Por Keith Nash
Antes de comenzar esta revisión sería bueno hacerse de una larga lista de sinónimos del color rojo, no solo para apreciar todos y cada uno de los escenarios por los que esta obra transita, sino también para comprender las metáforas que este color va creando en el entorno espeso y casi opresivo, breathtaking, de este gran film, ubicada en una señorial casa de finales del siglo XVIII o tal vez principios del XIX en el seno de una opulenta familia, se desarrolla la historia de tres hermana, tres mujeres unidas por la sangre, y gravemente separadas por el tiempo. Hay también que afinar el oído, estar al pendiente de cada una de las ondas sonoras que esta película transmite. Y ser perspicaz para lograr captar lo atronador, estruendoso y rotundo que puede ser el silencio.
Al inicio es clara la noción de un tiempo largo e inhóspito, el sonido de los relojes y sus mecanismos, sus campanillas, que suenan constantes, acompasadas, casi eternas, una entrada que además dura una infinidad, casi ocho minutos. En un primer instante, aunque no es el primer rostro de la película, encontramos a Agnes (Harriet Andersson) con un semblante enfermo y el rostro crispado por el dolor. Sufre, es evidente, alguna enfermedad, y la gravedad de ésta ha hecho volver a sus dos hermanas a casa, cada cual diferente. Por su parte, María (Liv Ullmann) una mujer exultante y sensual con una seria determinación a transponer los límites morales, envanecida y un tanto ególatra, quien trata a toda costa de acallar las voces de su consciencia, tal vez y según mi lectura, haciendo hipócritamente el rol de la hermana dulce; en contraparte encontramos a Karin (Ingrid Thulin), la mayor de las tres hermanas, una mujer fría, aterradoramente fría, cuyo matrimonio parece ser la fuente de su amargura, (más allá de la escalofriante y maravillosa escena de la autoflagelación) y quien no tiene empacho en verbalizar sus odios y sus aversiones, pero quien al final, lejos de soportar su propia amargura, ésta la va hundiendo cada vez más en su propia sangre mancillada y oscura; encontramos a una cuarta mujer que se agrega a la triada de hermanas, Anna (Kari Sylwan) permanece en un rol sumiso y silente en la película, y es el que debe ejercer por ser parte del servicio de la mansión, sin embargo Anna proyecta su instinto materno, que le ha sido cortado (su hija había ya muerto) en favor de Agnes, no es casualidad que en sus últimos momentos el nombre al que Agnes clama es al de ella: ¡Anna! ¡Anna!, llama una y otra vez y, al final, cuando el cuerpo de Agnes espera su momento, ella con su maternal amor nos regala una de las más hermosas escenas del cine y el arte.
Esta película nos habla directamente de cómo la sangre, sangre en el sentido de unión fraterna, de linaje o parentesco, puede mutar y desvincularse. De lo proclives que somos los humanos a olvidar lo que verdaderamente importa, que son estos lazos; de cómo podemos olvidarnos del amor entre hermanos y de cómo el tiempo y ciertos sonidos desagradables, como el de los rumores, pueden destruir para siempre un lazo que se supondría inquebrantable, el lazo de la hermandad. Cuando nuestra perspectiva esta obcecada y contraída, cuando nuestros ojos solo tienen la capacidad de observarnos a nosotros mismos, solo logramos encontrar angustia y dolor en la felicidad de los otros, podemos incluso odiar a quien es más amado que nosotros por el simple hecho de serlo. En esta severa introspección del ser y su vinculación con los otros, Bergman parece claro al manifestarnos que el verdadero amor, cualquiera que éste sea, se construye en el otro, el revelador momento en que Agnes vuelve en la memoria a su pasado y sabe que la felicidad está ahí, con sus hermanas y su amada Anna, sentadas meciéndose en una tarde tibia, es abrumador y hermoso.
Por ultimo no vale dejar de ver esta película y no quedar pasmado al menos seis o siete veces, ya sea por lo poderoso de sus imágenes, por lo hermosas, por lo impactantes; las actuaciones son indescriptiblemente bellas, me quedo con Harriet Andersson y sus desgarradores gritos de dolor, con Liv Ullmann y su sensualidad elegante, con Ingrid Thulin y el profundo odio con el que dice “te odio” y con la trémula mirada de Kari Sylwan.
