El asesinato implica siempre un vacío perpetuo. Ningún tipo de retribución, ya sea legal, vital u obtenida por otros medios, puede resarcir la vida perdida en cuestión con toda su circunstancia. Al final, ni siquiera la venganza más meticulosa y lograda llega a rellenar esa oquedad de presencia surgida del deseo o la voluntad de extinguir, de exterminar. El ser humano que se ve afectado indirectamente por un asesinato y es, por lo menos, medianamente receptivo a los estímulos humanos exteriores entra en un proceso de búsqueda de redención de la vida de su ser cercano; no es fácil aceptar que la terminación forzada de una existencia corporal desemboca en la nada, y mucho menos cuando esa ahora inexistencia corporal tuvo un lazo carnal y espiritual con uno mismo. La alternativa a este peligro de desolación es la idea de un orden superior incuestionable, cuyos motivos y procederes no pueden ser asequibles al entendimiento humano y que funciona como garantía de la perpetuidad de un ser a quien la decisión de más voluntad le fue arrebatada sin consultar. Jungfrukällan es, en esto términos, una película majestuosa en su planteamiento de las circunstancias humanas en las que el asesinato se comete, vivencia y posterioriza. El Bergman, que por estas épocas se encuentra en el desarrollo temporal medio de su creación artística, deja entrever una pugna personal intensa en torno a la confirmación de la existencia de Dios. Ya en Det sjunde inseglet el nihilismo nunca acaba por ser definitivo y en esta película, en la que se presenta un caso aún más radical de muerte, la dimensión divina viene a ser, al final, confirmada, si bien no de manera del todo explícita como el Dios que figura en el dogma, sino como la franca existencia de esa otra dimensión que redime, por lo menos, del sufrir terrenal.
El factor que detona el odio incontenible que el piadoso Herr Tore (Max von Sydow) siente al enterarse de la muerte de su hija no es tanto el hecho de su muerte, sino saber de qué manera murió: el simple hecho de morir no provocaría un odio activo hacia otros seres humanos, pero tal vez sí hacia la divinidad; en cambio, el asesinato brutal, que implica unas últimas horas llenas de sufrimiento, dolor y agonía en el mundo que, en este caso, Karin admiraba como la creación más perfecta de Dios, permite dirigir el odio hacia un receptáculo determinado: el agente (o en plural) del exterminio, que no sólo exterminan una existencia corporal, sino también todas las conexiones que otros individuos tenían con el exterminado. Para este efecto, la actuación de Brigitta Pettersson (Karin) es casi perfecta: la frescura, inocencia y vitalidad de su interpretación hace que la escena de la violación y el asesinato sean aún más brutales y aberrantes; el cráneo sangrante de Karin y la última mirada que dirige hacia sus victimarios contienen todos los escalofríos y el horror que pueda recibir un espectador sin sentirse estéticamente ofendido por lo que está viendo. Max von Sydow es maravilloso como el padre medieval que debe lidiar con el hecho del asesinato de su única hija: su necesidad de venganza, la cual sobrepasa el límite de incluso poder matar a un niño que, después de todo, es inocente, retrata de forma bastante exacta las causas de ese impulso de exterminio de la vida, ya que si bien el odio que la vida les ha dado y hecho asimilar a los pastores asesinos, es el mismo odio que Herr Tore siente hacia los mismos al saber qué han hecho con Karin; a fin de cuentas, se trata de un mismo sentimiento en diferentes estadios de desarrollo.
Si bien la mayoría de los aspectos de este filme son, por demás, positivamente notables, dista un poco de ser una película majestuosa. Uno de los aspectos cuestionables de la historia es la manera en la que el paganismo es presentado: si bien el manantial que brota debajo del cadáver de Karin podría ser producto de fuerzas divinas naturales y no cristianas (porque nunca queda del todo claro), las creencias de Ingeri acaban siendo tratadas como un detonador de toda la desgracia por exigir sacrificios humanos (aquí se le andan olvidando las Cruzadas a Bergman); el desarrollo de la trama no es el más ilustrativo y me parece que faltan ciertos ligamentos entre escenas que podrían darle más dinamismo a la acción: semejante historia legendaria con tantas sensaciones y sucesos queda un poco apretada en tan sólo 86 minutos. Aun así, la película no pierde en importancia histórica ni estética. Pocas creaciones han logrado esa mezcla de elementos brutales y sublimes de una forma tan equilibrada, tanto que Wes Craven le refriteó esta trama a Bergman en su primera y famosa obra gore The Last House on the Left.
Otras impresiones:
1. ¿Por qué a los suecos les encanta hablar de brujería?
