Por A Lady
He visto Tristana sólo dos veces en mi vida y estas dos me han bastado para estar seguro de que algo no cuadra con esta película en relación con el resto de la producción anterior de Buñuel. Que no se me malentienda; aún siguen ahí los fetiches visuales y temáticos de las piernas de mujer (ahora hasta prótesis), el clero, el deseo sexual. Pero lo que se ve aquí y que no se encuentra en los filmes de los años españoles, los mexicanos e incluso en Belle de jour es la asimilación, la del mundo incierto y desequilibrante de los sueños en la esencia de la vida. Me parece que la aceptación de que, más allá de las transgresiones del orden lógico de los hechos, la existencia cotidiana de las personas descansa sobre preceptos y presupuestos tan absurdos que basta sólo acercarse un poco a ellos para horrorizarse del impacto incoherente que tienen en todas las vidas enmarcadas en cierto contexto. Ni en el momento de Los olvidados podría decirse que Buñuel era un realista, pero tal vez no haya una sola de sus películas que no contenga un comentario social. Y es hasta Tristana que vengo a darme cuenta de que todos esos símbolos, por muy crípticos que sean, tienen su origen en un profundo malestar social y apuntan de una manera tan increíblemente obsesiva que uno acaba por asumir, casi de manera inmediata, que son nada más que un producto de un genio que tampoco los entiende del todo bien. Los momentos oníricos en este filme se cuentan con los dedos de una mano, pero escandaliza más la realidad que ya se conoce por los libros de historia de las costumbres, y no es nada de que extrañarse que don Huicho haya sentido afecto por otra historia de Pérez Galdós, el realista perfecto de España (hasta el punto de haber ensayado cuatro veces un posible guión y haber hecho varios intentos para filmarlo desde su estancia en México) y tampoco es raro encontrar que, en realidad, la trama sigue casi el mismo tema que se trató en Viridiana. Se trata del mismo absurdo de la vida que siempre obsesionó a Luis Buñuel.
Hay grandes diferencias entre Tristana y Viridiana, a pesar de verse tan iguales. Viridiana aprende, al final, a resignarse de todas sus grandes aspiraciones de divinidad para poder vivir de una manera humana, para disfrutar aceptando el mundo como es. Tristana, carente de cualquier alto ideal, empieza por pecar sólo de una casi increíble inocencia, que la lleva a aceptar sin cuestionamientos el hecho de que su madre la haya encomendado a don Lope en su lecho de muerte, para descender casi imperceptiblemente a una serie de desgracias que la amargan y le crean un rencor sin fin que la convierte en una mujer que sólo espera el momento de poder morirse o poder vengarse, lo que llegue primero. Viridiana es, al final, la vida que se enfrente a lo que el mundo pueda depararle; Tristana, el producto final de sus decisiones de vida. La naturaleza de estas decisiones es, para mí, la cosa más estimulante de la película, porque aunque parezca que Tristana es una víctima de las convenciones sociales del man's world de la Europa del siglo XIX (a lo cual también alude la hermana viuda y rica de Lope en una escena muy chistosa), la verdad es que no puede huir del yugo de la culpa y la nostalgia que su inocencia le incubó durante años. Porque sigue viendo a Lope como a un padre... que la obligó a ser su esposa, pero, a final de cuentas, como un padre que le dio comida y techo y le compraba vestidos y marrons glacés, y aquí es donde comienza el territorio conocido de Buñuel, porque a pesar de haber sido prácticamente obligada a ser la satisfacción sexual de Lope, siente un muy tibio afecto filial hacia él y hasta cree deberle algo inmaterial, o sea, una de las deudas más peligrosas y, a veces, insaldable. Tristana lo remarca cuando confiesa que siempre tiene que elegir entre dos opciones, siempre tiene que darle lugar a su voluntad. Don Lope, es uno de los personajes más transparentes de Buñuel: como don Jaime en Viridiana, Lope sabe de qué pata cojea él mismo (aunque nunca lo reconozca) y los demás. Sabe también que su facha de romántico liberal es sólo un artilugio para ocultar el hecho de que es un buenoparanada, un holgazán y un acosador de señoras y señoritas; Lope encarna la contradicción en la que, con mucha frecuencia, se convierte el ser humano a cierta edad, cuando ha acumulado capas de años, de posturas y de necesidades cambiantes y cuando se aferra a un ideal como si fuera un compromiso consigo mismo, como si de éste dependieran los puntales de su existencia: Lope es eso, es el señor que defiende el morir por el honor, pero que no entiende de honor entre hombre y mujer; el que proclama ser un eterno soltero por su respeto a la libertad, pero que no soporta que su interés sexual salga sola de la casa; al que le repugna el clero, pero termina por invitarlos a su casa a tomar chocolate en invierno, porque siente que les debe su matrimonio con Tristana y su posibilidad de salvación después de la muerte y de una vida guiada por ideales fingidos por los que empieza a sentir remordimientos; es, justamente, don Lope, cabeza de badajo. De nuevo, una deuda inmaterial que nunca acabará de pagarse; si se piensa de un modo, a esto se anexa la deuda que Tristana cree Lope tiene con ella: la de la pierna, que pierde en el momento en el que creía iba a morir, y la condena a depender después de Lope y de Saturna, y culpar a su marido guapetón, bien guapetón de ojo verde por llevarla a vivir una vida bohemia en la que le da un tumor en la pantorrilla. Hay una escena en la que todas estas flagrantes incoherencias y creencias infundadas toman cuerpo en el comentario más nimio, pero que corta (literalmente) hasta en los hechos más irrefutables, cuando Lope le dice al Dr. Miquis: "Hombre, doctor, pero ¿qué ciencia es esa que no sabe curar sino cortando?". Ése es el genio de Pérez Galdós pegándole duro a la obsesión de Buñuel.
