilizadoras contra el humano lo que en realidad constituye a la fuerza del mal, a la tierra desconocida y fuera de contacto con el humano mismo; las únicas criaturas que, al final, logran saborear esa naturaleza y sus dones de libertad (maligna, pero libertad a fin de cuentas) son las mujeres del diablo, las que "han probado el sabor de la mantequilla".
Hacía tiempo que el horror gringo, y el mundial, no presentaba temas tan potentes y situaciones tan aberrantes, y rara vez se han configurado estas aberraciones con tanta belleza.
Otras impresiones:
1. Lo que evita que esta película se perfecta es, principalmente, su duración y algunas cosas que no acaban de conectar con respecto al par bien-mal. No me importa.
2. Thomasin se me hace un nombre hermoso.
3. En el cine mucha gente se salía de la sala a media película porque se les hacía muy violento lo que estaban viendo. Más bien, creo que les era agresivo. Pero ni La rosa de Guadalupe ni las mutilaciones del narco en el periódico, ni las encueradas del Gráfico se les hacen agresivas ni ofensivas: ironías de la vida.
4. Sangre saliendo de la ubre de la cabra en vez de leche. Total, soy intolerante a la lactosa.
4½ / 5
Para el 2015 la generación de películas de terror gringas pintaba dar, por lo menos, uno o, si nos iba bastante bien, dos productos más que interesantes. Sólo en 2014 It Follows y Unfriended refrescaron el inventario de elementos narrativos y visuales del género más vilipendiado por los intereses comerciales de los estudios y sugerían la idea de que el cine de terror se vería beneficiado en el futuro del trabajo cuidadoso e inteligente de directores y guionistas con verdaderas propuestas en mente y no sólo con pretextos mequetrefes para aventar sangre o sacar al monstruo/asesino/demonio/criatura correspondiente con la mera intención de que el espectador no tenga que pensar en nada durante las dos horas que dure la película, que tratar de la presencia del verdadero horror en la vida humana, el cual pocas veces se encuentra en los lugares comunes del género.
Pocas películas me han provocado tanta expectativa y me han hecho el tiempo de espera para el estreno tan tortuoso como The Witch. Esto se debe principalemente a dos razones: mi interés por el tema de la brujería y el haber visto el trailer meses antes del estreno en México. El estreno en este país fue continuamente aplazado, según esto, por dificultades con los distribuidores, pero algo me hace suponer que no sólo los aspectos administrativos actuaron sobre estos cambios de fecha, sino que los cines pudieron no estar seguros si el contenido de la película pudiera traerles problemas y disconformidades con algunos clientes en un lugar aún tan ciegamente católico como México, especialmente gran parte del público que consume películas de espanto. En cuanto al trailer, éste parecía anunciar, por lo menos, imágenes muy distintas a las que se acostumbra encontrar en cualquier película de terror dominguera y, en el mejor de los casos, un enfoque visual remotamente apartado de la obviedad de la mayoría de los filmes sobre entes sobrenaturales.
Es curioso que, si bien hay un gran número de filmes sobre entes demoniacos intangibles, díganse demonios, el número de películas en torno a la brujas y sus prácticas son, en comparación, escasas; el pináculo temprano es la inmortal Häxan de Benjamin Christensen, The Devil Rides Out de Terence Fisher fue un producto de su tiempo (a veces involuntariamente cómico) y hecho justo en el mismo año (1968) que Witchfinder General de Michael Reeves, que trató el tema con más perspectiva histórica, Dario Argento hizo lo suyo con la trilogia de Le tre madri y también Mario Bava con La maschera del demonio y, en los últimos años 20 años, The Blair Witch Project y The Conjuring han sido las películas estéticamente más exitosas que han encontrado inspiración en este tema. The Witch es, probablemente, la primera película después de Häxan que pretende excavar más en fuentes históricas sobre la brujería que confiar en la efectividad de la imaginación. La película acepta al final que los poderes sobrenaturales existen, pero el trayecto de una mujer, especialmente una mujer joven, con potencial satánico es sugerentemente descrito como factor determinante para tomar esa última decisión de firmar el libro de la Bestia.
