Por A Lady
No todo lo que en el cine gira en torno a Vietnam se concentra en la Guerra de Estados Unidos, que es el nombre que recibe en Vietnam lo que de este lado del mundo conocemos, irónicamente, como la Guerra de Vietnam. Ésta última abarcó la década de los 60's y 70's de forma tan sobrecogedora que se olvida, casi por completo, que los que llegaron antes que los gringos a maltratar y matar vietnamitas (antes de que incluso esa nacionalidad existiera) fueron otros güeros: los franceses, ya en el ocaso de su carrera colonialista, se dieron una última oportunidad para ocupar ilegalmente otro lugar. Y es entendible, ya que si le creemos al cine, este otro lugar es el paraíso que el humano perdió y hasta su nombre suena a leyenda: Indochina. Para los años de la Segunda Guerra Mundial, dígase 1941, Indochina se dividía en las provincias Cochinchina, Annam, Tonkín, Laos y Camboya, las cuales sobrepasan los territorios del actual Vietnam y componen hoy también los territorios de Birmania, Malasia, Tailandia, Laos, Camboya y Singapur. Los franceses de Vichy cedieron el control de esos territorios a los japoneses y en 1944, casi al final de la Guerra, regresaban los franceses a sus plantíos de caucho y guarniciones militares paradisiacas en Asia, muy madreados de los avatares que tuvieron con Fito Hitler, sólo para encontrarse con la fuerza que le daría el tiro de gracia al imperialismo francés: el Việt Min. Hồ Chí Minh ya hacía de las suyas (al fin) y es justo en este milieu donde transcurre la acción de Indochine. Para ser una película con un trasfondo histórico tan cargado, la trama, más bien, se enfoca en otros asuntos, asuntos que son más gratos de recordar. La historia secundaria de Camille y sus quehaceres comunistas está teñida de tórrido romance con el tal Jean-Baptiste Le Guen, la ex-nalga militar de su mamá francesa adoptiva; incluso el corto y muy particular despliegue de los horrores de los colonizadores franceses que vendían vietnamitas como esclavos está edulcorado por el regusto de tragedia familiar, técnica digna de las películas gringas más melodramáticas de los 40's.
Dicho esto, se puede intuir ya que Indochine, tratándose de una película sobre "historia", no es una película perfecta, ni muy buena. Tal vez, ni siquiera buena de forma pareja. Ni el Óscar a Mejor Película en Lengua Extranjera que se ganó para 1992 puede contrarrestar sus flagrantes defectos: al final, Indochine es la más grande y cara romantización del periodo colonialista francés en Asia del Sur y no un ajuste de cuentas medianamente decente con el pasado propio. Y aun así... hay cosas en ella, algunas cosas, que la hacen digna de verse, incluso con la boca abierta. Hay escenas, (fotografiadas por François Catonné, quien, al parecer, no trascendió nunca más) que iluminan la vida: la costa de Hải Phòng que es navegada por embarcaciones vietnamitas es un espectáculo que no he encontrado en ningún otro film; las puertas del palacio vietnamita que dejan aparecer la figura de Catherine Deneuve que porta una sombrilla blanca y un vestido rojo para ir al compromiso matrimonial de Camille, al cual no puede asistir por ser europea plebeya; una escena inicial que presenta una procesión funeraria en embarcaciones sobre el río, en la que el velo negro de la Deneuve parece salirse de la pantalla; el cadáver de Jean-Baptiste con un tiro en la cabeza, cargando aún a su bebé, que llora junto a él; los grandiosos saltos de niveles narrativos; una escena final en la que Éliane, portando un turbante y con sus tacones en la mano, apoyada sobre un barandal, viendo más allá del horizonte, viendo hacia el futuro, a la orilla del Lago de Ginebra. A diferencia de las películas estadounidenses de ficción que han conformado hasta ahora este ciclo, las cuales hacen de la historia una buena metáfora, Indochine intenta crear un universo histórico memorable y fracasa, pero en el transcurso de las casi 3 horas que dura este intento, la belleza plástica sale a relucir por momentos y, como es frecuente con las cosas que tienen que ver con el Vietnam natural, es una belleza incontenible que parece rodear todo lo que dentro de ella acontezca.
