Por A Lady
Siempre (o sea desde hace unos diez años) me ha aquejado la pregunta sobre el grado de objetividad que le es posible a un documental. De alguna incierta forma, tengo la certeza de que un documental de Michael Moore se fundamenta en un mayor grado de subjetividad que uno de Erroll Morris; también sé que las técnicas de construcción de su discurso audiovisual (como la edición, la músicalización, la presencia del documentalista en pantalla y fuera o al margen de ella, el enfoque temático, la integración de determinadas fuentes de información, etc.) son factores que determinan la recepción del texto y, por tanto, establecen la circunstancia inevitable de la posibilidad de interpretación. Hay documentales sin una u otra de estas técnicas, pero, como mi experiencia hasta el día de hoy me ha demostrado, no hay película real sin edición. Y es aquí donde siempre topo con pared. Cualquier edición tiene una carga de postura, pero ésta es interpretable de mil maneras. Y aun así... los documentales de Errol Morris y de Frederick Wiseman me parecen los más objetivos que he visto en mi mediana vida de cinéfilo. Desde aquel deslumbramiento que fue ver Gates of Heaven y la reafirmación del amor prometido que significó ver The Thin Blue Line, Morris no necesita refrendarme su honestidad. Hay una limpieza singular en todos sus enfoques, del tipo que sean, y una aparente ausencia total de coerción en sus individuos fuente, de manera que él parece casi desaparecer y es sólo en la edición, el guión y la musicalización donde se encuentran rastros de su postura. Ni Peter Davis ni Barbara Kopple, compañeros de generación de Morris, me provocan esa impresión. Pero es eso, sólo una impresión. Muy fuerte. Casi infalible.
Robert S. McNamara, ex-secretario de defensa de USA, fue básicamente la cabeza que comandó a los ejércitos gringos desde Washington durante la Guerra de Vietnam. A él se le reprochan muchas cosas y se le celebran otras, pero, si se atienden las impresiones que Morris produce, jamás se le podría acusar de estúpido, como podría hacerse, por ejemplo, con Westmoreland, quien ya había sido puesto en evidencia por Davis en Hearts and Minds. El título The Fog of War es una alusión a un témino militar, que se refiere a la dificultad de elaborar, aplicar y comprobar juicios prudentes en el transcurso de un guerra. Aquí entra un asunto importante en cuestión: el documental de Morris sigue parcialmente la estructura de un libro del mismo McNamara, en el cual éste da once lecciones para la vida aprendidas a fuerza de guerra y política dura. Las lecciones son:
Lesson #1: Empathize with your enemy.
Lesson #2: Rationality alone will not save us.
Lesson #3: There's something beyond one's self.
Lesson #4: Maximize efficiency.
Lesson #5: Proportionality should be a guideline in war.
Lesson #6: Get the data.
Lesson #7: Belief and seeing are both often wrong.
Lesson #8: Be prepared to reexamine your reasoning.
Lesson #9: In order to do good, you may have to engage in evil.
Lesson #10: Never say never.
Lesson #11: You can't change human nature.
A lo largo del filme, McNamara cavila acerca de estas lecciones y presenta experiencias específicas de su vida como demostraciones de la veracidad de sus puntos. Morris, como es característico de él, deja que McNamara hable, que se explaye, que llore. Y de repente da golpes, a lo que el ex-secretario no siempre sabe reaccionar sin perder por unos segundos su poderoso temple. Curiosamente, estos impactos hacia McNamara tienen que ver siempre con el gran error histórico que fue la Guerra de Vietnam y el primero que le es lanzado logra esquivarlo con una desviación que aleja el enfoque de Vietnam y lo lleva hacia los días de McNamara como empleado y luego como director general de la Ford, secuencia que se extiende alrededor de 20 min. Esta secuencia es importante en el cuerpo de la película, ya que representa el núcleo psicológico de McNamara: un hombre obsesivo y perfeccionista, muy probablemente acosado durante su infancia, adolescencia y adultez por ser inteligente e hijo de inmigrantes irlandeses (igual que su gran amigo y posterior jefe JFK), un hombre que superó estos avatares al probarse como uno de las mentes administradoras más exitosas de USA, que, además, inventó ciertos cinturones de seguridad para la Ford. Después de ahondar en este periodo de su vida, McNamara accede a tratar Vietnam. No hay nada en el discurso de este hombre que sea realmente nuevo o revelador acerca del complejo fenómeno que fue, como todas las guerras, la Guerra de Vietnam en sí; más bien, la revelación en retrospectiva radica en ver cómo los trastornos bélicos del siglo XX anteriores al de Vietnam condicionaron y establecieron las circunstancias necesarias para que este último conflicto fuera posible: la firme creencia disfrazada de los gringos post-Segunda Guerra de que deben velar por la "libertad" (o sea, por el capitalismo) del mundo; que cualquier descuido podría llevar a la destrucción nuclear del mundo en los 60's y 70's; que muchos gringos (y esto es algo que no sólo me escandaliza, sino me encabrona en demasía en la actualidad) creen y seguirán creyendo que los valores de su propia historia valen para las historias de los países de todo el resto del mundo; que sólo en la vejez y después de haber cometido errores fatales, se han dado cuenta que tomaron las decisiones incorrectas y desproporcionadas. El logro más maravilloso de Morris con esta película es que logra connotar que McNamara está utilizando estas once lecciones para justificar errores cometidos, graves errores. Cuando Morris lo cuestiona sobre la repartición de responsabilidades en la Guerra de Vietnam, evade, con recursos retóricos como pocos, aduciendo que cualquier respuesta dada por él sólo provocaría más críticas, y cambia de tema. A pesar de esto, hay un momento lapidario en el que McNamara logra responder a la pregunta sobre quién fue el ordenante principal que llevó a realizar tantas decisiones absurdas en Vietnam: el presidente (o sea, Lyndon Johnson).
