miércoles, 16 de septiembre de 2015

Nattvardsgästerna (1962) / Dir. Ingmar Bergman

Por Keith Nash

Una película que nos obliga a respirar profundo. Los miedos, las angustias y los terrores que acechan hoy al hombre son puestos a contra luz en un marco religioso, película que también retrata la vinculación que existe entre el hombre y la nueva ausencia de Dios. En la parte litúrgica en la que se celebra la unión entre hombres y Dios, la eucaristía, esta película nos plantea lo que sucede con un grupo de personas quienes desde sus más profundos y ocultos pensamientos han desarticulado esta comunión. Lo mismo que otras obras de Bergman, ésta aboga también por la reflexión, una reflexión que esta vez no ve hacia el firmamento en búsqueda de respuestas, sino al interior de los personajes, quienes, presas de sus propios pensamientos, deberán recorrer su propio vía crucis en aras de encontrar de nuevo la comunión con Dios o, en todo caso, el abandono del señor.
No es que los otros temas planteados por la película me sean indiferentes o me parezcan irrelevantes, sino que algo causó en mí la última parte de la película, cuando el pastor (Gunnar Björnstrand) tiene está conversación con el hombre que sufre una enfermedad crónico degenerativa, el sacristán Algot Frövik (Allan Edwall), el planteamiento profundo al que llega después de leer y revisar los evangelios, que además se los lee en forma de analgésico y a veces le resultan somníferos, y es esta idea de la sobrevaloración cristiana hacia el dolor y la penitencia de Cristo en su trayecto hacia el Gólgota, cuando a Cristo lo han abandonado sus discípulos que caminaron y predicaron su palabra, su más amado hermano, lo ha negado tres veces, y él entonces no sólo duda de su propia palabra, duda también de Dios, el hijo de Dios, con una corona de espinas sobre su frente, con clavos en pies y en manos, defenestra el dogma cristiano, ¡desde lo alto de la cruz!, cuestiona a su padre, cuestiona a Dios, la conclusión que Algot Frövik alcanza me parece un esplendor: “nunca entendieron”. Por otra parte plantea que el verdadero dolor de Jesús no fue físico, que incluso dice, y tiene razón, fueron solo un par de horas y nada más, sino que el dolor proveniente de su alma al sentirse solo, abandonado por todos y, más profundamente, abandonado por Dios, es un dolor inhóspito y terrible, tal vez el peor que seamos los hombres capaces de sentir.
Quedan muchas más cosas por revisar a este film, un sin número de buenas interpretaciones que se hacen a lo largo de película, el miedo a la soledad, al presente y su tecnología deshumanizada, el amor como medio para llenar los vacíos, el vacío que impide ser. Una película a la que sin duda volveré.

Impresiones irrelevantes:
1. Aquí tantos motivos para creer en Dios en la realidad que destituyen los dogmas.
2. Los sonidos suaves de la película le dan un cuerpo maravilloso, el reloj de las primeras escenas, el silbato del tren, el río que corre caudaloso cerca del cuerpo del suicida.
3. Pojkar en sueco significa "niños" (en la escena cuando están en el salón de clases se ve una llave colgada que tiene pojkar escrito)

5 / 5


Por A Lady

Ingmar Bergman termina el tratamiento directo del tema de la fe con una trilogía de filmes entre los cuales Nattvardsgästerna ocupa la posición de en medio (el primero es Såsom i en spegel y el último es Tystnaden). Esta trilogía también ha sido denominda por algunos críticos como la trilogía de los "dramas de cámara", y no es díficil darse cuenta por qué. En esta película, el espacio donde la acción se desarrolla es angosto e incluso algo claustrofóbico: las dudas de fe y la desolación existencial a la que se ven enfrentados los personajes, especialmente un soberbio Gunnar Björnstrand (Tomas), se materializa en las habitaciones que se ciernen sobre las individualidades abandonadas por la divinidad. La fotografía de Sven Nykvist es, para estos efectos, el medio perfecto para (aunque algunas tomas sean muy abiertas) transmitar sensaciones de enclaustramiento y encierro. Este mismo acinamiento de la acción en el espacio reducido hace resaltar las interpretaciones de los actores: la escena donde Marta (qué gloria de actriz era Ingrid Thulin) escribe oralmente la carta se desarrolla en una encuadre justo para abarcar un poco más allá de su rostro; la densidad de sus expresiones faciales y las frecuencias de su voz son tan exactas que la más mínima inflexión vocal o la arruga más sutil expresan esperanza o ansiedad infinitas.
Es en esta escena en la que se introduce la antítesis de todo ese abandono espiritual que acaba por llevar a Jonas Persson a matarse: el amor que Marta considera el único rescoldo de esperanza es el aspecto que el dogma presenta de manera más oscura y secundaria, ya que el sufrimiento de la pasión de Jesús (el cual es relativizado aquí de una forma que haría que muchos cristianos se pararan de pezones) es siempre el estandarte de casi todas las variantes del dogma cristiano.
Existe un límite para el alcance que el consejo de un individuo puede ejercer sobre la vida de otro: Tomas pretende impeler a Jonas para que no se quite la vida, mas el problema de este hombre no es sólo que China esté fabricando armas nucleares, sino todo lo que este hecho detona en su circunstancia de vida; con sólo enterarse de esta noticia hallable en cualquier periódico, Jonas se da cuenta que tal vez las bases éticas completas sobre las que su vida se sostiene no son más que convenciones éticas y religiosas, las cuales refutan totalmente la existencia de un Dios que cuida y cobija o, más aún, que diseña y predestina. El ser humano se encuentra completamente sólo en su devenir y lo único a lo que puede aferrarse para darle un sentido a su existencia son sus propios recuerdos. En esto, Tomas es la figura representativa, que es del todo consciente que su fe y su tarea de hacer creer a los feligreses es poco más que una farsa y cuyo sustento vital único era su esposa fallecida. La escena donde éste le confiesa a Marta la razón de su frialdad y su trato lejano es una de escenas características de la producción de Bergman en los 70's y posee una fuerza de sinceridad brutal que eriza la piel. Y eriza la piel porque muchos de los espectadores (entre ellos yo) encontrarán que esa brutalidad en la verdad no es sólo asunto de películas, que todos nosotros hemos querido (y alguna vez debido, mas no siempre hecho) estallar en sinceridad para que la culpa no se nos pudra en el cuerpo. La luz del invierno no se refiere así sólo a la magnífica y cruel iluminación que nos otorga la naturaleza en esa época del año en latitudes más norteñas, sino también ese halo miserablemente delgado que nos podría llegar a iluminar en los momentos más mortalmente fríos y oscuros de nuestras vidas: ¿por qué no podemos aprender a amar? Este es un filme construido con detalles: las sombras, las luces, los sonidos, los espacios, los gestos, las entonaciones... todo amalgama al producto final y nos recuerda que no de en balde August Strindberg también era sueco. Mi única reserva: 81 minutos me quedan muy cortos para semejantes temas y al final siento que la resolución queda demasiado incierta.

Otras impresiones:
1. Max von Sydow no tiene un Óscar... y ni falta que le hace.
2. La escena inicial de la comunión en la misa dura casi una quinta parte de toda la película.
3. Los rostros y Bergman... siempre los rostros y Bergman.

4½ / 5

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