domingo, 23 de agosto de 2015

Como agua para chocolate (1993) / Dir. Alfonso Aráu

Por A Lady

Como agua para chocolate es una de esas películas que mis padres veían con gusto y trataban de cachar en la programación de Televisa cada vez que era anunciada. Sorprendentemente, la versión que la televisora transmitía era la versión original íntegra de 123 min., la cual ha sido hoy día sustituida en la distribución comercial por el corte internacional horrendamente editado. Mi capacidad adquisitiva de nuevo adulto se dio demasiado tarde para adquirir una copia de la versión larga del filme, por lo que trataré de valerme de la versión recién revisitada (la horrenda) y de las escenas que mi memoria, siempre traicionera, más o menos conservó a lo largo de los años.
Me es ahora entendible por qué el libro de Laura Esquivel ha sido, más allá de sus méritos y defectos literarios, un caso ejemplar para la traducción interlingüística, y la traducción intermedial (esta película) no está exenta de los mismos procesos de traslado: la historia y sus realia de gastronomía y cultura doméstica mexicana son atractivos en sí por resultar exóticos o familiares a los receptores potenciales y es, de esta manera, fácilmente comprensible que el corte para distribución internacional (105 min.) sea, en su mayoría, un collage de escenas a veces inconexas enfocadas a mostrar el encanto extravagante de los guisos y remedios caseros que en la imaginación de Esquivel corresponden al norte de México de finales del s. XIX. Los traductores de todos los idiomas en los que se ha vertido este libro han sufrido inmensidades al trasladarlo (existen estudios descriptivos sobre las diferentes propuestas de traducción del habla de Chencha y de la terminología culinaria de México a diferentes idiomas); en el cine, sin embargo, el espectador la tiene mucho más fácil, ya que el encuentro con la cultura de salida (la mexicana) es mediada por una edición que subestima a su receptor y lo hace un receptor pasivo al mostrarle sólo las escenas que no podrían ser rated-R, sino, en el peor de los casos, PG-13. Curiosamente, las escenas eliminadas son las que más recuerdo de mi infancia: cuando Mamá Elena sale, escopeta en mano, a enfrentar a un grupo de revolucionarios que, sin que ella lo sepa, van comandados por Juan, el raptor y amante de su hija Gertrudis, y les advierte que tiene "muy buena puntería y muy mal carácter"; cuando el Dr. Brown le acomoda a Tita la nariz que Mamá Elena le había dislocado de un cucharazo de madera; cuando Tita, que no quiere hablar, escribe en la pared del laboratorio del Dr. Brown que la razón de por qué no habla es: "Porque no quiero"; cuando Chencha urde una mentira monumental, yendo de un lado para otro de la frontera entre México y USA, para no tener que decirle a Mamá Elena que Tita jamás regresará al rancho por orgullo y, en vez, le inventa que la niña Tita se había vuelto pordiosera; cuando Mamá Elena sobrevive a la violación de los revolucionarios y queda paralítica y a merced de los alimentos que Tita le prepara, por lo que, siendo consciente de lo que le hizo a su hija, alucina que la comida está amarga (envenenada) y deja de comer, hasta que muere de tanto vomitivo que ingiere. Todas esas conexiones narrativas me faltan en este momento.
La comida tiene un papel que hoy en día es ya trillado: el de la magia de la sensualidad y la transmisión de los sentimientos. Algo que cierto tipo de realismo mágico procuró y acabó por hacer un lugar común. Sin embargo, me gusta (tanto en la película como en la novela) la manera en que la comida resulta ser un álbum de memoria, algo que no debería ser olvidado (porque la cochinita de la abuela no es la misma que la de Tacos Pepe) y que contiene no sólo instrucciones e ingredientes, sino también todo tipo de vivencias gratas e ingratas, las cuales pueden (y deberían) ser parte de la herencia familiar: la cocina doméstica como permanencia de la memoria. 
El factor sobrenatural representado por el fantasma de Mamá Elena (que en muchas, pero muchas familias mexicanas es más tangible que sobrenatural), los efectos de la comida de Tita, etc. va muy de acuerdo con la cultura mexicana. Otro factor que me pareció acertado es la relación de la pestilencia corporal que se quiere ocultar, pero sale a relucir a toda costa debido a la naturaleza vil de sus individuos portadores (Rosaura).
La historia de la producción de esta película está llena de chismes y conjeturas y más de uno sabe que Aráu no le pago a muchos del equipo y se embolsó todas las ganancias. Sin embargo, eso es irrelevante para una valoración objetiva, que, en términos de importancia histórica, debe considerar la limpieza de los valores de dirección de arte y fotografía (Lubezki estaba haciendo la foto, antes de que Aráu lo corriera a medio rodaje) y que fue el momento en el que una película mexicana ha estado más cerca de los valores tñecnicos y artísticos de un buen melodrama de Hollywood.
Aun así, una valoración objetiva debe también mencionar las actuaciones acartonadas de muchos de los actores, especialmente de Claudette Maillé (Gertrudis) y de una de las peores decisiones de casting: Marco Leonardi (Pedro) con doblaje de telenovela. Sorpresa que da la vida es que las actrices de telenovela de Televisa dan las mejores actuaciones: Regina Torné (Mamá Elena), Maragarita Isabel (Paquita Lobo, la vecina metiche), Pilar Aranda (Chencha) y Ada Carrasco (Nacha) son las banda de mujeres que le dan el mejor toque melodramático al film y demuestran que si para algo sirven las actrices mexicanas es para hacer chillar y reír. Lumi Cavazos (Tita) es más guapa que buena actriz y Mario Iván Martínez (Dr. Brown) nunca me ha caído bien, ni como actor ni como personalidad, aunque reconzoco que su actuación aquí es más que regular. 

