martes, 29 de septiembre de 2015

Höstsonaten (1978) / Dir. Ingmar Bergman

Por A Lady

Ingrid Bergman había participado como coproductora para Scener ur ett äktenskap y parecía que la relación creativa entre Ingmar Bergman y ella quedaría en la historia sólo como un lazo ejecutivo. Debió haber una muy buena razón para que la dama más elegante de Hollywood (quizá la única actriz poseedora de un porte similar y una carrera igual de larga haya sido Katherine Hepburn) haya decidido cambiar totalmente sus registros histriónicos habituales para hacerse del todo vulnerable, como era costumbre de la tropa regular de actores de Ingmar Bergman: la pantalla deslumbrante de su presencia sigue ahí, pero el descenso brutal a las honduras de la naturaleza humana no era un ámbito en el que la Sra. Bergman hubiera podido evidenciar mucha experiencia. Después de todo, las rencillas no se conciliaron nunca (Liv Ullman dijo alguna vez que Ingrid Bergman fue la única actriz que cuestionó el guión y las decisiones del director y que esa fue una razón para que el rodaje estuviera siempre en vilo), pero el producto de todos los talentos es una de las creaciones más controladas, limpias y transparentes dirigidas por Ingmar Bergman.
El "amor" de la familia es una energía mutable. Como para toda energía, el próposito de su aplicación no depende tanto de las intenciones, sino de las condiciones en las que se libera. Así la energía que una madre dirige hacia sus hijos actúa siempre dentro de una gran probabilidad de mutar, incluso, en odio al ser recibida. En Höstsonaten este odio describe su proceso de desarrollo y evolución. Eva (Liv Ullman, en uno de sus papeles más internamente violentos; una de las más grandes injusticias del universo es que esta actuación suya haya pasado casi sin recibir ningún premio) se ha sometido a un procesamiento interno de toda la terrible y egoísta energía maternal que en su infancia debió soportar y agradecer. Toda la frustración que su madre volcó hacia ella la han llevado ha odiar a su persona misma al grado de considerarse mediocre e insuficiente en todos los aspectos de la vida; esta aversión a sí misma la hace incapaz de sentir un afecto verdadero hacia otros individuos (entre ellos su marido), con la única excepción de su hijo Erik, muerto aún niño. El individuo que sufre ante la sensación de insuficiencia y crueldad que les provee la vida y quienes, no obstante, se aferran a ella, están destinados a encontrar sus propias respuestas mediante el sufrimiento y la melancolía: Eva ha construido todo un sistema teológico con base en su experiencia vital, ya que sin estas explicaciones su existencia y la existencia ulterior de su hijo ahogado no tendría un sustento para seguir siendo. Si se hace una retrospectiva temática de todas las películas que se incluyeron hasta ahora en este ciclo, es difícil no afirmar que a estas alturas lo que explica Eva es la conclusión a la que el mismo Bergman ha llegado tras todos estos años de cuestiones que, inicialmente, eran planteadas sin ser respondidas (Det sjunde inseglet), pasando por un periodo de crisis (Nattvardsgästerna) y alcanzando una conciliación de cuerpo y espíritu (Viskningar och rop). Höstsonaten es ya una síntesis transparente de un camino complejísimo y por demás hermoso y doloroso. En la escena en la que Eva y Charlotte discuten durante toda la noche cada grito y palabra cortan el aire con un filo que es aterrador de ver y escuchar: el hecho de soportar más de 20 min. de cómo la madre de Eva, esa gran pianista cuyo ego es el soporte de su vida, va siendo expuesta capa por capa hasta quedar del todo vulnerable en una de sus pocas verdades en la vida: con lo que has marcado la vida tus hijas es un odio inmenso disfrazado de amor, es una prueba incluso para los aficionados más acérrimos de Bergman.
La crítica a una imagen comúnmente difundida del artista es críticada con más claridad aquí que en otros filmes de Bergman: al saber que Helena se encuentra en la peor etapa de su enfermedad, Charlotte duda de quedarse más tiempo en la casa de su hija y al sentir el cuerpo enfermo de su hija más pequeña es confrontada con el aspecto cruel de la existencia que nunca ha entendido. La vida no es un ser racional y, por lo tanto, toda atribución de "crueldad" o "injusticia" que se le haga es sólo percepción individual de una experiencia cuyo origen se atribuye a un orden superior. Para Charlotte el arte de la música clásica es ese orden superior y se sabe vulnerable ante los aspectos impenetrables de ese orden ("hay cosas de Chopin que no entiendo").
Al final, no obstante, aparece ese rescoldo que parecía para siempre perdido: la esperanza. El odio, que por fin puedo ser corporeizado en palabras y sensaciones, es ahora el origen de una nueva voluntad de reiniciar, de seguir queriendo entender y sentir la vida que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, siempre será una interrogante, una fuente inagotable de todo lo que cabe en el ser humano y, como afirma Eva, en Dios.