Impresiones irrelevantes:
1. "Laterna magika", Moment Mal! 1.
2. Es como para realizar un análisis profundo sobre la luz y el entorno anímico de los personajes.
3. Liv Ullmann, la nueva dueña de mis pesadillas.
4. Esto que había observado o escuchado acerca de Bergman y esta pequeña fijación por los “ruiditos” en sus películas aquí estalló.
Por A Lady
El cuerpo tiene memoria. Cualquier lazo afectivo entre individuos, cualquiera que sea la intensidad de este afecto, implica una relación corporal. Ya sea que el gusto por la compañía de una persona lleve al abrazo, a la caricia o a otros tipos de contacto físico, cada sensación se almacena en la consciencia como un recuerdo. Al tomar en cuenta que el afecto es, de hecho, un producto del tiempo que se comparte con el otro, los recuerdos de la memoria corporal conforman la dimensión no racional del acercamiento humano. En Viskningar och rop la unión de dos superficies de piel humana llega a ser el detonador de una catástrofe o del consuelo más profundo y reparador.
Las hermanas Karin, Maria y Agnes representan tres consecuencias posibles de muy diferentes vivencias físicas. El contacto materno es determinante en la vida de todo ser humano, mas no necesariamente debe ser definitivo. Agnes, cuya infancia transcurrió mayoritariamente ajena a los mimos de la madre, pudo obtener una comprensión mucho más profunda de los sufrimientos físicos y espirituales de ésta con tan sólo tocar una vez su mejilla y recibir una mirada de ella, la cual bien podría ser la portadora de toda la tristeza del mundo. Por su parte y en contraposición, Maria fue la hija preferida y, en consecuencia, la más mimada; sin embargo, el contacto físico recibido de su madre fue superficial y vacío, una mera obligación de la tarea materna. Maria, ya adulta, prolonga la existencia de este afecto vacío y aparente, expresado en sensualidad y amabilidad, pero es incapaz de establecer contacto ocular con la enfermedad de su hermana, la sangre de su esposo o lo patético de las solicitudes de su hermana Karin. Le repugna todo lo que contradiga su concepto de lo que puede recibir afecto, de lo que puede ser amado. Agnes, quien ha sentido la crueldad y lo inexorable del dolor físico que provoca la enfermedad, ha desarrollado la capacidad de entender los niveles del sufrimiento humano (como el de Anna, quien ha perdido el producto más preciado de su contacto humano y cuyos ojos revelan una fuente enorme y contenida de sensaciones) y es sensible hacia el significado de poder olvidar el riesgo que representa el acercamiento de dos cuerpos: toda una inmensa vulnerabilidad al tocar la piel desnuda del otro, al ver a través de sus ojos, al sentir la energía que corre por sus poros, al limpiar un cuerpo con agua y percibir el placer y el dolor que ese cuerpo transmite, recibe y es capaz de soportar. Si el ser humano no fuera un ser eminentemente racional, las sensaciones corporales lo llevarían al límite de la experiencia sensorial y, por lo tanto, mística.
Karin se encuentra entre estas dos posiciones opuestas. El conflicto que se desarrolla en ella es ambiguo, ya que es, a la vez, sujeto de una aversión profunda hacia el contacto físico y de una necesidad imperiosa de encontrarle un sentido a su cuerpo. Un cuerpo podrido es lo que podría deducirse de su vida: la experiencia sexual con su esposo es nula y la carencia de cualquier estímulo corporal han engrendrado un odio primigenio hacia sí misma, hacia el medio físico de su existencia que es su cuerpo. La escena donde los celos toman la voz de todo lo que Maria y ella se cuentan después de tantos años de silencio es una de las cosas más bellas que he experimentado en la vida y muestra la enorme desesperación de Karin por salir de ese abismo de aislamiento, de ese no-sentir-NADA.
