Por A Lady
A James M. Cain le fue muy bien con las películas. Sus novelas más apreciadas empezaron a ser justamente más apreciadas debido en gran parte a las adaptaciones que de ellas se han hecho al cine. La triada compuesta por Double Indemnity, Mildred Pierce y The Postman Always Rings Twice son suficiente razón y circunstancia para, por lo menos, despertar el interés en el ingenio que engendró esas historias y, si se puede acomodar más o menos con las tradiciones y los intereses político-académicos, hasta para darle chance de entrar a cierto canon. Canon de serie B, pero canon al fin.
Muchas fuentes concuerdan en que el guión que Harry Ruskin y Niven Busch basaron en la novela de James M. Cain para la produccion de la MGM de The Postman Always Rings Twice es un caso que provocó no pocas ganas de demanda legal y juramentos de venganza, incluyéndose entro los deudos el mismo James M. Cain. También concuerdan estas mismas fuentes en que dichas alteraciones a la historia original fueron "mutilaciones" necesarias para actuar de conformidad con la censura del Código Hays, ya bastante mentado durante este ciclo. No dudo en que ambas aseveraciones sean ciertas; sin embargo, es imposible no escandilizarse algo ya en pleno 2017 al volver a ver este filme de Tay Garnett considerando el tiempo de su realización. El film noir era el subgénero del que salían la mayoría de los escándalos y secuencias sospechosas para los censores y ya Barbara Stanwyck (Double Indemnity), Martha Vickers (The Big Sleep) y Rita Hayworth (Gilda) han dado muestra de ello, pero la imagen de Lana Turner en shorts y turbante no debe esforzarse mucho para barrer con los innuendoes de esas otras tres damas. Lana Turner es en esta película el eje motriz de la acción y, a pesar de que la composicion temática de The Postman Always Rings Twice no expande las convenciones del subgénero, Cora Smith representa un giro considerable a las capacidades comunes de la femme fatale: ésta posee ambiciones pequeñoburguesas que van más allá de quedarse con el "héroe" al final de la trama y su capacidad de concentración y densidad sexual es mucho muy superior a la de cualquier otra de esas señoritas con (aparentemente) malas intenciones de las otras películas. Hay escenas en las que el innuendo desaparece para dar paso a muy claras insinuaciones sexuales entre Cora y Frank Chambers, así como a comportamientos demasiado permisivos para la época (Nick Smith permitiendo que su esposa vaya y venga a todas partes y horas con Frank sin ningún tipo de recelo y hasta fomentándolo él mismo).
John Garfield interpreta a un personaje que posee ya rasgos de aquel producto en que llegó a convertirse el detective malicioso pero íntegro de los primeros productos del film noir (The Maltese Falcon) o del empleaducho pusilánime pero consciente de sus actos (Double Indemnity). Frank Chambers sólo es poco más que un vagabundo buscando vivir y huyendo de la rutina y el tedio. En algún punto del desarrollo de la trama, su consciencia se reduce a cero y comienza a actuar sin ningún tipo de cuestionamiento mayor a lo "correcto" de sus procederes; pareciera que el motor de sus acciones no es él mismo o la coerción de Cora ejercida a través del sexo, sino algo más abarcante e incuestionable, y por lo mismo irracional. Parece que lo que impulsa a Frank es simplemente el destino. La escena final, que explica el sentido del título del film, lo confirma.
Esta misma predestinación es no menos perpetuada por el sistema judicial, representado aquí por los abogados Kyle Sackett y Arthur Keats, quienes demuestran que la ley es un sistema liberíntico del que siempre se puede hallar una salida cuando se sabe leer e interpretar bien. Que las leyes son perlocuciones fabricadas de palabras que, naturalemente, pueden ser sobreinterpretadas, malentendidas, fallidas: la palabra, una de los más manipulables cocncepciones humanas, como única barrera a la libertad absoluta de los humanos. Esta insuficiencia podría ser la razón por la que la muerte más o menos espontánea es el único castigo posible para Cora, ya que se produce prácticamente de la nada, de un descuido, sin juicios ni reclamos de los afectados. Tal cual, como predestinación. Curiosamente sólo han muerto dos femmes fatales en lo que lleva esta ciclo: Phyllis (Double Indemnity) y Cora. Parece ser que el film noir prefería dejar el castigo de la maldad femenina al juicio de la colectividad (majadera y sin diversión), que darles el lujo de la muerte privada.
La fotografía de Sidney Wagner es especialmente sugerente en el enfoque de los umbrales. Es curioso que la figura o silueta más recurrente frente a las puertas, especialmente del restaurante de Nick, sea la de Lana Turner, sin que pueda reconocerse del todo si tiene la intención de salir o de entrar. Funciona como una efigie que hipnotiza y, a la vez, resguarda algo. Tal vez algo nada agradable para el que se atreva a cruzar el umbral.
Al final, Cora y Frank resultan dos individuos que, aparentemente, no pretenden engañarse. Es algo sobre lo que el espectador sólo puede conjeturar. ¿Fue el accidente realmente eso, un accidente? ¿Habrá averiado Cora la maquinaria del auto para provocar un accidente del cual planeaba salir viva, como ya lo había hecho antes? Sea como sea, dudo que, en caso de haber sobrevivido, se haya reformado para ser una mujer "decente". Indecente se habría quedado. Por eso amo a las femmes fatales.
Otras impresiones:
1. Los zapatos y pies femeninos, y los enfoques en cámara que de ellos se hacen, tienen un papel elemental en la narrativa de estas películas.
2. Cora limpiando su zapatilla con un cepillito.
3. Los blancos de algunas piezas de vestuario de Lana Turner son para deslumbrarte y no ver bien como por una semana.
4. Si a mí me dicen que tengo que ir a cuidar a la hermana paralítica de mi marido, si andaba matando gordos borrachos y hasta peor.
4½ / 5
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