martes, 22 de marzo de 2016

The Lady from Shanghai (1948) / Dir. Orson Welles

Por A Lady

Hay momentos en la formación visual de cada cinéfilo que expanden los límites de su idea acerca de lo que puede ser representado y visto en el cine. Estos momentos están casi siempre materializados por escenas, momentos específicos y breves, o secuencias de ellos, a través de los cuales el acervo visual del espectador y sus condiciones de existencia son transformados de forma radical al reposicionar los hitos que delimitan nuestra capacidad de percepción y de invención: darse cuenta que, si bien no todo puede expresarse con palabras, casi todo puede expresarse con imágenes. Este papel tiene en mi vida la escena de los espejos en The Lady from Shanghai. Según reportes del mismo Welles y terceros, la escena debía durar alrededor de 20 min, pero, como fue el caso de casi todas las producciones importantes de Orson Welles, la edición redujo su versión final a 3 min debido a desacuerdos con Harry Cohn, el entonces director de Columbia Pictures, al que Welles debía dinero y a quien justo le dirigía esta película con la intención de saldar con ella la deuda. Mejor pago no creo que Columbia haya jamás tenido.
Viendo este filme, que tiene mucho en común con las grandes obras de Welles, no es nada enigmático el por qué los estudios eran su enemigo número uno: la trama compite en complejidad y rapidez con la de The Big Sleep y el uso del humor y la ironía en el guión no es nada condescendiente con el espectador de a pie, quien probablemente esperaría una severidad usada menos "en serio". Además, la obsesión de Welles por crear un producto que fuera identificable con la realidad por parte del espectador lo llevó, de nuevo, a rodar la mayoría de las escenas en locaciones exteriores, lo cual representaba más presupuesto. Curiosamente, Welles no sobrepasó ni tiempo ni dinero de los estudios haciendo The Lady from Shanghai, pero Cohn se las ingenió para rechazar la primera versión de Welles y mandarlo a rodar de nuevo y a reeditar, con la intención de que, como siempre, se extiendera en plazos y dineros y mantuviera su mala fama y, por consiguiente, sus dificultades con lo estudios. The Lady from Shanghai es para muchos el epítome del film noir y no menos por haber sido una de las películas más infravaloradas en USA y ser deificada por los críticos franceses en el momento de su estreno. Para 1948, acabada ya la Segunda Guerra y enterados todos de las dimensiones de los horrores, los atisvos de optimismo en los filmes de este subgénero prácticamente se extinguen. El espectador está ante un rat pack que es fuente destrucción y que está plenamente consciente de ello (la parábola de los tiburones es uno de los elementos narrativos más bellos de este ciclo, por su sencillez y efectividad). Esta banda de engendros está lidereada en esencia por la que probablemente es la femme fatale más nihilista que dio el cine gringo: Rita Hayworth como Elsa Bannister, quien para esta película ya andaba rubia, de pelo corto y medio divorciada de su marido Welles. En apariencia el motor que lleva a Elsa Bannister a engañar Michael O'Hara es la autoconservación y el rescate de su propia "integridad", pero con el transcurso de los eventos en el filme, es claro que los planes de Elsa, si bien siguen un hilo conductor, son más bien producto del tedio, del hostigamiento y de la negación de que exista algo o alguien en lo que o en el que valga la pena creer; esta niña no busca dinero ni beneficio, sólo escapar del vacío, quizá mediante la destrucción. El resto de la pandilla es igual de siniestro: Arthur Bannister (interpretado por el glorioso colaborador frecuente de Welles, Everett Sloane) y George Grisby (interpretado por Glenn Anders). Justo este último es el que mejor encarna la enfermedad inherente al grupo; sus gesticulaciones, grasa facial permanente y (son)risas completamente fuera de lugar son las señales que el excesivamente ingenuo O'Hara nunca terminó por entender.
