Por A Lady
A principios de los años 80, Ingmar Bergman había sido internacionalmente canonizado en el sistema de valores del cine mundial: sus películas habían recibido los premios más dictaminadores de la industria y la crítica, su estilo y temática habían hecho escuela en varios países y las intertextualidades en otros filmes e incluso artes eran más que diversas. En el escenario de esta gloria forjada desde fines de los años 40, Bergman anunció que dejaría de hacer películas. Esto no sin antes emprender un último proyecto: una miniserie para la tele sueca con duración de apróximadamente 6 hrs., cuyo tema sería la infancia. Para ser más específicos, su infancia. Esta fue la primera vez que Bergman declaraba personalmente que uno de sus filmes tendría verdaderos tintes autobiográficos y la expectativa de público y crítica fue grande. Para este trabajo prescindió de la mayoría de sus actores usuales, en parte por motivos creativos, en parte porque para estas fechas ya se había peleado con casi todos los integrantes de su tropa. El equipo técnico de costumbre sigue ahí (Sven Nykvist, hasta el final), pero se debía esperar otro estilo histriónico, y esto no sólo por falta de recursos humanos, sino como una decisión artística del genio. Después de que los suecos pudieron disfrutar de la versión completa, Bergman dejó que su creación pudiera verse en duración de pelicula larga y permitió armar una edición de poco más de 3 hrs. El resultado: el filme más largo y, tal vez, el más sintético de Bergman.
Fanny och Alexander representa una amalgama de todos los temas y estilos que inquietaron a Bergman durante los 30 años anteriores a su aparición. Los cuartos rojos, la magia, el teatro, las mesas servidas, la familia, la muerte, Dios, el matrimonio, la enfermedad, la venganza y el cuerpo son todos elementos presentes en este filme y la conjunción de todos ellos es realizada con un ritmo y una actitud en la que ya no se formulan tantas preguntas, sino que se aceptan las respuestas a medias, que son lo único que la vida nos puede otorgar y nuestro entendimiento puede captar. Parece que Bergman busca en su propia infancia ya no las respuestas a los grandes enigmas del ser humano, sino más bien las raíces de sus preocupaciones y las puertas que, tal vez, esta indagación en el pasado le permita descubrir.
La infancia no es siempre una etapa feliz, pero cuando un niño vive en condiciones familiares propicias, en las que la belleza y la voluntad de vida son cosas que se deben defender y fomentar, ese estado de permanente asombro ante el descubrimiento paulatino del mundo puede ser la circunstancia necesaria para aceptar como un hecho tangible todo aquello que la razón del mundo niega y plantea imposible. Sólo en el ocaso de la vida, tras rectificaciones y descubrimientos tardíos, esa capacidad puede despertar de nuevo en uno. Los niños no son siempre seres inocentes y ajenos a todo pensamiento negativo y es de agradecerse mucho que Bergman lo haga patente: en su encuentro con Ismael, Alexander deja que sus pensamientos de venganza se materialicen mediante un tipo de misticismo que sólo es posible mediante los canales que enlazan las energías entre las dimensiones del universo, canales que el hombre desconoce. Ismael (quien se considera parte de las tradiciones judía, cristiana y musulmana) es la representación de todo aquello que es incomprensible y desconocido para el humano y debe, por tanto, ser aislado de la cotidianidad, ya que, de lo contrario, se corre el riesgo de destruir todas las verdades racionales que dan equilibrio a la frágil concepción de la existencia. Es curioso que este aspecto de la vida se le atribuya a la rama judía de amigos de la familia Ekdahl; podría tal vez deberse esto a que el cristianismo dogmático, representado por el pastor y su familia, es visto por Bergman como un proveedor de engaños y falso consuelo en el que el sufrimiento y la consciencia de culpa son los ejes sobre los que gira una vida con miras a vivir una vida no terrenal (Bergman vivió esto de niño, ya que su padrastro era un pastor metodista que marcó su manera de concebir la presencia de Dios en la vida de los individuos. Tal vez a él le debemos todas esas películas de Bergman en las que lo divino es el tema central). Por su parte, la familia Ekdahl parece ser el ideal familiar de Bergman: un mosaico de caracteres y emociones que es tan vasto en su diversidad como el mundo mismo; a pesar de que los Ekdahls se fundan en el cristianismo, éste sólo es un requerimiento social. La convivencia y el contacto con lo bello y con los seres cercanos son el núcleo de su devenir.