Visualmente, la película es una belleza. Ver a Catherine Deneuve inclinarse hacia el sarcófago de mármol en la iglesia, sin que su personaje sepa en realidad por qué esto llama su atención, y verla luego coja, con un velo negro como si llevara luto (que esta mujer empieza y termina la película enlutada), pero con unos cabellos rubios como ningunos otros, son recuerdos que permanecen. Hay dos cosas que, sin embargo, impidieron que esta película fuera mejor de lo que es: su desarrollo temporal y el personaje de Horacio. Lo primero ocasiona que a veces no se tenga noción clara de cuánto tiempo ha transcurrido en las vidas de Lope y Tristana, porque, y es de esperarse, a la Deneuve en sus veintitantos no la puedes envejecer, y Fernando Rey... pues digamos que siempre aparentó tener la misma edad. Tristana se ve igual cuando tiene diecitantos, que cuando le da cáncer, que cuando ya de vieja se casa con Lope. En cuanto a Horacio, un Franco Nero al que no puedes dejar de verle los ojos, está, la mayor parte del tiempo, como maniquí y su único provecho es dar un destello de contraste entre él, la generación joven y sin convenciones rancias, y don Lope, la generación vieja de las libertades fingidas. Y digo y sé que su personaje está desperdiciado porque hasta un papel tan aparentemente pequeño como el de Saturno se rodeó de relevancia en la constelación de significados de Tristana; Saturno, quien parece cumplir el rol que tuvieron los amputados y los enanos en las películas del periodo mexicano, es el deseo sexual punzante y sordo que siempre anda rondando en la cercanía y que se aparece sin plan ni intención específica más que Lope o Tristana le den una moneda, una fruta, pequeñas satisfacciones que lo mantienen yendo y viniendo por siempre. Por algo Saturna, su madre, tiene que sacarlo del baño porque lleva horas encerrado en él, naturalmente, masturbándose.
Las últimas escenas resumen las consecuencias de esta convivencia entre Lope y Tristana: después de muchos años de relación, de la huida con su interés sexual y romántico, de la enfermedad y la vejez y de un matrimonio por conveniencia, la voluntad de la muchacha rubia dulce e inocente ha desaparecido por completo para dar paso a aquélla de la mujer madura que deja entrar el aire helado para que mate a Lope. Todo ese largo tiempo de interacción bajo un mismo techo acaba por amargar, por mostrar lo que, según Buñuel, es su engaño más cruel, ése que hace creer que la vida de los ideales no merma la existencia.
Para el año de Tristana (la última película para la que regresará a España), Buñuel ya tenía Belle de jour y La Voie lactée detrás de sí haciendo algo de ruido en los Estados Unidos de los 60's. Los 70's le traerían más de una sorpresa a don Luis. Y a los gringos.
Otras impresiones:
1. Lo que nunca jamás perdió Buñuel en ningún momento fueron las tomas muy cercanas a objetos a los que quería cargar severamente de significado: los garbanzos.
2. He querido comer migas desde la tercera película de este ciclo. Creo que Buñuel o las alucinaba o se daba atracones de migas.
3. Lola Gaos, que la hace de Saturna, debió salir en todas las películas españolas de esa época.
4. Silvia Pinal y Ernesto Alonso se quedaron con las ganas de ser Tristana y don Lope. ¿Qué hubiera salido de ese dúo? De seguro la habrían filmado en una hacienda, así con todo y magueyes.
5. Se chismea que Vanessa Redgrave acabo siendo odiada por don Luis porque en 1970 se acababa de arrejuntar con Franco Nero, al que traía todo distraído en el set y que éste ni actuaba bien ni nada. Ahí esta la respuesta a mi pregunta de por qué mientras menos tiempo en cuadro, mejor.
6. Vanessa Redgrave ha de haber pensado: "Qué películas tan raras hacen los españoles...". Pero, de seguro, más bien fue a cuidar a su marido ojiverde de los pelos rubios de esa Sra. francesa. Esa que se queda coja.
7. Nadie ha filmado figuras de santos de manera más bella que Buñuel. Nadie ha filmado el catolicismo como él.
4 / 5
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