Por A Lady
Para 1944 James M. Cain se había hecho con el título del escritor policiaco más leído en USA, y Hollywood no dejó de ser un reflejo y un beneficiario (en todos los sentidos) de ello. Más beneficiado aún si se toma en cuenta que el guión de Double Indemnity fue el coproducto de otro de sus trabajadores de aquellos años: Raymond Chandler, contemporáneo de Cain y uno de los grandes novelistas y guionistas en los USA de los 40's; la trama insertada en el ámbito de las aseguradoras establece una conexión por demás portentosa entre la inconsciencia humana y los rasgos técnicos de una cláusula cuyo único próposito es dejar desprovisto a alguien que se cree protegido.
La habilidad está presente por todas partes en esta película: desde la toma inicial con la sombra de Walter Neff como fondo de los créditos, los diálogos engañosamente sencillos y coloquiales, un Edward G. Robinson dando uno de los personajes secundarios más memorables de su carrera y, el eje de todos esos vientos, Barbara Stanwyck.
Una de las aspectos más entrañables de este film es el tratamiento de la naturaleza humana que presenta, la cual materializa ya las premisas morales del film-noir maduro posterior a 1942: las personas (sean modestos campesinos, gerentes de reclamaciones o vendedores en aseguradoras o esposas aparantemente victimizadas) actúan bajo el único imperativo de obtener sin miramientos ganancias y ventajas. En todo caso, esta actitud parece ser inherente y casi fatal para dichos individuos, algo de lo que, una vez comenzado, nada se puede enmendar ni mucho menos detener: "Straight down the line..." van Neff y Mrs. Dietrichson una vez que han iniciado su plan. En esto Double Indemnity tiene pocos rivales. Las acciones que se emprenden por Fred MacMurray Barbara Stanwyck parecen salir incluso de la simpleza soporífera de sus respectivas rutinas e incluso plantear la posibilidad de cometer un asesinato premeditado tiene pinta de ser un tema común que suele salir entre copa y copa de una noche de plática. Es esto lo que requirió un guión superior para encaminar tres talentos tan desbordantes en su contención como el de Edward G. Robinson, Fred MacMurray y Barabara Stanwyck, cuyo fantasma es ahora una de las femmes fatales más avasalladoras en su cinismo y su belleza; es ella quien sienta un modelo a seguir (y tal vez sólo superado a veces por Rita Hayworth) con respecto a la combinación adecuada de sexualidad, belleza y crueldad. Hay momentos en los que los diálogos son melodrámaticos en contenido (esa escena del reclamo en el super) y, sin embargo, son transformados en soberbias palabras de engaño pronunciadas por esa cabeza increiblemente rubia portando unas gafas de sol para ocultar la alevosía que podría trasminarse por sus ojos. No hay, además, muchas imágenes que desafiaran en esa época el Código Hays tanto como aquella Ms. Stanwyck asomándose por el balcón interior de su casa para enterarse de qué ingenuo estaba a punto de volverse el medio masculino para hacer posibles sus planes. Las tomas cerradas a sus pies, portando la famosa anklet y bajando por las escaleras, es una de las tomas más eróticas de todo este subgénero.
Si bien Fred MacMurray es también memorable en su interpretación de Walter Neff, es aún más digno de alabanza el Barton Keyes que personifica Mr. Robinson. Éste funciona como la medida moral de Walter y la amenaza permanente para Phyllis, es el destinatario de toda la narración de la película y, finalmente, el detonante del impulso de acción y también de la catástrofe, sin siquiera interferir directamente en el devenir de la pareja de criminales. Es una interpretación hecha casi exclusivamente de estamina interior expresada en un carácter complejo en su multidimensionalidad.
El único personaje que da muestras de compasión y empatía es Lola, la hija de Mr. Dietrichson (que a mi parecer es más despreciable que Phyllis porque tiene un carácter vomitivo y no es nada fashion); éste es un guiño gloriosamente ambigüo acerca de la esperanza que representa la honestidad de la juventud, la cual, para su gran desgracia, no es nada buena en tomar decisiones prudentes (o prácticas, por lo menos) sobre su propia vida. Nunca queda del todo claro si Nino Zachetti ha estado cochando últimamente con Phyllis, pero sea cual sea la situación, es perjuicio para Lola.
Una de las cosas que siempre me han parecido más que reprochables, pero en todo caso justificables, de las vidas que el film-noir nos presenta es el ímpetu. En realmente muy pocas ocasiones creería pertinente disculparse por reconocer el cinismo, la indiferencia voluntaria ante las catástrofes de las acciones propias y esa aceptación final del hecho de que esos monstruosos momentos gloriosos sólo se pueden pagar con la terminación de la vida misma, prevista y recibida, si bien con uno que otro reclamo y evasiva, como el buen estoico que se requiere para llevar semajante vida. Mrs. Phyllis, a final de cuentas, es ese ímpetu humano. Con cabellera soberbiamente amarilla. Y los ojos de basilisco más hermosos que haya visto.
Otras impresiones:
1. Debió promocionarse una secuela que fuera la vida de esposa golpeada y abnegada de Lola viviendo con Nino, en la que se pusiera bien loca y delincuente.
2. Quiero aprender a encender cerillos con los dedos.
3. ¿Cuántos actores frecuentes del film-noir decían que murieron de enfisema?
4. La voz de Barbara Stanwyck en esta película posee la mayor costra de seducción de la que sea posible un aparato articulatorio humano.
5. Y típico que alguien de Oregon tiene que venir a arruinarte el asesinato con sus ganas de hacer amigos.
6. De un tiempo para acá siempre he pensado y sabido que las aseguradoras son la institucionalización más acertada de ese "ímpetu".
5 / 5
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