martes, 16 de febrero de 2016

The Cabin in the Woods (2012) / Dir. Drew Goddard

Por A Lady

Pocas películas en la actualidad logran renovar un género de manera tan fresca con una premisa tan antigua como lo hace The Cabin in the Woods. Es curioso que una comparación de esta película con las autorreferencias que se pueden encontrar en Scream dé una correspondencia de una tendencia en el cine de horror que se manifiesta cada vez más clara y más integrada en el desarrollo de la trama: si Wes Craven manifiesta que los patrones compositivos de los filmes de terror de adolescentes son patrones repetitivos que, después de todo, no están tan lejos de algunas realidades, Drew Goddard los reelabora para una realidad construida, en la cual funcionan como los fundamentos del orden social mismo y como requisitos de la permanencia del ser humano en la tierra. Es la superpotencialización del rol del adolescente-víctima, la cual se deja entrever en la apariencia mercadológica del filme (trailers), mas no deja sospechar los fundamentos de su trama, que acaban por ser lo radicalmente distinto en comparación con otras obras de más o menos el mismo corte. No sé si la moda que de repente impuso este filme entre el peladaje hipster se deba en parte a estas referencias, aunque dudo que el efecto de la película se mantenga como lo hizo la de Craven a finales de los 90's y principios de los 2000's gracias a las interminables parodias que de ella se hicieron; esperemos que de la película de Goddard no se desprendan tantos subproductos lamentables. Después de todo, las películas de horror se vuelven memorables la mayoría de las veces por ser una muy buena idea materializada de una muy buena manera después de una serie de producciones más que fallidas que confían de más en las convenciones establecidas del género y, por lo tanto, son incapaces de ampliarlas o transgredirlas de manera inteligente. 
Otro de los síntomas contemporáneos en The Cabin in the Woods es que es difícil definir a qué género pertenece mayormente: sobre toda clasificación genérica se impone la del horror debido a la inmediatez de ciertos factores compositivos (personajes esquemáticos y reconocibles, trama del todo identificable y comparable), pero el punto de giro del filme da cabida a múltiples categorías (comedia de terror, workplace comedy, sci-fi horror) y justo con la ciencia ficción pueden encontrarse más alusiones: la presencia de Sigourney Weaver no es una mera cosa de casting, ya que se le presenta como la directora de todo un sistema destinado a mantener satisfechos a los seres más antiguos mediante la tecnología más avanzada (quien no reconozca la intertextualidad, vea la lista de filmes más detacados de 1979 y 1986). Cuando se ha visto la escena final, es claro que se trata aquí de una amalgama de las fuentes del miedo humano que han mutado con los milenios, pero que persiguen siempre un mismo fin: el control de las vidas humanas para un fin específico.
Uno de los aciertos más gratificantes del filme es la relación entre el terror y el oficinismo más godín: los horrores más variados son sólo el stock de las fuerzas de trabajo otorgadas por un orden elemental y, literalmente, titánico. Es un shock para el espectador saberse engañado (y fascinado por el descubrimiento de este engaño) al enterarse que todos los seres de los filmes de horror, materia de las pesadillas de muchos, son agentes que, en realidad, perpetúan el devenir funcional del mundo. Una de las escenas que será difícil de borrar de mi mente es aquélla en la que los dos jóvenes que mueren al último (la virgen y el mariguano) bajan por un elevador de páneles transparentes y recorren todo el almacén de criaturas terroríficas (bastante reconocibles, por cierto, pero un poquito modificados pa’ no tener que pagar derechos de autor).
Otro de los puntos que me llamó más la atención fue la normalización del horror de la muerte violenta en la cotidianidad: en la oficina de control del proyecto de sacrificio, los godínez apuestan sobre qué monstruo será el elegido para eliminar a los jóvenes incautos e incluso celebran el aparente buen término del mismo (¿reality shows? ¿les suena?). El verdadero horror no es la existencia y acciones de estas criaturas, sino el grado de normalidad que han alcanzado en nuestras vidas.
Lo grato y, para mí, más novedoso de la película es la mezcla de una idea aún no tan desarrolllada en las temáticas tradicionales del cine de este género (el terror como parte del sistema) y de una fuente legendaria tan antigua como el humano mismo (los titanes, señores del mundo) en una obra que, en apariencia, es un dead teenager horror film más y que resulta ser una de las mejores propuestas del género en lo que va de esta década.