Otras impresiones:
1. Hubiera estado bien chido que se hubiera incluido el pasaje del libro en el que (¡spoiler!) al sargento Treviño, ayudante de la generala Gertrudis, se le encarga la captura de un soldado infiltrado que mató a una soldadera (feminicidio en la literatura mexicana). Treviño termina por matarlo en un prostíbulo al darle un balazo, golpear el cadáver y castrarlo, ya que ese mismo hombre era el violador de su hermana y de su madre.
2. Qué bonitos ojos de la niña Tita. Lo que se anda comiendo el Joselo de Café Tacuba.
3. Coger montando un caballo antes de morir.
4. La canícula es una de las cosas más insoportables de la vida y, para mi desgracia, no me gusta la sandía.
5. Esas codornices en pétalos de rosa podrían ser un buen intento de cena de Navidad.

Versión 105 min: 2½ / 5                           Versión 123 min: 4 / 5


Por Keith Nash

Receta y los ingredientes:
Cada uno de los elementos que forman parte de un gran platillo debe de converger de modo preciso, la cocina (como el humor) is all about timing. En la ejecución de cada receta, en la preparación de cada platillo se va entregando un pizca de nuestro ser. Una película que de manera suave y dulce, nos lleva a reflexionar acerca de las tradiciones y costumbres de un país ya casi por completo extinto, dejando atrás algunas infortunadas costumbres pero llevándose también de paso otras cosas que para bien seria conservarlas vivas y latentes.
A través de sus platillos, Tita (Lumi Cavazos), que naciera en la cocina entre cebollas y cacerolas, nos va evocando los diferentes sabores que pueden encontrar las emociones, el pesar lacrimoso de ver en brazos de otra al amor de nuestras vidas, la dicha y el placer que causa el cocinar para quien amamos; castigada por una tradición familiar y por el constante azoro de su madre Doña Elena (Regina Torne), va encontrando siempre la manera de mantener encendido el fuego de sus propias ilusiones, atiza con paciencia y sopla con determinación, logrando al final convertir en humo y cenizas todo aquello que la encerraba, y dejando tras de sí un legado de sabiduría y dulzura.
A lo largo de la película es inevitable mantener una sonrisa constante, jocosa lo mismo que inteligente, divertida lo mismo que vasta.
Un detalle que llamo mi atención fue una referencia a Macario de B. Traven, el tragón emblemático de la literatura y el cine (no me atrevo a decir mexicano aunque en cierto modo lo es, pero en otro, no), al anunciar la muerte del papá de Tita un ser con un sombrero alto y un crisantemo en la solapa apaga una vela, después se ve a Doña Elena recibiendo pésames por la muerte de su esposo.
Por ultimo las metáforas, de entre todas las que usa, las que más me parecieron maravillosas son las que hacen uso del fuego como creador y conductor de emociones; incluso ahora arde en mí el deseo de leer y quemarme entre las páginas del libro de Laura Esquivel.

Impresiones irrelevantes:
1. El nombre Emmanuel Lubezki asoma siempre que alguna producción mexicana o con participación mexicana que vale ser vista.
2. ¿Cómo traduces el lenguaje de las cocinas caseras?
3. Mi reino y estos bonitos pasos por unos chiles en nogada.

3½ / 5

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