2. Esas comidas de la familia Tore no se veían nada apetitosas.
3. Los caballos de Karin e Ingeri cabalgando frente al lago... se ve que Sven Nykvist ya está ahí.
4 / 5
Por Keith Nash
En la primera escena de la película, antes que suceda el primer movimiento de cámara, antes que nada suceda se enciende un fuego, que es, además de un símbolo en el filme, el disparo de salida para una película que en ningún momento pierde tensión, y aquí se nota ya la madurez que Bergman va cobrando como cineasta, a diferencia de las otras dos películas Sommaren med Monika y Smultronstället, son 86 minutos de tensión absoluta y constante, una película limpia que fluye como un manantial del que sería sabio abrevar. Una de las características que más he disfrutado de Bergman es la sobriedad, no me importa arriesgarme al decir, sabiendo que mi experiencia con este director es cortísima, que uno de los valores fílmicos que han cimentado el alto nicho en el que se encuentra es el de la sobriedad, por sobriedad entiendo sencillez, limpieza, elegancia y precisión, es decir, y cito la definición del diccionario: “que carece de adornos superfluos”.
Las plegarias a Dios (cualquiera que éste sea) van abriendo el camino que la película sigue, un viaje a la Suecia medieval en donde los valores, como la hospitalidad, la fe en dios, siguen marcando los rasgos de conducta de las personas; Karin (Birgitta Pettersson) una doncella que es enviada a dar ofrendas a la virgen, para esto deberá atravesar un bosque profundo y negro que alberga monstruos invisibles ante su mirada pueril e inocente, es por eso que su acompañante Ingir (Gunnel Lindblom), sufre tanto el pánico de atravesar el bosque. Ella conoce ya el miedo, a ella le han atacado antes los monstruos. Las escenas que se suceden durante esta parte de la película son de una tensión bárbara, he visto muchas películas del genero suspenso que matarían por contar con esta tensión, ese simple segmento de la película vale un Óscar que, por cierto, ganó; incluso la conclusión de esta parte, cuando vemos al Niño (Ove Porath) vomitando a horcajadas ante las aterradoras imágenes vistas, el personaje, por cierto, que lleva consigo cierto sentido de humanidad, arroja tierra a los restos de Karin y el impacto es tal en él que somatiza lo ocurrido y enferma durante el resto de la película, incluso es evidente que el arrepentimiento del Padre de Karin, Töre (Max von Sydow), proviene desde el cuerpo del niño que yace en el piso, en este sentido una pequeña acotación sobre el arma elegida por Töre: no elige la espada, elige el metal, que sirve para dar muerte a los animales de su granja, un detalle que narra bien las emociones proyectadas sobre los pastores, también es interesante pensar que el lugar que elige para matar al primero de ellos es, de hecho, un lugar muy similar en el que se clavan los verduguillos en porcinos.
Otro detalle que me parece importante señalar y que, al observarlo, me es imposible no relacionarlo con el ciclo pasado, es que Bergman también da siempre un lugar importante para el desarrollo de sus historias a la mesa; de las vistas hasta hoy, hay un momento preponderante en cada película que circula entorno a la mesa o a la comida.
Por último, la escena en la que el Padre de Karin, Tören (Max von Sydow), que por cierto nos da otra actuación maravillosa, está sentado en su silla al centro de la mesa, que por una parte tiene las ropas de sus hija y que, al otro lado de la mesa, tiene clavado el cuchillo, es abrumadora, simplemente sensacional, transmite y retrata lo sucedido, el cambio gestado en el padre y lo que sucederá. Como un tríptico que explica ese momento de la película.
Impresiones irrelevantes:
1. Conocimos la versión sueca y medieval de Summertime.
2. Que difícil debe ser comer sin lengua, no solo por la pérdida del sentido del gusto, sino por el mismo acto de tragar-masticar.
3. Yo si le hubiera echado otro brinco antes que se acabara de enfriar, en lugar de salir corriendo.
4. A los que, como yo, son fans de Games of Thrones, nos quedará claro de dónde se fusilaron completito el personaje de Osha (o es una intertextualidad, para que no se escuche tan cruel).

Si bien la mayoría de los aspectos de este filme son, por demás, positivamente notables, dista un poco de ser una película majestuosa. Uno de los aspectos cuestionables de la historia es la manera en la que el paganismo es presentado: si bien el manantial que brota debajo del cadáver de Karin podría ser producto de fuerzas divinas naturales y no cristianas (porque nunca queda del todo claro), las creencias de Ingeri acaban siendo tratadas como un detonador de toda la desgracia por exigir sacrificios humanos (aquí se le andan olvidando las Cruzadas a Bergman); el desarrollo de la trama no es el más ilustrativo y me parece que faltan ciertos ligamentos entre escenas que podrían darle más dinamismo a la acción: semejante historia legendaria con tantas sensaciones y sucesos queda un poco apretada en tan sólo 86 minutos. Aun así, la película no pierde en importancia histórica ni estética. Pocas creaciones han logrado esa mezcla de elementos brutales y sublimes de una forma tan equilibrada, tanto que Wes Craven le refriteó esta trama a Bergman en su primera y famosa obra gore The Last House on the Left.