Otras observaciones:
1. Juro que pensé que el lobo le iba a dar la mordida a la rubia. Afortunadamente fueron más astutos.
2. ¿Una película de teen horror sin Chris Hemsworth medio encuerado? ¿Juaaaaayyyyy?
3. Hellraiser, It, muchas películas clásicas de la Universal y muchas películas asiáticas de terror.
4. Sigourney Weaver es la actriz más bad ass del mundo.

4 / 4



Por Keith Nash

The Cabin in the Woods... ¡vaya agradable sorpresa! Al verla por primera vez, hace un par de años, esta película me causó una profunda marca, me hizo volver a evaluar mi concepto sobre el cine de terror, me hizo saber aquella vez que el cine de terror estaba sólo estereotipado en mi cabeza y que había de nuevo que reencontrarme con ese género a partir de una mirada fresca y limpiando de mi visión ciertos vicios que como espectador me había generado, ni yo se bien por qué, en su entorno, antes de ver esta película, la cual por cierto renté aquella vez en un Blockbuster (que el Dios del corporativismo salvaje y capitalista guarde en su santa gloria). Pensaba, tontamente, que el cine gringo de terror estaba copado de rubias bobas muertas, de damitas chillonas y virginales y de jóvenes obtusos y huecos que no podrían sobrevivir en el mundo real. En pocas palabras, por muchos años ese género me daba una terrible hueva y ni de chiste me acercaba al pasillo de terror en el Blockbuster. Las dos principales revelaciones fueron que: a) puede ser sumamente divertido y lleno de humor y b) puede ser agudo e inteligente.

¿Somos títeres?:
Dentro de las amplias reflexiones que esta película, escrita y dirigida por Drew Gorddad, nos invita a hacer es la de evaluar el entorno opresivo y sistematizado en el que hoy los jóvenes tratan de desenvolverse. Los destinos están creados y todo ha sido previamente determinado, la realidad se ha convertido, si no es que siempre fue así, en una fusion entre el orwellismo y huxleysismo, en donde el miedo y la manipulación mediática se han encontrado con el hedonismo y la ciega búsqueda del placer inmediato; para salvar a este mundo que hemos creado, debemos sacrificar ritualmente a la juventud y el ritual de salvación es simple, debemos sacrificar sus principales virtudes, la sana punsión sexual, la salud física, la inteligencia o la sed de conocimiento, la alegría o locuacidad y, por último, la inocencia. Y aunque en esta película los elegidos para llevar acabo el sacrificio son unos campesinos zombies, al parecer por medio de un azar, son también símbolos claros del aletargamiento y de lo retrogrado, personajes de ficción que quedan magistralmente y con clara intension en la opacidad, fanáticos religiosos que decidieron destruirse a sí mismos infringiéndose dolor antes que permitir alguna evolución de pensamiento. Está claro también que el pacheco del grupo es quien logra desde un inicio observar más allá de lo establecido y esto en función de que la droga que consumía, por un error de cálculo, dejó de generar efecto en él; además, claro que, independientemente de su adicción, el tipo no era ningún obtuso.
No nos hace falta llegar a un mundo subterráneo y hermético, casi misterioso, para saber u observar los terrores que quienes gobiernan el mundo nos tienen preparados; en esta ejemplificación The Cabin in the Woods se roba el espectáculo, al encontrar un almacén de terror, en donde todos los espectros, monstruos, espíritus chocarreros, fantasmas y entes malditos, convergen para hacer una secuencia de escenas que hacen la delicia, a veces por irónicas, otras por gore y una más por clásicas. Al final la película plantea el más escalofriante dilema y que dejo como punto final de este post: ¿valdría la pena sacrificarse para salvar este mundo?

Impresiones irrelevantes:
1. Hay algo en Franz Kranz que me recuerda mucho al protagonista de Donnie Darko.
2. Creo que no hablé para nada del magnífico sentido del humor que se disfruta tanto en esta película.
3. Siempre que pienso en Blockbuster y la compra que hizo grupo México (o como quiera que se llame el consorcio de Salinas Pliego) no puedo evitar pensar en Randy Marsh de Southpark.

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