lunes, 3 de agosto de 2015

La grande bouffe (1973) / Dir. Marco Ferreri

Por A Lady

De acuerdo a la mayoría de los reportes que se pueden leer actualmente sobre la recepción que La grande bouffe tuvo en USA a la fecha de su estreno en 1973, a los crítcos gringos, en especial Roger Ebert, no les cayó en gracia el humor escatológico y perversamente oscuro del filme de Marco Ferreri. "Lack of any real philosophical depth", señalaba este crítico como uno de sus aspectos reprochables. Si bien Mr. Ebert fue uno de los críticos con mayor repercusión en las decisiones de producción de los grandes estudios gringos con pretensiones "artísticas" y en el desarrollo de las tendencias de consumo cinematográfico de la sociedad de ese país (lo que hacía a sus declaraciones aún más dignas de sospecha), no pocas veces sus valoraciones fueron rebatidas por otros muchos críticos menos, digamos, inmediatos. Sweet Movie de Dušan Makavejev e Il portiere di notte de Liliana Cavani son ejemplos algo infames de filmes que, gracias a una crítica negativa de Ebert y el consuecuente morbo estimulado, corrieron mejor suerte en las taquillas estadounidenses de la que hubieran tenido. Si tiene uno entusiasmo taxonómico, a La grande bouffe se le podría tal vez clasificar justo en este mismo estilo de películas europeas setenteras que trataron la relación que existe entre la sexualidad y las tropelías del vacío existencial del individuo europeo después de la Segunda Guerra Mundial, acabado ya el optimismo de (toda) posguerra. Y como representante decente de esta época con tema común en el cine europeo, este filme no es una obra mayúscula, pero sí una minúscula de hermosa caligrafía y con trazos gruesos e impresionantes.
Uno de estos trazos son, con poco lugar a dudas, las imágenes gastronómicas y su uso en cualquier statement que la película pudiera comunicar. En mi caso fue el siguiente. Hay varias señales (¿?) del mal que aqueja las vidas de los cuatro hombres que hacen este pacto suicida para morir por consumo de alimentos de fina preparación y procedencia: el hastío y la falta de sustancia, de, en realidad, vida. Una de éstas es la pantagruélica cantidad y variedad de carnes que los nuevos inquilinos de la casona reciben repartidas. Estas finas carnes funcionan como alusión al estado real de los cuerpos mismos de los protagonistas: por lo menos en pantalla, los cadáveres de tres de los hombres participantes en la orgía acaban almacenados en el mismo refrigerador destinado para esos animales que representan el lujo del comer gourmet, pero a cuyas carnes ha abandonado ya toda vida. Para potencializar el acercamiento del mundo ficticio de la película a la realidad y posible vida de las cuatro estrellas internacionales que encarnan a los protagonistas (Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi, Michel Piccoli y Philippe Noiret), el guión toma una modesta, pero efectiva acción: los personajes portan los mismos nombres de pila de los actores, lo cual hace un guiño más al humor negro, a la broma aplicada a uno mismo, lo que también, de alguna manera, libera. La comida, sea gourmet o común y corriente, tiene la capacidad de darle color a la existencia y hacer al hombre superar la ingesta de alimentos debida sólo a la necesidad fisiológica al posibilitarle un placer estético especialmente vivenciado en el ritual de la preparación, el servir y el consumo, pero esta vida otorgada por lo que se come está del todo ausente en los productos destinados a no ser gozados, sino sólo devorados sin hambre; es curioso que en el filme el único personaje principal que queda con vida es Andrea, la maestra que se ve sensualmente atraída hacia la comilona y presiente en ella placeres que quizá su día a día no le proporciona, pero que, bajo ninguna circunstancia, desea morir comiendo, sino conocer placeres del cuerpo surgidos de la interacción entre cuatro hombres y un festín de proporciones grotescas. No por nada parece que esta mujer se ocupa de la enseñanza de las artes a niños y les platica sobre el árbol en el que se sentaba Boileau a meditar, a pesar de que sea invierno y de éste sólo haya ramas secas de momento, quizá una metáfora visual del estado de las existencias de aquellos cuatro hombres. A pesar de este destello de gracia que porta este personaje femenino (y esta característica sexual la hace un personaje aún más digno de complejidad), la escena final la muestra con cierta resignación, ¿ante la muerte?, ¿el hastío?, ¿la fugacidad de los verdaderos placeres?
Si lo pienso bien, La grande bouffe materializa una de las inversiones de valores a las que más temo: la buena comida transformada en factor asesino y, aunque estos cuatro señores quizá piensen que están muriendo con cierto placer, realmente está desprovisto realmente de todo goce y de cualquier belleza. Es permitir que ese gris monótono de lo intrascendente cubra y envenene también una de las pocas cosas que podrían significar felicidad. Por eso creo que don Ebert estaba, como le era muy común, equivocado. Porque, a pesar de que al guión de esta película le faltan antecedentes en la historia (sabemos algunos poco detalles de las desgracias de estos personajes, pero ninguno de ellos es tan grave para llevarlos al suicidio) y que en algunos momentos pareciera que hay demasiada carga de símbolos, su declaración interpretable es una de profundidad considerable y, como casi todas las buenas obras sobre la posibilidad del placer en la existencia, vastamente triste. Según el filme, y estoy de acuerdo con él, los humanos devoran todo para luego morir: al final ya no hay patos ni aves de corral deambulando en el jardín, sólo perros (muy simpáticos, por cierto) que esperan ladrando los restos de la orgía.

Otras impresiones:
1. La escena de la caca, a pesar de no ser especialemente gráfica, es una de la más asquerosas que he visto.
2. La escena de la primera entrega de carnes casi hace que me vuelva vegetariano. Casi.
3. Tanto entusiasmo que empezaba a sentir por la comida francesa y creo que ya mejor se me antojan unos tacos al pastor.
4. Uno de las curiosidades que descubrí con la película fue de la existencia de Jean Anthelme Brillat-Savarin, quien escribió un tratado sobre el gusto y que me podría regresar ese entusiasmo que perdí en el punto 3.
5. No hay mujer flaca que, desnuda, se vea bien comiendo mucho.

3½ / 5

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