Otras impresiones:
1. ¿Por qué a los suecos les encanta hablar de brujería?
2. Esas comidas de la familia Tore no se veían nada apetitosas.
3. Los caballos de Karin e Ingeri cabalgando frente al lago... se ve que Sven Nykvist ya está ahí.
4 / 5
Por Keith Nash
En la primera escena de la película, antes que suceda el primer movimiento de cámara, antes que nada suceda se enciende un fuego, que es, además de un símbolo en el filme, el disparo de salida para una película que en ningún momento pierde tensión, y aquí se nota ya la madurez que Bergman va cobrando como cineasta, a diferencia de las otras dos películas Sommaren med Monika y Smultronstället, son 86 minutos de tensión absoluta y constante, una película limpia que fluye como un manantial del que sería sabio abrevar. Una de las características que más he disfrutado de Bergman es la sobriedad, no me importa arriesgarme al decir, sabiendo que mi experiencia con este director es cortísima, que uno de los valores fílmicos que han cimentado el alto nicho en el que se encuentra es el de la sobriedad, por sobriedad entiendo sencillez, limpieza, elegancia y precisión, es decir, y cito la definición del diccionario: “que carece de adornos superfluos”.
Las plegarias a Dios (cualquiera que éste sea) van abriendo el camino que la película sigue, un viaje a la Suecia medieval en donde los valores, como la hospitalidad, la fe en dios, siguen marcando los rasgos de conducta de las personas; Karin (Birgitta Pettersson) una doncella que es enviada a dar ofrendas a la virgen, para esto deberá atravesar un bosque profundo y negro que alberga monstruos invisibles ante su mirada pueril e inocente, es por eso que su acompañante Ingir (Gunnel Lindblom), sufre tanto el pánico de atravesar el bosque. Ella conoce ya el miedo, a ella le han atacado antes los monstruos. Las escenas que se suceden durante esta parte de la película son de una tensión bárbara, he visto muchas películas del genero suspenso que matarían por contar con esta tensión, ese simple segmento de la película vale un Óscar que, por cierto, ganó; incluso la conclusión de esta parte, cuando vemos al Niño (Ove Porath) vomitando a horcajadas ante las aterradoras imágenes vistas, el personaje, por cierto, que lleva consigo cierto sentido de humanidad, arroja tierra a los restos de Karin y el impacto es tal en él que somatiza lo ocurrido y enferma durante el resto de la película, incluso es evidente que el arrepentimiento del Padre de Karin, Töre (Max von Sydow), proviene desde el cuerpo del niño que yace en el piso, en este sentido una pequeña acotación sobre el arma elegida por Töre: no elige la espada, elige el metal, que sirve para dar muerte a los animales de su granja, un detalle que narra bien las emociones proyectadas sobre los pastores, también es interesante pensar que el lugar que elige para matar al primero de ellos es, de hecho, un lugar muy similar en el que se clavan los verduguillos en porcinos.
Otro detalle que me parece importante señalar y que, al observarlo, me es imposible no relacionarlo con el ciclo pasado, es que Bergman también da siempre un lugar importante para el desarrollo de sus historias a la mesa; de las vistas hasta hoy, hay un momento preponderante en cada película que circula entorno a la mesa o a la comida.
Por último, la escena en la que el Padre de Karin, Tören (Max von Sydow), que por cierto nos da otra actuación maravillosa, está sentado en su silla al centro de la mesa, que por una parte tiene las ropas de sus hija y que, al otro lado de la mesa, tiene clavado el cuchillo, es abrumadora, simplemente sensacional, transmite y retrata lo sucedido, el cambio gestado en el padre y lo que sucederá. Como un tríptico que explica ese momento de la película.
Impresiones irrelevantes:
1. Conocimos la versión sueca y medieval de Summertime.
2. Que difícil debe ser comer sin lengua, no solo por la pérdida del sentido del gusto, sino por el mismo acto de tragar-masticar.
3. Yo si le hubiera echado otro brinco antes que se acabara de enfriar, en lugar de salir corriendo.
4. A los que, como yo, son fans de Games of Thrones, nos quedará claro de dónde se fusilaron completito el personaje de Osha (o es una intertextualidad, para que no se escuche tan cruel).
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