Las percepciones auditivas son también percepciones físicas y cuanto más capaces de impactar porque pueden ser intepretadas. Los gritos y los susurros siguen resonando permanentemente para las hermanas dentro de esas recámaras rojas, ya que la memoria y su pasado con todas sus culpas los han registrado como recuerdos, tal vez imborrables.
Esta película goza de tantas virtudes: de un cuarteto de las mejores actrices de Bergman, cuyas interpretaciones están más allá de las palabras y más acá de las sensaciones (si Bibi Andersson hubiera tenido un papel en esta película, la belleza hubiera sido algo que retaría la comprensión humana), del mejor trabajo de Sven Nykvist como cinematógrafo y de una sutileza de dirección que Bergman ya nunca pudo superar.
Otras impresiones:
1. En Die Klavierspielerin Elfriede Jelinek le copia (ay, perdón... le intertextualiza) a Bergman la escena donde Karin se mutila los genitales.
2. Liv Ullman y la violencia más contenida que una actriz haya podido jamás expresar.
3. Si no lloras con la última escena, eres un marica.
5 / 5
Antes de comenzar esta revisión sería bueno hacerse de una larga lista de sinónimos del color rojo, no solo para apreciar todos y cada uno de los escenarios por los que esta obra transita, sino también para comprender las metáforas que este color va creando en el entorno espeso y casi opresivo, breathtaking, de este gran film, ubicada en una señorial casa de finales del siglo XVIII o tal vez principios del XIX en el seno de una opulenta familia, se desarrolla la historia de tres hermana, tres mujeres unidas por la sangre, y gravemente separadas por el tiempo. Hay también que afinar el oído, estar al pendiente de cada una de las ondas sonoras que esta película transmite. Y ser perspicaz para lograr captar lo atronador, estruendoso y rotundo que puede ser el silencio.

Esta película nos habla directamente de cómo la sangre, sangre en el sentido de unión fraterna, de linaje o parentesco, puede mutar y desvincularse. De lo proclives que somos los humanos a olvidar lo que verdaderamente importa, que son estos lazos; de cómo podemos olvidarnos del amor entre hermanos y de cómo el tiempo y ciertos sonidos desagradables, como el de los rumores, pueden destruir para siempre un lazo que se supondría inquebrantable, el lazo de la hermandad. Cuando nuestra perspectiva esta obcecada y contraída, cuando nuestros ojos solo tienen la capacidad de observarnos a nosotros mismos, solo logramos encontrar angustia y dolor en la felicidad de los otros, podemos incluso odiar a quien es más amado que nosotros por el simple hecho de serlo. En esta severa introspección del ser y su vinculación con los otros, Bergman parece claro al manifestarnos que el verdadero amor, cualquiera que éste sea, se construye en el otro, el revelador momento en que Agnes vuelve en la memoria a su pasado y sabe que la felicidad está ahí, con sus hermanas y su amada Anna, sentadas meciéndose en una tarde tibia, es abrumador y hermoso.
Por ultimo no vale dejar de ver esta película y no quedar pasmado al menos seis o siete veces, ya sea por lo poderoso de sus imágenes, por lo hermosas, por lo impactantes; las actuaciones son indescriptiblemente bellas, me quedo con Harriet Andersson y sus desgarradores gritos de dolor, con Liv Ullmann y su sensualidad elegante, con Ingrid Thulin y el profundo odio con el que dice “te odio” y con la trémula mirada de Kari Sylwan.
Impresiones irrelevantes:
1. "Laterna magika", Moment Mal! 1.
2. Es como para realizar un análisis profundo sobre la luz y el entorno anímico de los personajes.
3. Liv Ullmann, la nueva dueña de mis pesadillas.
4. Esto que había observado o escuchado acerca de Bergman y esta pequeña fijación por los “ruiditos” en sus películas aquí estalló.
Por A Lady
El cuerpo tiene memoria. Cualquier lazo afectivo entre individuos, cualquiera que sea la intensidad de este afecto, implica una relación corporal. Ya sea que el gusto por la compañía de una persona lleve al abrazo, a la caricia o a otros tipos de contacto físico, cada sensación se almacena en la consciencia como un recuerdo. Al tomar en cuenta que el afecto es, de hecho, un producto del tiempo que se comparte con el otro, los recuerdos de la memoria corporal conforman la dimensión no racional del acercamiento humano. En Viskningar och rop la unión de dos superficies de piel humana llega a ser el detonador de una catástrofe o del consuelo más profundo y reparador.
