Por A Lady
Creo haber mencionado ya que, en parte, llegué a Buñuel a través de un cine-club que organizaba un profesor de uno de los campi de la Universidad Cristóbal Colón de mi pueblo. Había más entusiasmo del organizador que quórum de asistencia, pero aun así, como todo proyecto que cree en su objetivo, se llevó hasta el final. Ya a mis más o menos 17 años, me extrañaba que en dicha universidad se ofreciera semejante oferta cultural, considerando la orientación educativa y religiosa que esta institución da siempre como su valía y reputación. Que me parecía muy progre, vaya; y esta tolerancia podía más o menos entenderla en el caso de las películas del periodo mexicano de Buñuel que contuvo el ciclo (Los olvidados y El ángel exterminador, de referencias más crípticas), pero cuando llegamos a Belle de jour yo ya juraba que esta universidad era un dechado de librepensamiento. Pero no. Porque sólo bastó que unos cuantos estudiantes la vieran para escuchar las risitas reconocibles, esas que demuestran esa frecuente muestra de nervios, vergüenza, morbo y ganas de encontrar una manera de disimular todas las anteriores. De cierta manera, esa reacción es muy entendible, porque Belle de jour es todo un desafío la primera vez que se ve. Es desafiante esa Catherine Deneuve vestida en un Yves Saint Laurent totalmente negro, y también la que se deja arrojar lodo y la que llega a pedir trabajo a un burdel sin necesidad de ganar un centavo porque su marido es un médico joven, guapo y exitoso que no le niega nada, pero al que ella le niega el acercamiento sexual. Sin embargo, el desafío más grande no lo materializa ella, sino el final y el aparente engaño que mantiene. Aparente porque nunca se tiene certeza de estar observando el transcurso de una ensoñación o de una realidad, o de si toda la película es, de facto, un deseo reprimido o un juego meticuloso y bizarro entre Severine y su esposo.
Lo que más me fascina y perturba de Belle de jour es lo que oculta a través de su discontinuidad y sus vacíos. Una de las escenas que más me gustan es aquélla en la que el cliente chino que llega a cochar al burdel les enseña el contenido de una cajita a las otras dos muchachas putas del establecimiento y éstas, ofendidas, se niegan a prestarle el servicio. Lo único que Buñuel nos deja percibir sobre lo que está adentro es un zumbido similar al del aleteo de un insecto; a diferencia de sus colegas, Severine se interesa mucho en el sonidito y acaba atendiendo al chino. Manchas de sangre en las sábanas y una sonrisa de gran satisfacción son el rastro que deja la interacción. Severine es, muy probablemente. el personaje femenino más complejo de toda la filmografía de Buñuel, quien solía atender más a las atmósferas que al desarrollo de psicologías. Muy probablemente esto se deba, más que a Buñuel, a Jean-Claude Carrière, el colaborador constante en el periodo francés de don Huicho. Esta suposición encuentra más resonancia si se piensa en la complejidad de los personajes de las películas del periodo mexicano, la cual varía en plausibilidad y profundidad, llevándonos a casi asegurar que las muchas o pocas dimensiones de sus personas era más bien un producto que sus co-guionistas creaban, el cual era puesto después en un mundo regidos por un sistema único; esos mundos eran ya el genio de Buñuel.