Las escenas del juicio de O'Hara son una muestra maravillosa del trabajo de dirección de Welles, en las que parecen tan fluidas y naturales todas las reacciones, comentarios y apariciones de los presentes en el juzgado, cuando, en realidad, es seguro que las tomas fueran repetidas hasta el hartazgo. Otra muestra de lo que Welles podía sacar del potencial de sus actores (y, en este caso, de su ex-wife to be) se aprecia en casi todas las apariciones de la Hayworth en cuadro. El close-up en la parte en la que ella canta acompañada de una guitarra es capaz de sacarte algunas lágrimas sólo por el simple hecho de ver su rostro moviendo sus labios a una cadencia de tal sensualidad que las connotaciones sexuales se esfuman para dar paso a otras asociaciones más sutiles. Curiosamente, al actor al que menos pudo sacarle provecho Welles en esta película fue a él mismo: Michael O'Hara debe ser, como la historia lo exige, el pobre diablo que cae víctima de su propio residuo de fe en el prójimo y en la posibilidad del amor, pero su carácter resulta demasiado consciente de su propia reiterada estupidez y flema sin mostrar ninguna disposición a hacer algo al respecto, sino más bien a seguir reiterando cómo su destino es y será por siempre fungir como el pelele de los "tiburones".
Otra de las reiteraciones del film noir es la presencia de México, en este caso Acapulco, como refugio de malhechores. No obstante el rol preestablecido de Latinoamérica dentro del subgénero, el enfoque con el que Welles retrata a los mexicanos no está muy alejado de las películas que años antes ya había empezado a hacer Emilio Fernández, especialmente visible en La perla: es una romantización del mundo indígena, como si los únicos malos fueran los gringos que se pierden entre las muchedumbres mexicanas, pero que no por eso deja de resaltar su halo de desilusión; sólo en una línea O'Hara alude a lo engañoso de esa apariencia apacible e inocente que dan los mexicanos, debajo de la cual sólo hay culpa. ¿De qué? Bueno, por lo menos Welles vio a México con ojos más abarcantes que otros.
Uno se queda toda la película esperando que lleguen a Shanghai, pero las escenas en el barrio chino de San Francisco no le piden nada a cualquier otra que hubiera sido filmada en China. Aquí se muestra otro prejuicio similar al aplicado a Latinoámerica y que tomaría más fuerza y hasta dimensiones grotescas en filmes gringos del futuro y de los géneros más diversos: los chinos son malas personas. A pesar de eso, la secuencia dentro del teatro chino es seminal para el desarrollo de las temáticas de muchas otras películas detectivescas y criminales que debían venir en un futuro próximo a finales de los 40's. Lo cual nos lleva al tesoro que es la escena final. La escena de los espejos en el parque de diversiones es más que un trabajo glorioso de edición. Desde el inicio de la secuencia (cuando O'Hara se desliza por un tobogan y va a dar a una especie de plataforma) el manejo de las formas es ejemplar y único entre el corpus por demás nutrido del film noir. Puedo incluso atreverme a decir que el reciclaje que hace Welles de estas formas y composición de cuadro en The Trial en 1963 pudieron haber sido inspiración para Willy Wonka and the Chocolate Factory de Mel Stuart. Los rostros y los cuerpos en movimiento, sus yuxtaposiciones, la combinación de luz y sombra y el ritmo de cambio de cuadro componen una lección soberbia de efecto y poder visual, icónico, puede decirse. Hay instantes en el transcurso de esta secuencia en los que uno quiere ralentizarlo para extraer de cada cuadro el mayor placer posible. De esas pocas veces en lo visto es casi tan letal como las personas en cuestión: uno se puede morir de belleza.

Otras impresiones:
1. Por lo menos en Enter the Dragon, en Once Upon a Time in America y en Manhattan Murder Mystery se hace referencia a una u otra escena de The Lady from Shanghai. Dicen que en John Wick: Chapter 2 hay una escena de balacera en un cuarto de espejos. Las películas de Rita Hayworth empistolada tienen algo con las intertextualidades (véase Gilda).
2. Rita Hayworth hablando chino.
3. La sirvienta de Bannister tiene un rostro especialmente perturbador.
4. A lo que sí le atinaron con su prejuicio hacia México es que Acapulco se volvería nido del hampa.

4½ / 5

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