martes, 25 de agosto de 2015

Big Night (1996) / Dir. Campbell Scott & Stanley Tucci

Por A Lady

Muchas de las buenas películas sobre comida que he visto se desarrollan en un ambiente pequeño. Debo explicarme con más detalle: ninguna de las películas de este ciclo (con excepción de Willy Wonka and the Chocolate Factory) desarrolla su argumento en un espacio físico muy amplio; ya sea en una cocina doméstica en México o Dinamarca de principios del s. XX, en un modesta fonda de ramen en Japón o en una restaurante lujoso oprimido por el pobre gusto de un tirano, la preparación religiosamente minuciosa de los alimentos acontece siempre entre cuatro paredes y con pocas presencias humanas, ya que en ellas la multitud es sinónimo de descontrol, de caos, de pérdida de esencia. Justo este aspecto del bien cocinar es en el que se concentra Big Night, una película que ha pasado casi totalmente desapercibida desde su estreno en 1996 y realizada por el mayoritariamente actor Stanley Tucci y su primo Campbell Scott. Es una película independiente y "pequeña" en términos de presupuesto y de enfoque espacial, pero la profundidad de su exposición es una de las más maravillosas que yo sepa el cine ha ofrecido sobre el tema de lo que nos llevamos a la boca (con fines gastrónomicos).
Poco después del inicio hay una escena en el que un matrimonio de gringos de los 50's son los únicos comensales en el restaurante italiano de los hermanos emigrados y no llamados por casualidad Primo y Secondo (la interacción entre ambos puede entenderse como una secuencia de pasos, de requerimientos, y tal vez de jerarquía, en la elaboración, apreciación y administración de la comida) y es, a la vez, chusco y cagante ver cómo los gringos a güevo quieren mezclar con espagueti (para ellos esta pasta es la guarnición obligatoria de) todo aquel platillo que en sus mentes tenga pinta de italiano, sin importarles que lo único que consigan con esto es embutirse cantidades absurdas de carbohidratos. Desde aquí la película empieza a dejar en claro su punto: Primo y Secondo, con la esperanza de alcanzar su american dream y manejar un Cadillac, llevan a USA toda su fuerza creativa y obsesión aplicada a la cocina de su país natal. Si bien mencioné que su interacción es por demás positivamente complementaria, las aspiraciones de cada uno, en su esencia, no podrían ser más distintas. Mientras Secondo, el hermano menor, desea convertirse en un restaurantero exitoso y amasar fortuna, Primo está mucho más preocupado en cosas más cotidianas, pero no menos relevantes: poder hablarle a la florista gringa que le gusta y seguir cocinando con el mayor respeto al conocimiento de la preparación y el consumo de los alimentos. Primo es el poseedor de la obsesión artística; Secondo, el businessman con limitado atrevimiento, pero, para su desgracia, con demasiado respeto de lo bien hecho y poco inclinado al autoengaño. Como se intuye del posible efecto que estos dos factores podrían producir, su sueño americano es uno fallido. Una de las escenas más humanas de todo el filme es la toma final: los hermanos sentados, desayunando y con la certeza de que, muy probablemente, su vida en el nuevo país haya terminado ya con su esperanza de prosperidad.
Aún así, este "fracaso" es en realidad una victoria frente al engendro que les salió en el camino gringo: la mutilación sin escrúpulos de una tradición gastrónomica (la italiana) con el único fin de hacer mucho varo dándole a cierta gente de comer lo que le apetece, a gente que no espera un ritual histórico, multisensorial e incluso didáctico a la hora de comer, sino una simple satisfacción de muy repetitivos apetitos basados en la cerrazón, cuyo única exigencia es que se corresponda totalmente a sus expectativas. Comer con un superior desprecio a la creatividad, a la historia, a la diversidad y al proceso cognitivo en general. Pascal, el restaurantero exitoso de la esquina, es el personaje que satisface estas necesidades (porque, siendo sinceros, alguien se las tiene que satisfacer y, por lo regular, hace bastante dinero alimentando a la gente con basura), sin embargo, su prosperidad no va más allá de lo económico: su esposa, una lacónica y esplendorosa Isabella Rossellini, es un ejemplar perfecto de la trophy wife, la cual prefiere coger por las tardes con Secondo (la vida) a pasar las noches encerrada en el restaurante italo-americano de su chaparro marido.
Una de las secuencias inolvidables del film es la de la cena y sus tiempos. Desde la cálida convivencia del aperitivo coqueto para hacer hambre (algo que en la actualidad es difícil de experimentar si tus comensales acompañantes tienen un celular a la mano), pasando por la sopa, los primeros: tres tipos de rissotto (una de las cosas más exquisitas que he visto en pantalla) y una invención soberbia e impasible que fue bautizada timpano (como el estudio independiente de Tucci y Scott), los segundos y, finalmente y con su debida démora entre sí y los segundos, lo dulce, que, literalmente, se esfuma en el aire. La felicidad en los rostros de los comensales y sus ganas de bailar y de besar gente son el reflejo del efecto interior de lo que están degustando, sintiendo, con mayor o menor grado de consciencia, que al comer eso que los hermanos han preparado para ellos, están haciendo un acto de amor hacia ellos mismos y perciben la necesidad de irradiarlo en su entorno. Ese sentimiento después de una comida gloriosa lo resumen tres de las mejores líneas del guión, hecho también por Tucci y Scott. Una la dice la Rossellini al agredecer con semblante serio y en futuro: "Thank you for the best dinner I will problaly ever have"; la otra dicha por una comensal de la cena estelar, llorando por el recuerdo: "My mother was such a terrible cook"; la tercera dicha por Primo, al refererise justo a lo que te queda por hacer al terminar una cena insuperable (y muy cercana en esto a Babettes gæstebud): "You have to kill yourself after you eat it because you can't live! To eat good food is to be close to God".

Otras impresiones:
1. En 1996 en mi pueblo provinciano del Golfo de México, Marc Anthony era ya una superestrella de la salsa; en USA sólo le daban papeles de mesero sin diálogos.
2. Otro aspecto de cocinar con ética: ayudar, dar al que no tiene o no conoce.
3. Mi Spotify tiene ya como 59873 reproducciones de Mambo Italiano de Rosemary Clooney.
4. Las cenas, los pocos amigos, la noche.
5. Cuando quieren, los italianos son los únicos e insuperables sex symbols del mundo. Punto.

4½ / 5

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