Por A Lady
1978 fue el año en que el cine de ficción despertó y vio que la Guerra de Vietnam aún seguía ahí, transformándose en memoria. Antes, el trastorno bélico que impregnó la resistencia a la derrota que tiene la milicia gringa no había sido ficcionalizado en la pantalla grande y era considerado por los grandes estudios un tema más que incómodo para el grueso de las audiencias norteamericanas, que habían tenido que soportar ver a su presidente (para entonces ya Gerald Ford) no admitir la derrota, disfrazándola de retirada voluntaria. Todo esto después de haber recibido por todos los medios de línea oficial la promesa mesiánica de una victoria contundente, totalmente absurda y brutal, pero contundente y provechosa para ciertos algunos... muy pocos ciertos algunos. 1978 fue el año de la "consciencia" y la "reflexión" sobre lo que se había(n) hecho en Vietnam los estadounidenses y esta reconsideración de postura a distancia temporal fue creciendo en brutalidad con cada estreno de ese año, como ejemplos secuenciados Coming Home de Hal Hashby (¡qué Diosito y Hashby me perdonen por no haber incluido esa joya en el ciclo!, pero este don requiere un ciclo para él solito), The Deer Hunter de Michael Cimino y, empezada en 1975 pero estrenada en 1979, Apocalypse Now de Francis Ford Coppola.
Si bien las tres obras comparten su aversión a la Guerra de Vietnam y sus consecuencias nefastas, sus métodos de representación y enfoques no pueden ser más distintos. The Deer Hunter es aquí la joya de la polémica a causa de eso que siempre le quiere contar alguien que ya vio la película a otro que aún no: la ruleta rusa. Debido a este filme, alguno que otro historiador con mucho tiempo de sobra se ha abocado a investigar si el Vietcong utilizó semejantes métodos de tortura-entretenimiento-enriquecimiento con los prisioneros de guerra, especialmente con los POW's, es decir, con los que eran gringos. Esta obsesión por la exactitud y legitimidad histórica, elementos ambos que son casi (y deberían siempre ser) del todo manipulables en un trabajo de ficción, es el ejemplo de una de las tendencias recurrentes en muchos de los críticos gringos: cuando se trata de una obra de arte que toma como fundamento de trama un acontecimiento histórico en el que USA se vea involucrado, el uso de metáforas que no encajen con su ideología o identidad poblacional es considerado como falseamiento digno de exhibirse a la infamia. El uso ahistórico de la ruleta rusa nació de haber adaptado una historia sobre esta práctica en los casinos de Las Vegas, la cual Cimino y Deric Washburn trasladaron al escenario de la Guerra de Vietnam, más con intenciones comerciales que por verdadera convicción antibélica. The Deer Hunter siempre me ha parecido un producto, sino globalmente grandioso, uno con momentos que se impregnan a la vida del espectador sensible. Hay momentos en los que los rostros de Christopher Walken y Robert De Niro expresan verdadero odio hacia sus victimarios, y no es nada difícil aceptar que, en realidad, pudieron haber disfrutado los momentos de revancha. Los victimarios son, por supuesto, soldados del Vietcong, con ademanes impasibles y sin el goce de subtítulos: una razón más para que muchos centinelas de la correctitud política denunciara racismo a cada escena. Mas allá de si hubo o no ruletas rusas en Vietnam, la metáfora funciona de forma terrorífica al ser una alusión al sistema bélico del mundo: hombres apostando para enriquecerse con las muertes al azar de enajenados, quienes, más allá de experimentar sensaciones limítrofes para simplemente sentir algo, no encuentran más sentido a la continuidad de su existencia. Fueran los del Vietcong, los franceses hacinados aún en Vietnam, los soldados gringos o los sudvietnamientas, la película no propone culpables y presupone que el espectador acepta que su misma ahistoricidad es la señal más evidente de que lo que se quiere representar es, entre otras cosas, el impulso irrefrenable y, aparentemente, eterno del ser humano por acabar con otras existencias, sea para ganar dineros, para defender patrias, para divertirse o para sobrevivir.
Es impresionante que aún muchos sigan pensando que la visión de esta película denota un patriotismo barato; las referencias a la educación y el comportamiento que los futuros "jóvenes veteranos" evidenciaban ya en sus terruños tiene connotaciones negativas más que obvias. John Cazale es detestable como Stan, cargando su pistolita y su antipatía para todas partes con el fin de reafirmar su ¿virilidad? La mediocridad en la que viven los demás compadres de la banda de amigos es lo que completa el cuadro de costumbres del pueblucho acerero en el midwest gringo. Lo interesante de que se presente este aspecto social negativo es que no se presenta aislado de otras dimensiones de la interacción de las generaciones de ruso-americanos y, tal vez por extensión, de muchos de los hijos de inmigrantes europeos que nacieron gringos. Si bien, la mediocridad y el cretinismo nunca se niegan, se muestra también la felicidad que representa el pertenecer a una comunidad identificada como propia. Después de la secuencia inicial de la boda de The Godfather, la boda de los primeros 51 min en The Deer Hunter pudiera contener los segmentos nupciales más emotivos y mejor compuestos del cine gringo de los 70'. En este contexto, que todos entonen God Bless America al final del filme no deja lugar, según yo, a interpretaciones patrióticas autoafirmativas que sean plausibles. Huellas de la fundamentación de la ironía acumulada de esta escena se encuentran durante toda la película, especialmente en la que Nick se ofende por ser cuestionado sobre la "americanidad" de su apellido, cuando Steve pierde las piernas y cuando la cultura machista y gun-sick del hogar está más que clara en Stan. Eso lleva a la cuestión que surge apenas en este filme del ciclo: sin los migrantes y sus generaciones de descendientes, USA jamás hubiera podido ganar una sola de sus numerosas guerra.
A muy poco pesar de estos maravillosos aciertos, The Deer Hunter tiene momentos de asincronía musical por demás inapropiados y hasta incómodos. Hay un a escena donde se enfoca la cima de una montaña y, de la nada, se oyen unas notas de cuerdas como de musical. El tema que toca John Williams (el virtuoso australiano de la guitarra, no el de Jaws) siempre me ha parecido más cursi que emotivo y le resta intensidad a la acción de las escenas de guerra.
Aún así, The Deer Hunter es una de esas películas que, además de sus ya conocidos méritos, desempeña un rol también necesario en estas épocas: el de desenmascarar las falsas correctitudes políticas, el reproche correccionista infundado y la simpleza de lo ordinario que el esparcimiento del simplismo trae consigo.
Otras impresiones:
1. Robert De Niro siempre se vio mallugable en sus películas de juventud, pero en ésta lo veo y sí ando pensando en abjurar de todo mi antimilitarismo para alistarme y tenerlo de compañero de litera.
2. Robert De Niro, bien, muy bien.
3. John Cazale, entonces la nalga de Meryl Streep, murió de cáncer de pulmón antes de que se acabara de filmar la película. Su corta filmografía se compone de varias de los filmes más importantes del cine gringo de los 70's.
4. Dice el chisme jugoso hollywoodense que Cimino era una caca del tamaño de sus épicas. Acabó de pleito con el editor, con el músico y con el guionista de la película.
5. Pareciera que la música folclórica rusa no tiene competencia cuando de poner ambiente en una fiesta se trata.
6. Radio Vietnam: Can't Take My Eyes Off You en la versión de Frankie Valli.
4 / 5
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