domingo, 5 de mayo de 2019

Les Cousins (1959) / Dir. Claude Chabrol

Por A Lady

Claude Chabrol es un director que empezó a interesarme muy recientemente. Recuerdo haber visto algunas de sus últimas películas hace años y haber pensado con intensidad que sus películas de este talante estaban destinadas a ser parte de ese desfile del oprobio que es el Tour de cine francés de Cinépolis/Cineteca. Con más años y más barrio encima, fui indagando acerca de la razón de por qué era mencionado, aunque fuera una sola vez, en casi todas las historias del cine occidental con las que yo iba a dar. Al final, la impresión fue que, sin detrimento de nada, sus películas constituyen un corpus de exquisita medianez: películas de alta, a veces muy alta, factura, pero que en casi todos los aspectos de producción y repercusión, permanecen detrás de las películas de los monstruos de la Nouvelle Vague, movimiento que, según muchos críticos, bien pudo haber iniciado él sin jactarse tanto de ello, al estrenar Le Beau Serge en 1958. ¿Cómo es, entonces, que pasó a ser, digamos, una figura relevante de segundo plano, si fue justo él quien sentó muchas de las técnicas y quien comenzó a utilizar muchos de los rasgos estilísticos que acabaron siendo característicos del movimiento? Si bien Truffaut y Godard, por mencionar los dos nombres más conocidos, realizaron filmes con mayor impacto en la recepción creativa de otras gentes de cine debido al espectro de alcance de sus temas y técnicas, las películas de Chabrol parecen querer enfocarse en tragedias de otro tipo, en conflictos de tensión personal y/o familiar que, por lo regular, encuentran un desenlace fatal. Esta misma tensión ha sido la que le ha hecho posible manejar de manera admirable el thriller a la Hitchcock (uno de los héroes de la Nouvelle Vague) y a fluctuar entre el cine de intenciones artísticas y el del mero entretenimiento. Tal vez sea ése el motivo por el que su obra causa esa determinada impresión.
Para este ciclo decidí no incluir Le Beau Serge, en beneficio de otra película menos conocida pero, a mi parecer, mejor construida, la cual cuenta con los mismo actores principales de la primera. Les Cousins presenta al chaparrito sabroso de Gérard Blain y al feo de Jean-Claude Brialy como los personajes principales Charles y Paul, respectivamente. Parece no ser casual que se trate de los mismos actores principales de Le Beau Serge interpretando personajes de trasfondo similar a los de esta misma película; es probable que Chabrol haya sentado en ellos cierta tipología de juventud a la porque quería volver tópico, juventud que comparte su fundamento histórico con la de Julien Tavernier en Ascenseur pour l'échafaud: hombres (que quede claro que en los dos primeros filmes del ciclo sólo se tratan, como ejes de acción, experiencias de vida masculinas) que intentan lidiar con el pasado inmediato de la Segunda Guerra Mundial y el trauma que los güeros del noreste les propinaron. En ambas películas la relación de la juventud francesa con la cultura alemana después de la guerra es recurrente y lo más intrigante de todo es que el acercamiento que se retrata no es de miedo o repulsión, sino de fascinación: en el caso de Les Cousins, algunas de las escenas más memorables son aquéllas que presentan al espectador el fanatismo de Paul (el primo mayor y libertino de Charles) por la lengua alemana, la música de Wagner y Mozart y una que otra referencia humorística, o no tanto, al habla estereotípica de los policías de la Gestapo (en alguna escena, Charles le comenta a su primo que tuvo mejor que haber estudiado Alemán en vez de Derecho). Esto me llevó a notar dos cosas que sobresalen: que, si se consideran los trasfondos de la acción de Ascenseur pour l'échafaud, de Les Cousins y de Hiroshima mon amour, puede concluirse que las primeras grandes obras de la Nouvelle Vague son películas que intentan, como sus propios personajes, lidiar con la memoria colectiva e individual reciente e intenta simbolizarla en la decadencia y caducidad de los valores burgueses de la sociedad europea, así como en la incapacidad de afrontar los cambios con los que la realidad de la Posguerra los encara. Estas juventudes son impetuosas en la búsqueda de la evasión y, a la vez, viven en angustia permanente de que su resiliencia o la existencia misma sea insuficiente. Esto concuerda con las referencias a Illusions perdues de Balzac (los íres y venires de la provincia rural a París es la situación del chaparrito Charles) en esta película y a otras de sus obras en otros filmes por venir en el ciclo; ¿es que la Nouvelle Vague decantó en la búsqueda de una manera de rescatar los propios años jóvenes de asfixiarse en el Angst que le representaba la cotidianidad europea después de la Guerra? Y en cuanto a la manera en que esta película y la anterior del ciclo intentan representar a sus juventudes, es fascinante observar cómo Henri Decaë va volviéndose, poco a poco, el cinematógrafo de la Nouvelle Vague y cómo va construyendo el lenguaje cinematográfico de ese movimiento: las tomas libres desde un auto, las tomas largas sin cortes heredadas del cine gringo, los enfoques a las manos y a los rostros (que luego Bergman perfeccionaría en su capacidad de expresión emocional), la carga de significado de las oscuridad de los especios interiores y la claridad de los exteriores, en los que la imagen proyectada de uno mismo se hace inmediatamente pública.