Morris crea con The Fog of War el retrato de una vida de la guerra, así como ya lo había hecho Herzog en Little Dieter Needs to Fly. Una gran diferencia entre la vida de Dieter Dengler y la de Robert S. McNamara es el tamaño de las culpas. El punto en común más llamativo es la ausencia de arrepentimiento y esto es mucho más aterrador en el segundo sujeto. McNamara parece un hombre sensato y sensible cuando describe sus experiencias como soldado gringo en Japón durante la Segunda Guerra, bajo el mando de Curtis LeMay, uno de los militares más destacados y crueles de USA: el trauma de ver cómo la mayoría del territorio y la población japoneses eran innecesariamente masacrados por bombas (hay imágenes aéreas en las que Japón parece una inmensa red de luz) lo afectó, tanto como el asesinato de JFK en Dallas (escena en la que se le ve llorar), y sus aseveraciones son creíbles cuando dice que toda esa brutalidad no era requerida y que, de haber perdido la guerra, bien hubieran sido los gringos los que habrían sido justamente juzgados por crímenes de guerra y contra la humanidad. Lo que choca con esta sensatez es el interminable empeño en no aceptar que se equivocaron, que no tienen el derecho de injerencia mundial y que su lema de libertad es sólo el disfraz de aquel Destino Manifiesto del siglo XIX. Esas once lecciones son, al final, la pantalla de una reputación diplomática que le debe muchas respuestas al mundo.
En lo que sí estoy de acuerdo con McNamara es con su última lección: You can't change human nature. Y seguirá habiendo más guerras, más ahora, en un era en la que el cretinismo es visto por muchos como una facultad y no como la falta de ellas. Entonces seguirá habiendo guerras y genocidios, los cuales son cada vez más normalizados y permitidos; esto también significa que esta película, ni de chiste, perderá pronto su efecto, el cual, muy posiblemente y al contrario, aumentará. Como la guerra.
Otras impresiones:
1. La escena donde McNamara confiesa haberle reprochado a un político vietnamita su "necedad" y resistencia a la "libertad" que los gringos querían llevarles en los 70's, es lo que siempre he soñado suceda en escala masiva: que los estadounidenses se den cuenta lo ignorantes que son.
2. La escena donde se explica la actitud retrospectiva de Fidel Castro, quien en Loin du Vietnam es presentado como el modelo de guerrillero socialmente consciente, es aterradora: el hombre que prefiere arriesgarse a que su pueblo sea aniquilado con tal de seguir un programa ideológico. Perdón, pero eso sí es ser chairo y prueba de que el ser político de cualquier ala trae inevitablemente un cierto grado de corrupción de algún tipo. Es casi una ley natural.
3. Los carros Ford, como buen carro gringo, se me hacen refeos.
4. JFK tuvo que haber sido un tipazo desconcertante. No me explico tanta lágrima de varón gringo por él.
5. El rostro de McNamara es uno de los más expresivos que me ha tocado ver en zoom.
6. Norman Morrison, el cuáquero bonzo que se inmoló frente al pentágono, dirigió claramente su protesta hacia un funcionario: McNamara. Durante el ciclo se le mencionó en la primera y la última película.