Al teminar este ciclo con Fanny och Alexander, se realiza una síntesis de la parte mayor de los procesos creativos de Bergman y se puede llegar a la conclusión de al final de ese largo camino de cuestionamientos existenciales, sensoriales y metafísicos, Bergman concluye para sí que el universo es, en esencia, impenetrable para nuestra capacidad cognitiva; que los seres humanos, a pesar de la tormentosa complejidad de sus sensaciones, emociones y relaciones, somos sólo voluntades insignificantes en un macrocosmos en el que Dios no es un hombre que cuelga de una cruz, sino la completitud de todo ese sistema, incluida la eternidad, y que el hombre, en su insignificancia compensada con la capacidad de crear y destruir, es el punto de partida para nuestra severamente limitada idea de Dios.
Otras impresiones:
1. Sólo una Navidad con los Ekdahls y sería feliz el resto de mis amargas Navidades.
2. Bergman también cree que la obesidad mórbida es una señal repugnante de enfermedad y decadencia. Yo le creo a él y no a los del CONAPRED.
3. ¿Por qué no puede haber más hombres y mujeres como la tía Alma? Esposos/as y amantes en harmonía. Se le adelantó al poliamor.
4. La gorda incendiándose es algo que no olvidas facilmente.
5. Si tengo hijos los voy a vestir como Fanny y Alexander. Punto.
5 / 5
Por Keith Nash
Caen meteoritos sobre la tierra, solo unos cuantos humanos lograremos sobrevivir al cataclismo que el cosmos nos lanza. Por alguna razón, ni yo logro explicar cuál, se me ha encomendado la tarea de salvar los filmes que preservarán mejor el sentido artístico del cine. Para este fin, me han depositado en una bodega enorme, increíblemente enorme, en donde existe una copia de cada una de las películas que a lo largo de estos casi 120 años de cinematografía se han creado, y cuando digo todas, quiero en realidad decir ABSOLUTAMENTE TODAS. Mis pies ansiosos corren por los pasillos, por las galerías, mis ojos urden, cautelosos, ante los estantes de arriba abajo, mis manos recorren los catálogos, mi dedo índice, genera un tac-tac-tac cuando se arrastra por encima de las fundas de las películas. Una vez seleccionados los veinte o treinta filmes que logro poner en mis manos, corro por último a la gloriosa sección Ingmar Bergman, la cual, por cierto es como algunas otras, no muchas, de estantes dorados y está, en particular, decorada con unas cortinillas de terciopelo rojo, que se asemejan mucho a un telón teatral y que también me recuerdan a la decoración completa en Viskningar och rop. Ahí de pie y mirando hacia lo alto, mi mano se alarga y coge entre sus dedos Fanny och Alexander; la he dejado como última por una sencilla razón: desde el inicio que el épico trabajo me fue asignado, supe que si existe un filme capaz de transmitir la belleza que por medio de la imagen y la euritmia se pueden crear, esta película en particular tendría que ser seleccionada. Es la última que tomo, porque es la primera que elijo. De esta magnitud ha sido el impacto que Fanny och Alexander ha causado en mí. Creo, y lo digo ya dejando de lado las fantasías meteoríticas del fin del mundo, que una tuerca se ajustó en mi cabeza, o se aflojó, después de ver este hermoso filme, de mi ahora bien amado Don Ingmar Bergman. Tratar de describir la belleza de esta película me parece imposible, podría comentar ciertos momentos, ciertas tomas, ciertas lluvias, algunos cuadros, y sin embargo me quedaría cortísimo. En este sentido me parece pertinente hacer una aclaración; Fanny och Alexander me parece, y por mucho, la más hermosa película de Bergman en lo que respecta a lo estético, a lo físico y no, bajo ningún motivo, me parece que este sea su filme más trascendental, quiero dejar muy clara esa línea.
Impresiones irrelevantes:
1. 10 películas de Bergman, 10 mujeres gritonas. Siempre hay una mujer que grita.
2. El look de Alexander cuando vuelve a casa de su abuela seguro fue el orgasmo de más de algún fashionista.
3. Lo del tío pedorro me dio asco.
4. La Monika que por andar living su vida loca acabo de criada resentida en casa del obispo.
5. Los ojos azules de Ewa Fröling son como para mandar a sacar los mares.