martes, 4 de agosto de 2015

Tampopo [タンポポ] (1985) / Dir. Juzo Itami

Por Keith Nash
 

En Japón todo es perfectible. Organización, orden y limpieza son las primeras palabras que de la mente surgen al pensar en la cultura nipona. Es el Japón de 1985, la apertura al mundo está hecha, el hermetismo legendario ha quedado un tanto de lado, se presenta así, bajo este recién estrenado contexto, una película con elementos meramente occidentales el llamado first japanese noddle western pero que logra mantener una esencia cultural propia, su particular sello, que es el alto compromiso japonés con la perfección, la cual se busca por medio del método, la constancia y la práctica rigurosa; hay que preparar ramen perfectos y también hay que comerlos en modo magistral; nada es dejado al azar. Tampopo es un tratado, un instructivo, una guía, que bien podría llevar por título Ramen for Dummies.

La complejidad de lo sencillo:
Con una historia desangelada, cursi, con lugares comunes y una pelea a puños más digna de una película de Capulina que de un film de talla y reconocimiento internacional, Tampopo escapa de la cartelera de domingos por la mañana en cine del Once, para proyectarse como ganadora de premios internacionales, , curiosamente no por la historia de Tampopo y Goro, sino por las pequeñas historias, estos flashes o paréntesis que la película va presentando, es ahí donde la historia cobra sabor, donde alcanza el horario estelar. Las premisas de esta viñetas son de una exquisitez divina, parecidos en ciertas ocasiones a happenings, corriente artística muy de moda en occidente por aquellos tiempos, nos van presentando temáticas y escenas relacionadas siempre con la comida de una brillantez enorme; tópicos meramente mundanos o sumamente complejos, nos va dando pie para hacer una profunda reflexión acerca de la comida y sus entornos.
El erotismo gastronómico, se come con todos los sentidos y para todos los fines, demuestran estas viñetas que la mesa es también alta cultura, que un paladar conocedor puede ser tan digno de asombro y respeto como cualquier otro atributo intelectual, del mismo modo nos muestran que en el acto sexual la comida puede ser el ingrediente perfecto para hacer de un cuerpo femenino (ya de por si suculento) un manjar de inimaginables delicias, basta un poco de sal y limón en la zona erógena adecuada o un río de miel recorriendo los labios y los dedos cándidos encendidos para que la petit mort sea además también una exquisite mort.
Otro de los conceptos que más llamaron mi atención es el énfasis mostrado en hacer notar la responsabilidad del consumidor como tal, es tan importante el que cocina como el que degusta, la comida, en su gran mayoría, no está hecha para chefs, si no para comensales ávidos, es nuestro deber exigirnos más frente a la mesa y los platillos, no permitirnos simplemente expulsar de nuestros cuerpos el hambre y la sed, hay también que saciar a los demás sentidos, tal vez empezando por la vista sin dejar a ninguno de los otros por detrás. De esto se me ocurre algo: de la vista nace el amor y no hay acto más real de auto-amor que el de alimentarnos para continuar bien viviendo.


Impresiones irrelevantes:
1. Se nota que Tampopo nunca ha comido pozole en una feria de pueblo, quien, de nosotros, se iba a desmayar viendo esa suculenta cabeza de cerdo digna de decorar el más ufano de los puestos en la más elegante fiesta de pueblo.
2. Tampopo, aunque se vista de seda, Tampopo se queda. Me dio risa que cuando le hicieron su xtreme makeover. Se veía igualita.
3. El choque cultural de sorber.
4. “My last movie is starting”: las últimas palabras del caballero del traje color hueso, para ponerse de pie y aplaudir.


 

Por A Lady

Una de las cosas que me parecen más logradas de esta inusual película japonesa es la capacidad para hacer que el espectador descubra la gran complejidad que yace en el hecho de comer. Lo cotidiano del comer y el cocinar está presente en la trama de la historia lineal de los esfuerzos de Tampopo por hacer un ramen medianamente decente, ambición que pronto se vuelve una obsesión, un fetiche: el deseo de alcanzar un grado de perfecta autosatisfacción mediante la combinación perfectible de detalles únicos. Si se sigue este intento de definición, la gastronomía y el buen comer pueden entenderse también como un fetiche. Alimentarse es en sí la satisfacción de una necesidad primaria, pero la gastronomía (con la aplicación de la creatividad a procesos que, en principio, podrían ser primitivos) no obedece a otro objetivo que el de otorgar placer a través de combinaciones y rituales en extremo específicos. Desde los amantes que ejemplifican de la forma más clara esta utilidad secundaria de la comida hasta la doña que abusa físicamente de los abarrotes, esta película ofrece muestras más que hermosas de la necesidad artística de los seres humanos.
Otras de las viñetas hacen que este film resulte una creación inusual dentro de una tradición de cine japonés muy marcada por las obras de los directores activos en los 40's y 50's (Kurosawa, Ozu, Mizoguchi): la escena de la comida de negocios, en la que un godín cualquiera acaba siendo un comensal gourmet de la cocina francesa y, por lo tanto, implica una ofensa directa a instancias laborales superiores en rango, o el grupo de ñoras japonesas que aprenden a comer spaghetti de la manera más discreta (¿más nipona?) posible y terminan, por fortuna, optando por querer conocer una manera nueva de ingerir y vencer la rigidez que la tradición establecida de toda cultura presupone. No por nada Itami fue atacado por yakuzas después de haber hecho un filme donde se burlaba de ellos. La comedia como género elegido es ya una divergencia de los usos cinematográficos de su país y el reparto de personajes variopintos denotan una riqueza, digamos, internacional.
Tampopo es una película que reboza de sensualidad y de celebraciones a la variedad, al placer de poder embellecer un acto de mera subsistencia y de enriquecerlo con una infinidad de imaginaciones capaces.

Otras impresiones:
1. Tanto ramen sabroso y yo que empecé dieta hoy.
2. La escena de la tortuga me impresionó y creo que es también un signo de que la película proviene de una cultura no occidental y de otro generación distinta a la actual. Pocos directores se arriesgarían hoy a matar a una tortuga en una película o incluso sólo a insinuar su utilización culinaria.
3. Quiero tomar un curso de pasar yemas de huevo de boca a boca. No sé de qué sirva, pero seguro en algún momento de la vida será útil.


4½ / 5

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