Otras impresiones:
1. Bergman y los rostros por siempre jamás.
2. La escena del Preludio 2 de Chopin es como para llorar cada vez que te acuerdes de ella.
3. Supongo que fue parte del personaje, pero hay escenas en las que Liv Ullman se ve impresionantemente fea.
4. Qué no daría por haber visto uno de los pleitos de mercado entre Ingmar e Ingrid Bergman porque la señora quería cambiarle el guión al señor.

5 / 5 


Por Keith Nash

La desnudez es un acto que habita en la intimidad, así como el otoño arranca de la vida su futileza y, de a poco y con la paciencia que solo el tiempo tiene, va desnudando a los árboles de vestimentas y follajes. Un tempo lento, rítmico y fatídico se ha encargado de desnudar las emociones contenidas entre una madre y una hija, quienes desnudas y en la intimidad de un salón, el lugar preciso de las sonatas, liberan la carga contenida durante años de hermetismo y frialdad, van reacomodando los sentimientos y van encontrado ritmo y melodía en las voces de estas enormes actrices. Por su parte, Liv Ullmann quien interpreta a Eva, una mujer que ha vivido la traumática experiencia de ver morir a un hijo y quien en ensoñaciones y profundas reflexiones va tratando de encontrar el sentido de su vida a través de los otros , sumisa y silente se ha convertido en el recipiente donde las penas y las enfermedades ajenas encuentran su cauce; Ingrid Bergman, quien hace el papel de Charlotte, una mujer madura que se acerca ya a el ocaso de su vida, y que durante muchos años, innumerables, ha girado en torno a sí misma, en su carrera, en su alegría, en su mundo, que incluso ella reconoce vano y vacío y que, sin embargo, también confiesa que es el único que conoce. Tibieza y frialdad, como en un otoño, convergen y chocan en esta película de una crudeza deslumbrante.
Uno de los elementos que más me cautivaron de esta película es la escena en la que Eva (Liv Ullmann), estando sentada en el cuarto de su hijo fallecido, hace una profundísima reflexión, de las más profundas y claras que he encontrado en Bergman, sobe el hombre y Dios, y esta vez Bergman, en voz de su personaje va más allá, mucho más allá, en la introspección desbordada que el dolor causa en Eva, ella ha ido encontrando muchas respuestas que el hombre ha buscado, abandona lo mundano y se deja llevar por una vorágine de pensamientos metafísicos y creo que alcanza a comprender un hecho por demás maravilloso, somos un todo, somos Dios; pero también somos la maldad que en el mundo existe: lo mismo que el universo, “el hombre es un compendio de todo”, la realidad es algo que nosotros hemos creado basándonos en nuestras embotadas visiones y que la idea de que esos límites existan solamente cabe en la limitada mente de quien los crea. Al final de ese maravilloso monólogo hace una analogía que me parece brillante: alude a la música, al arte, y lo señala como camino para lograr encontrar esos universos donde los límites desaparecen.
Por lo demás, la escena medular de esta película la encuentro escalofriante. El tono de las actuaciones es altísimo, la gama de emociones y notas que logran estas dos mujeres juntas nos hacen ponderar el peso dentro de una buena película de las actuaciones, son interpretaciones completas y circulares.
Y de nuevo aparece el ojo clínico de Bergman y sus alumbramientos de genialidad, pero, de nuevo, cada detalle en los colores de la película está cuidado con una tremenda dedicación, las paredes de las habitaciones, los muebles, etc.

Impresiones irrelevantes:
1. Insisto que deberíamos, si no es que alguien más ya lo ha hecho, de revisar las funciones de la mesa en los filmes bergmanianos.
2. Al personaje de Liv Ullmann de pronto me daban ganas de cachetearla.
3. Y típico que acabas de ver esta película y ya te pones a escuchar a Bach, Chopin y Händel.
4. Yo a una amá que me regale su Mercedes, para ella comprarse uno nuevo, si le vengo soportando el abandono emocional.

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