La película inicia con el juicio que el pueblo de peregrinos mugrosos, aparentemente no hace mucho llegados de Inglaterra, le hacen al aún más mugroso William, padre de Thomasin, quien es la dama en cuestión. En ningún momento se aclara la razón por la que William se destierra voluntariamente de la comunidad junto con toda su familia y se asienta en una choza a las orillas del bosque; el orgullo se insinúa repetidas veces como la causa de los problemas de William y es probable que los demás peregrinos hayan considerado su fanatismo religioso una molestia y/o un impedimento para la buena convivencia. Con todo, William demuestra en varias partes de la trama que este mismo orgullo lo lleva a callar verdades, aun sabiendo que esto será en perjuicio de su hija mayor. El hecho de que estos problemas vengan directamente de los reproches de la madre de Thomasin dice aún más: cualquier vago y mínimo descuido por parte de ella merece un regaño y es claro que es ella quien cumple la función (además de la de niñera, lavandera, chacha y campesina) de cabeza de turco cuando, entre la confusión, recibe gritos simultáneos de padre y madre para ser silenciada y aceptar su culpa infundada. La mujer joven tiene en este ambiente familiar un futuro inexistente, ya que su educación es basada en la culpa y en la idea de que el ser humano es prácticamente un desecho indigno de la creación del dios cristiano, del mundo. La alternativa que Lucifer le ofrece a Thomasin significa la vida, la libertad sólo refrenada y condicionada por él mismo.
Esto último es la justificación de la escena en la que Samuel, el bebé, es sacrificado por la bruja del bosque. Si bien la escena no es gráfica en sentido grotesco, la secuencia es de un impacto considerable y sus encuadres ayudan a aceptar el hecho de que hasta las acciones más aberrantes pueden ser representadas con belleza. Nunca había visto una escena tan bien lograda de un lactante siendo víctima del satanismo desde aquella en Häxan en la que un bebé es arrojado a un caldero. Otra escena que desconcierta la construyen las últimas palabras de Caleb antes de morir. Pareciera que él mismo pudiera estar hablándole a Jesús, quien viene a rescatarlo del hechizo de la bruja, pero los ademanes amanerados de sus manos y la afectación de su entonación apuntan a una farsa, una burla de las palabras que pronuncia, como si muriera con una mofa a la posibilidad de ser salvado o de ser digno de misericordia divina.
Mención aparte merecen los gemelos y sus canciones-invocaciones a Black Philipp. Saber a dónde fueron a dar ese par de niños poseídos no es algo que el espectador promedio desee saber y el guión inteligentemente evita dar una respuesta no pedida. Cada quien puede imaginarse lo que su cabeza le dé; en todo caso, no es un lugar paradisiaco. La relación que se hace aquí entre la capacidad de ser un medio del mal y el ser un infante se trata de manera más elegante que en otros cientos de películas en las que un niño es la semilla del mismísimo, la más conocida siendo The Omen. El asunto es aún más escabroso si se considera que aquí se trata de gemelos, como dualidad casi ritual y mítica, visible en muchas imágenes de brujería.
Una de las presencias más pertubadoras en la película es la de los animales, que a veces no lo son realmente. Las cabras, perro y caballo están enterados de lo que sucede en la ¿granja? y de qué se esconde debajo de la imagen de ese macho cabrío negro y esa liebre que los visita. La mitad del horizonte es ocupada por la figura de los primeros árboles del bosque y es justo esta fuerza imponente e imbatible que representa la naturaleza ante las creencias dogmáticas y culpabilizadoras contra el humano lo que en realidad constituye a la fuerza del mal, a la tierra desconocida y fuera de contacto con el humano mismo; las únicas criaturas que, al final, logran saborear esa naturaleza y sus dones de libertad (maligna, pero libertad a fin de cuentas) son las mujeres del diablo, las que "han probado el sabor de la mantequilla".
Hacía tiempo que el horror gringo, y el mundial, no presentaba temas tan potentes y situaciones tan aberrantes, y rara vez se han configurado estas aberraciones con tanta belleza.
Otras impresiones:
1. Lo que evita que esta película se perfecta es, principalmente, su duración y algunas cosas que no acaban de conectar con respecto al par bien-mal. No me importa.
2. Thomasin se me hace un nombre hermoso.
3. En el cine mucha gente se salía de la sala a media película porque se les hacía muy violento lo que estaban viendo. Más bien, creo que les era agresivo. Pero ni La rosa de Guadalupe ni las mutilaciones del narco en el periódico, ni las encueradas del Gráfico se les hacen agresivas ni ofensivas: ironías de la vida.
4. Sangre saliendo de la ubre de la cabra en vez de leche. Total, soy intolerante a la lactosa.
4½ / 5