Las hermanas Karin, Maria y Agnes representan tres consecuencias posibles de muy diferentes vivencias físicas. El contacto materno es determinante en la vida de todo ser humano, mas no necesariamente debe ser definitivo. Agnes, cuya infancia transcurrió mayoritariamente ajena a los mimos de la madre, pudo obtener una comprensión mucho más profunda de los sufrimientos físicos y espirituales de ésta con tan sólo tocar una vez su mejilla y recibir una mirada de ella, la cual bien podría ser la portadora de toda la tristeza del mundo. Por su parte y en contraposición, Maria fue la hija preferida y, en consecuencia, la más mimada; sin embargo, el contacto físico recibido de su madre fue superficial y vacío, una mera obligación de la tarea materna. Maria, ya adulta, prolonga la existencia de este afecto vacío y aparente, expresado en sensualidad y amabilidad, pero es incapaz de establecer contacto ocular con la enfermedad de su hermana, la sangre de su esposo o lo patético de las solicitudes de su hermana Karin. Le repugna todo lo que contradiga su concepto de lo que puede recibir afecto, de lo que puede ser amado. Agnes, quien ha sentido la crueldad y lo inexorable del dolor físico que provoca la enfermedad, ha desarrollado la capacidad de entender los niveles del sufrimiento humano (como el de Anna, quien ha perdido el producto más preciado de su contacto humano y cuyos ojos revelan una fuente enorme y contenida de sensaciones) y es sensible hacia el significado de poder olvidar el riesgo que representa el acercamiento de dos cuerpos: toda una inmensa vulnerabilidad al tocar la piel desnuda del otro, al ver a través de sus ojos, al sentir la energía que corre por sus poros, al limpiar un cuerpo con agua y percibir el placer y el dolor que ese cuerpo transmite, recibe y es capaz de soportar. Si el ser humano no fuera un ser eminentemente racional, las sensaciones corporales lo llevarían al límite de la experiencia sensorial y, por lo tanto, mística.
Karin se encuentra entre estas dos posiciones opuestas. El conflicto que se desarrolla en ella es ambiguo, ya que es, a la vez, sujeto de una aversión profunda hacia el contacto físico y de una necesidad imperiosa de encontrarle un sentido a su cuerpo. Un cuerpo podrido es lo que podría deducirse de su vida: la experiencia sexual con su esposo es nula y la carencia de cualquier estímulo corporal han engrendrado un odio primigenio hacia sí misma, hacia el medio físico de su existencia que es su cuerpo. La escena donde los celos toman la voz de todo lo que Maria y ella se cuentan después de tantos años de silencio es una de las cosas más bellas que he experimentado en la vida y muestra la enorme desesperación de Karin por salir de ese abismo de aislamiento, de ese no-sentir-NADA.
Las percepciones auditivas son también percepciones físicas y cuanto más capaces de impactar porque pueden ser intepretadas. Los gritos y los susurros siguen resonando permanentemente para las hermanas dentro de esas recámaras rojas, ya que la memoria y su pasado con todas sus culpas los han registrado como recuerdos, tal vez imborrables.
Esta película goza de tantas virtudes: de un cuarteto de las mejores actrices de Bergman, cuyas interpretaciones están más allá de las palabras y más acá de las sensaciones (si Bibi Andersson hubiera tenido un papel en esta película, la belleza hubiera sido algo que retaría la comprensión humana), del mejor trabajo de Sven Nykvist como cinematógrafo y de una sutileza de dirección que Bergman ya nunca pudo superar.
Otras impresiones:
1. En Die Klavierspielerin Elfriede Jelinek le copia (ay, perdón... le intertextualiza) a Bergman la escena donde Karin se mutila los genitales.
2. Liv Ullman y la violencia más contenida que una actriz haya podido jamás expresar.
3. Si no lloras con la última escena, eres un marica.
5 / 5
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