7. Philip Glass es el amor de mi vida de los soundtracks.
8. Algunas de las más hermosas películas gringas tratan de Vietnam. Y aún así...
4½ / 5
Siempre (o sea desde hace unos diez años) me ha aquejado la pregunta sobre el grado de objetividad que le es posible a un documental. De alguna incierta forma, tengo la certeza de que un documental de Michael Moore se fundamenta en un mayor grado de subjetividad que uno de Erroll Morris; también sé que las técnicas de construcción de su discurso audiovisual (como la edición, la músicalización, la presencia del documentalista en pantalla y fuera o al margen de ella, el enfoque temático, la integración de determinadas fuentes de información, etc.) son factores que determinan la recepción del texto y, por tanto, establecen la circunstancia inevitable de la posibilidad de interpretación. Hay documentales sin una u otra de estas técnicas, pero, como mi experiencia hasta el día de hoy me ha demostrado, no hay película real sin edición. Y es aquí donde siempre topo con pared. Cualquier edición tiene una carga de postura, pero ésta es interpretable de mil maneras. Y aun así... los documentales de Errol Morris y de Frederick Wiseman me parecen los más objetivos que he visto en mi mediana vida de cinéfilo. Desde aquel deslumbramiento que fue ver Gates of Heaven y la reafirmación del amor prometido que significó ver The Thin Blue Line, Morris no necesita refrendarme su honestidad. Hay una limpieza singular en todos sus enfoques, del tipo que sean, y una aparente ausencia total de coerción en sus individuos fuente, de manera que él parece casi desaparecer y es sólo en la edición, el guión y la musicalización donde se encuentran rastros de su postura. Ni Peter Davis ni Barbara Kopple, compañeros de generación de Morris, me provocan esa impresión. Pero es eso, sólo una impresión. Muy fuerte. Casi infalible.
Robert S. McNamara, ex-secretario de defensa de USA, fue básicamente la cabeza que comandó a los ejércitos gringos desde Washington durante la Guerra de Vietnam. A él se le reprochan muchas cosas y se le celebran otras, pero, si se atienden las impresiones que Morris produce, jamás se le podría acusar de estúpido, como podría hacerse, por ejemplo, con Westmoreland, quien ya había sido puesto en evidencia por Davis en Hearts and Minds. El título The Fog of War es una alusión a un témino militar, que se refiere a la dificultad de elaborar, aplicar y comprobar juicios prudentes en el transcurso de un guerra. Aquí entra un asunto importante en cuestión: el documental de Morris sigue parcialmente la estructura de un libro del mismo McNamara, en el cual éste da once lecciones para la vida aprendidas a fuerza de guerra y política dura. Las lecciones son:
Lesson #1: Empathize with your enemy.
Lesson #2: Rationality alone will not save us.
Lesson #3: There's something beyond one's self.
Lesson #4: Maximize efficiency.
Lesson #5: Proportionality should be a guideline in war.
Lesson #6: Get the data.
Lesson #7: Belief and seeing are both often wrong.
Lesson #8: Be prepared to reexamine your reasoning.
Lesson #9: In order to do good, you may have to engage in evil.
Lesson #10: Never say never.
Lesson #11: You can't change human nature.
A lo largo del filme, McNamara cavila acerca de estas lecciones y presenta experiencias específicas de su vida como demostraciones de la veracidad de sus puntos. Morris, como es característico de él, deja que McNamara hable, que se explaye, que llore. Y de repente da golpes, a lo que el ex-secretario no siempre sabe reaccionar sin perder por unos segundos su poderoso temple. Curiosamente, estos impactos hacia McNamara tienen que ver siempre con el gran error histórico que fue la Guerra de Vietnam y el primero que le es lanzado logra esquivarlo con una desviación que aleja el enfoque de Vietnam y lo lleva hacia los días de McNamara como empleado y luego como director general de la Ford, secuencia que se extiende alrededor de 20 min. Esta secuencia es importante en el cuerpo de la película, ya que representa el núcleo psicológico de McNamara: un hombre obsesivo y perfeccionista, muy probablemente acosado durante su infancia, adolescencia y adultez por ser inteligente e hijo de inmigrantes irlandeses (igual que su gran amigo y posterior jefe JFK), un hombre que superó estos avatares al probarse como uno de las mentes administradoras más exitosas de USA, que, además, inventó ciertos cinturones de seguridad para la Ford. Después de ahondar en este periodo de su vida, McNamara accede a tratar Vietnam. No hay nada en el discurso de este hombre que sea realmente nuevo o revelador acerca del complejo fenómeno que fue, como todas las guerras, la Guerra de Vietnam en sí; más bien, la revelación en retrospectiva radica en ver cómo los trastornos bélicos del siglo XX anteriores al de Vietnam condicionaron y establecieron las circunstancias necesarias para que este último conflicto fuera posible: la firme creencia disfrazada de los gringos post-Segunda Guerra de que deben velar por la "libertad" (o sea, por el capitalismo) del mundo; que cualquier descuido podría llevar a la destrucción nuclear del mundo en los 60's y 70's; que muchos gringos (y esto es algo que no sólo me escandaliza, sino me encabrona en demasía en la actualidad) creen y seguirán creyendo que los valores de su propia historia valen para las historias de los países de todo el resto del mundo; que sólo en la vejez y después de haber cometido errores fatales, se han dado cuenta que tomaron las decisiones incorrectas y desproporcionadas. El logro más maravilloso de Morris con esta película es que logra connotar que McNamara está utilizando estas once lecciones para justificar errores cometidos, graves errores. Cuando Morris lo cuestiona sobre la repartición de responsabilidades en la Guerra de Vietnam, evade, con recursos retóricos como pocos, aduciendo que cualquier respuesta dada por él sólo provocaría más críticas, y cambia de tema. A pesar de esto, hay un momento lapidario en el que McNamara logra responder a la pregunta sobre quién fue el ordenante principal que llevó a realizar tantas decisiones absurdas en Vietnam: el presidente (o sea, Lyndon Johnson).