No sólo el tratamiento de los personajes fue un cambio en este nuevo periodo, que, hasta hace no mucho, era considerado por muchos críticos anglosajones como el único con real valor estético. El cambio se nota también en la serenidad del movimiento; los desplantes de edición, las gallinas, las ubres, el movimiento brusco y veloz de la cámara, los enanos, los gestos exagerados, los amputados, deja de existir objetivamente en la época creativa que inaugura Belle de jour y que podría representar algo así como lo que vulgarmente se denomina "periodo de madurez", aunque, en realidad, se trate de un periodo de cambio. La cámara en este filme parece siempre dar la perspectiva de un espectador que percibe todo con una calma que deja sospechar complicidad. Las imágenes, a pesar de mostrar situaciones sexualmente extraordinarias, son frías, una frialdad que quizá sólo se puede comparar con la de Tristana, que sería la siguiente película que haría don Luis y la única en la que Catherine Deneuve vuelve a aparecer en la filmografía de Buñuel. En cuanto a las masculinidades principales de Belle de jour, hay sólo cuatro: la de Pierre, el marido comprensivo y sereno; la de Henri, el conocido don juan, amigo de la pareja de casados; la de Hyppolite (un Francisco Rabal actuando como... Francisco Rabal), el macho misógino; y la de Marcel, el delincuente bohemio, violento e incomprendido. Severine conoce de una u otra manera cada uno de estos tipos de hombre y saca provecho de cada uno de maneras distintas, pero es la violencia egocéntrica con momentos de ternura de Marcel lo que parece tener un mejor pago para ella. Incluso las partes en las que Marcel, ese chimuelo (sin albur) que resulta ser la masculinidad con la que Severine fantasea, hace despliegue de su violencia y vulgaridad, parecen situaciones coreografiadas a detalle, como algo que se requiere de una manera específica y exacta, como un fetiche: ¿la fantasía soñada de Severine? Parece que sí, porque además se topa uno con ese sonido de los cascabeles del carruaje, con el de la caja del chino, con el del timbre del departamento-burdel de madame Anaïs, que parecen siempre activar y/o anunciar un deseo que está arraigado muy profunda y freudianamente en Severine, tal vez los efectos de un trauma en el comportamiento de la rubia, un trauma que apenas se insinúa en las escenas que parecen ser recuerdos de infancia sobre un abuso sexual. Pero, ¿y si éstos son sólo deseos reprimidos de Severine con respecto a su pasado, un deseo de haber vivido algo que no fue? Entonces, ¿de dónde vendría el trauma?, ¿se trata de un trauma, considerando que es muy probable que Severine esté imaginándose todo? Supongamos que no, lo cual nos dejaría sólo con un avidez muy humana de querer vivir lo nunca experimentado, lo prohibido, lo que que haría de una vida normal y rutinaria algo que encierra un secreto, un secreto del que podemos hacer partícipes a otros individuos en nuestras vidas y así hacerlos parte de un juego, de una dinámica que controla sólo el que la establece y se atiene a ver borradas las diferencias entre realidad y fantasía.
Belle de jour fue la primera película de Buñuel (¡la primera!) que en USA se vio masivamente y lo dio a conocer fuera de México, España y Francia. Aunque a veces tenga sus efectos (muy) negativos, no puede nadie negar que éste es el camino hacia la internacionalización generalizada de todo lo que tenga que ver con el cine, pero para desgracia de los gringos, fue apenas aquí cuando pudieron ver lo que creaba Buñuel. Ninguna de sus películas anteriores había tenido allí una recepción masiva y fue hasta años después de su muerte que su obra hecha en México y las colaboraciones con Dalí vieron luz, a excepción, por supuesto, de ese no tan honroso Robinson Crusoe que filmó en USA y que pasó sin pena ni gloria.
Si bien el Buñuel mexicano es fascinante de ver, los críticos gringos y franceses si tuvieron razón en algo: los alcances del Buñuel francés son para tenerle miedo.
Otras impresiones:
1. Yo creo que, a fin de cuentas, al organizador del cine-club le llamaron la atención porque después de haberse echado un ciclo de Buñuel y de Woody Allen, armó uno sobre Jesús en el cine, el cual, por cierto, no estaba nada mal, porque hasta Denys Arcand hubo.
2. Todos los que hoy en día se horrorizan por las declaraciones de la Deneuve acerca de que muchas mujeres requieren la humillación como parte elemental del ámbito sexual de sus vidas y que muy su asunto y que las feministas deberían desistir de joderlas, parece que no se enteraron de que existe Belle de jour. O de que Buñuel exisitó. O de muchas otras cosas.
3. A pesar de que la recepción de esta película la ha hecho parte del canon mundial del cine, al grado de que Scorsese hizo todo lo posible por reestrenarla en cines gringos en 1995 para ver si sus paisanos se educaban, presiento que, si volviera a estrenarse ahora, sería un éxito comercial a causa de una recepción muy negativa causada por malentendimiento, por la manera tan burda en la que todo se valora ahora en función de la correctitud política.
4. La escena del chino con la caja zumbadora me recuerda mucho a la caja del Great Whatsit en Kiss Me Deadly y sigo insistiendo en que la muerte de Marcel se asemeja mucho a la muerte de Jean-Paul Belmondo en À bout de souffle.
4½ / 5
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