Los juicios de valor acerca del estilo de vida de Paul no existen en Les Cousins: la promiscuidad, la adicción a varias drogas, la misoginia, la arrogancia, la envidia, el racismo, etc. son todos rasgos de las personalidad del primo parisino de padre adinerado. Varias situaciones dicen mucho al espectador sobre su persona: que le sea más que fácil pagarle un aborto a una de sus cogiamigas, sin importarle que ella no se siente segura de que esto sea la mejor decisión; que es prácticamente el jefe de toda la clique de estudiantes de derecho de su universidad; que su amigo más cercano sea un hombre de evidente mayor edad, cuya ocupación es desconocida, pero puede relacionarle, en un segundo, con algún tipo de actividad ilegal. Todo esta no tan compleja personalidad es, desde la perspectiva de la cámara, un individuo más, ni mejor ni peor que la contraparte que representa su primo Charles, el estudiante de provincia con complejo de Edipo que fantasea con lograrse como hombre: abogado con un lado sentimental, estable en sus finanzas, casado con la chica guapa de sus sueños húmedos y cercano a su madre, a la que le cuenta casi todo. Al final, ni uno ni otro se encuentra en un nivel moral superior; sin embargo, si a alguien parece hacerle un reproche la película es a Charles, quien espera de la vida una retribución por sus "esfuerzos" o por lo menos por sus buenas intenciones y, al final, sucede todo lo contrario. La escenas que siguen al momento en el que Charles reprueba su examen profesional poseen un carga especial de significado: Charles llegando con su amigo el librero, quien le dice que siempre puede intentarlo por segunda vez; Charles yendo a la iglesia para reconfortarse en su fe, sólo para encontrarla cerrada. Charles piensa que la causa de su fracaso académico fue la fiesta que dio Paul en su departamento una noche antes con motivo de haber aprobado su propio examen profesional sin haber estudiado ni un lo más mínimo. El examen que Charles cree una prueba de su valor académico es, en realidad, el símbolo de su fracaso en la pragmática de la vida: el mismo muchacho es incapaz de diferenciar sus propias emociones hacia Florence (una Juliette Mayniel de unos ojos que incluso en blanco y negro parecen tener color y luz) y que se avergüenza de mostrarle los poemas que él mismo le escribe; el mismo muchacho que no muestra ninguna reacción de enojo, incluso cuando su primo le baja a la novia con las peores artimañas de la manipulación psicológica. Charle pertenece al código moral del pasado, a una realidad aislada (este primito ocupa una "recámara" que consta de un cuadrito donde caben una cama, un escritorio y el único baño de todo el departamento) que está condenada a extinguirse a causa de los mismos errores que le hace cometer su misma ingenuidad. Charles, quien sólo busca saciar su impulso de autosatisfacción inmediata y no espera ningún tipo de dicha potencial es quien adquirido casi a la perfección un modus vivendi que lo convierte en un individuo apto para el tiempo sin expectativas en el que existe, un tiempo que del cinismo y de la adaptación a sin cuestionamientos morales, un tiempo en el que se existe. Sin convicciones, sin ideales, sin esfuerzos, sin pérdidas de tiempo.

Otras impresiones:.
1. Hasta ahorita me estoy dando cuenta que París es el topos de la Nouvelle Vague por antonomasia. ¿Será por la guerra?
2. Nunca me han dado ganas verdaderas de ir a París y parece que este ciclo lo único que está haciendo es darme aun menos ganas de ver los modos feos de los parisinos. Ya me vi mentando madres en cada café, a cada taxista, a cada vendedor de quesos.
3. Gérard Blain me dio en el punto débil con esos 1,60 m de estatura y ese ceño fruncido.
4. Los morros de los 50's tenían partys bien locaaaasss, con shows de escapismo y música de Wagner, alcohol y drogas.
5. Las pistolas, Hitchcock por ratos largos.
6. En los 50's los europeos ya habían descubierto que los estudiantes no tienen la necesidad de asistir a clases para aprender y para eso les daban los scripts fotocopiados. Ahí la llevas México.

4 / 5

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