Como se dijo, Régis Wargnier fracasa con la intención épica de su filme. Sin embargo, éste funciona a una escala mucho, pero mucho más modesta de lo que proyectaba su concepción original. Algunos recursos del guión son ágiles, como el hecho de que Jean-Baptiste sea consecutivamente la nalga de Éliane (a quien trajo sólo ratos chidos y preocupaciones. Son dos europeos exiliados consolando mutuamente sus nostalgias) y de Camille (por la que cayó del todo y se volvió un títere, es el europeo que ve el infinitesimal proceso que es el cambio rotundo de una mentalidad por otra, de unas causas de vida por otras. Proceso que él nunca ha vivido y jamás vivirá). Pero parece que por cada giro astuto del guión hay una estupidez que medio lo arruina: el romance melodramático siempre viene a restarle seriedad a estos asuntos en el film, porque está malamente emplazado, malamente implementado. Otro acierto es el de crear un personaje femenino central; si bien la complejidad de construcción literaria que el guión le da a esta figura es dudosa, la complejidad de construcción histriónica que Catherine Deneuve configura es lo que no sólo salva a Éliane Devries, sino que la hace incluso memorable. Esta permanencia que los contornos de la Deneuve ejercen en la memoria del espectador se debe, en gran parte, a aspectos visuales y aquí es donde Indochine se gana un lugarcito (chiquito) en la historia del cine: su manejo de lo visual es espectacular y asombroso. Desde el vestuario de doña Deneuve y la iluminación y el encuadre, esta película demuestra lo que se quiere refutar con frecuencia: el cine descansa sobre bases visuales. Es cada vez más común que los intentos de apreciación cinematográfica se fundamenten de manera exclusiva en términos ideológicos (perdón, pero ¡qué pinche hueva y esnobismo!) o de plausibilidad de detalles irrelevantes ("¡esa especie de mango no se da en Vietnam!"). La gran paradoja es la falta de sensibilidad a la imagen artística en la era del simulacro. Es por esto que Indochine, en términos del mainstream, caduca. Rápidamente. Pero si esta fecha de caducidad implica el desperdicio de instantes que sacan suspiros, prefiero y con gusto echarme a perder con ella.
Indochina no fue, bajo ninguna circunstancias, la idea que la mayoría de los occidentales tienen de Vietnam, que se fundó, con grandes expectativas después de los Acuerdos de Ginebra en 1954. Lo que une a Indochina y a Vietnam es lo humano: el hecho de que algo bueno nazca de una guerra, para que se destruya con otra guerra. ¿Qué habrán sentido los veteranos gringos que hayan visto esta película?
Otras impresiones:
1. Después de varias experiencias interculturales en mi vida, especialmente las cinematográficas, he llegado a la conclusión que para muchos humanos ver un mango es como ver a un elefante rosa.
2. La música de Patrick Doyle cautiva.
3. Los franceses y el caucho, otra vez. Más bien, los europeos y el caucho.
4. Fumar mota se me hace sucio, aunque no lo sea, pero esto de fumar opio en Asia se me antoja muchito. Ha de ser por las pipas... o por los gorritos elegantes que todos traen cuando lo fuman.
5. El mestizaje europeo-vietnamita rindió ejemplares soberbios.
6. Algo que me ha llamado la atención durante todo lo que va del ciclo es la referencia mínima, pero muy latente, del papel que jugaron o pudieron jugar los traductores entre europeos y/o gringos y vietnamitas. Muchas vidas continuaron o se extinguieron gracias a una traducción.
3½ / 5
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