Morris crea con The Fog of War el retrato de una vida de la guerra, así como ya lo había hecho Herzog en Little Dieter Needs to Fly. Una gran diferencia entre la vida de Dieter Dengler y la de Robert S. McNamara es el tamaño de las culpas. El punto en común más llamativo es la ausencia de arrepentimiento y esto es mucho más aterrador en el segundo sujeto. McNamara parece un hombre sensato y sensible cuando describe sus experiencias como soldado gringo en Japón durante la Segunda Guerra, bajo el mando de Curtis LeMay, uno de los militares más destacados y crueles de USA: el trauma de ver cómo la mayoría del territorio y la población japoneses eran innecesariamente masacrados por bombas (hay imágenes aéreas en las que Japón parece una inmensa red de luz) lo afectó, tanto como el asesinato de JFK en Dallas (escena en la que se le ve llorar), y sus aseveraciones son creíbles cuando dice que toda esa brutalidad no era requerida y que, de haber perdido la guerra, bien hubieran sido los gringos los que habrían sido justamente juzgados por crímenes de guerra y contra la humanidad. Lo que choca con esta sensatez es el interminable empeño en no aceptar que se equivocaron, que no tienen el derecho de injerencia mundial y que su lema de libertad es sólo el disfraz de aquel Destino Manifiesto del siglo XIX. Esas once lecciones son, al final, la pantalla de una reputación diplomática que le debe muchas respuestas al mundo.
En lo que sí estoy de acuerdo con McNamara es con su última lección: You can't change human nature. Y seguirá habiendo más guerras, más ahora, en un era en la que el cretinismo es visto por muchos como una facultad y no como la falta de ellas. Entonces seguirá habiendo guerras y genocidios, los cuales son cada vez más normalizados y permitidos; esto también significa que esta película, ni de chiste, perderá pronto su efecto, el cual, muy posiblemente y al contrario, aumentará. Como la guerra.
Otras impresiones:
1. La escena donde McNamara confiesa haberle reprochado a un político vietnamita su "necedad" y resistencia a la "libertad" que los gringos querían llevarles en los 70's, es lo que siempre he soñado suceda en escala masiva: que los estadounidenses se den cuenta lo ignorantes que son.
2. La escena donde se explica la actitud retrospectiva de Fidel Castro, quien en Loin du Vietnam es presentado como el modelo de guerrillero socialmente consciente, es aterradora: el hombre que prefiere arriesgarse a que su pueblo sea aniquilado con tal de seguir un programa ideológico. Perdón, pero eso sí es ser chairo y prueba de que el ser político de cualquier ala trae inevitablemente un cierto grado de corrupción de algún tipo. Es casi una ley natural.
3. Los carros Ford, como buen carro gringo, se me hacen refeos.
4. JFK tuvo que haber sido un tipazo desconcertante. No me explico tanta lágrima de varón gringo por él.
5. El rostro de McNamara es uno de los más expresivos que me ha tocado ver en zoom.
6. Norman Morrison, el cuáquero bonzo que se inmoló frente al pentágono, dirigió claramente su protesta hacia un funcionario: McNamara. Durante el ciclo se le mencionó en la primera y la última película.
7. Philip Glass es el amor de mi vida de los soundtracks.
8. Algunas de las más hermosas películas gringas tratan de Vietnam. Y aún así...
4½ / 5