Por A Lady
Hay dos cosas que debo confesar. Tal vez pueda arrepentirme de una de ellas. La otra es más bien una grata confirmación. La primera: Luis Buñuel fue un novato relativamente despistado hasta ya bien entrada la mitad de su carrera. La segunda: algunos de los actores mexicanos que fueron jóvenes en los 40's y 50's poseían talento, en medidas que van de lo bueno a lo grandioso y casi genial. Sí, esos actores y actrices que los miembros sedentarios y hogareños de mi generación (esa que está felizmente extraviada en el limbo entre la Generación X y los millenials) conoce de las tardes telenoveleras de Televisa, compartidas generalmente en la infancia con la madre o la abuela, y a los que normalmente ubicamos como los viejitos y viejitas que lloraban y sufrían y volvían a llorar un poco más. Tal vez el que recibió más aplausos por sus méritos comerciales al tan infame y nacional género de la gran telenovela mexicana fue el mismo señor en el que Buñuel vio algo de bueno (o de chistoso o de mofable) para darle el protagónico de esta película y a quien, con los años y como a la gran mayoría de talentos de su generación, se le limitó con ataduras creativas de rigor casi imbatible y se le sedujo con ingresos que tal vez nunca hubiera ganado con directores como, por mencionar a alguien, Buñuel. Ernesto Alonso era un buen actor; no uno grandioso, pero un buen actor, alguien que pudo hacer incluso una carrera internacional notable. Aún simultáneamente más grata y triste la sorpresa al ver que este señor no viene solo. Ve y escucha uno a Andrea Palma, a Rita Macedo y a Miroslava Stern y se empieza a dar cuenta uno de la magnitud de los obstáculos que la industria y políticas culturales de México, junto con su perfil psicológico colectivo, ejercen sobre la prosperidad de los talentos. Y cuando uno de ellos lograba salir del límite geográfico, tenía que vérselas con otras condiciones, a veces más desfavorables. Katy Jurado es el ejemplo perfecto de ese fenómeno específico. El caso es que esa gente tenía talento, mucho. Y es una desgracia, de esas como para llorar un poquito todas las tardes cuando nadie nos ve, que no hayan hecho muchas más cosas como las películas mexicanas de Buñuel.
Con Ensayo de un crimen Buñuel empieza a trabajar más su forma. Creo tener argumentos para fundamentar mi primera confesión: su primer fase creativa, compuesta por Un chien andalou, L'Âge d'or y Las Hurdes, se basa en la experimentación de un genio con ideas únicas, pero no con tantos recursos técnicos. El lapso de inactividad detrás de cámara entre el final de este periodo y el inicio del periodo mexicano se extiende por dieciocho años y (Buñuel mismo lo reconocía) tuvo que echar a perder para volver a crear magia. Los olvidados fue la primera muestra de que don Huicho había recuperado no sólo la visión, sino la habilidad del oficio, lo cual hubiera sido imposible sin la ayuda monumental de Gabriel Figueroa. Después de ese filme Buñuel hace cosa varia (varios melodramas por encargo, una adaptación de Wuthering Heights, una muy rara adaptación de Robinson Crusoe que fue su último acercamiento al financiamiento gringo, esa película tan querida por psicólogos y psiquiatras llamada Él, además de que se compone alguno que otro soundtrack) y podría aducirse una opinión distinta, pero considero que la continuación de su obra duradera llega hasta 1955 con la adaptación de la novela de Rodolfo Usigli Ensayo de un crimen. Esta opinión no es de a gratis: los símbolos y recursos de configuración frecuentes en sus películas canónicas no se encuentran presentes en toda su filmografía; de su producción mexicana sólo unas pocas son muestra del desarrollo de esos recursos y, teniendo en cuenta la excepción de Él, es en Ensayo de un crimen que éstos regresan: las piernas femeninas (en este caso las magníficas de esa mujer-muñeca llamada Miroslava), las fijaciones con objetos (una caja de música), la agresiones contra el cristianismo, los innuendoes que se le adjudican hasta a los bastones y, sobre todo, el fuego alrededor de los rostros. Y no de cualquier rostro, sino del rostro casi sobrehumano de Miroslava. Después de Ensayo de un crimen, el fuego en la obra de Buñuel cobra importancia simbólica, sobre todo en Nazarín y Viridiana. La escena en la que la muñeca modelada según el cuerpo de Lavinia es incinerada en el taller de Archibaldo es una de las mejores cosas que produjo el cine hecho en México y es aún más terrorífica si se tiene en cuenta que el cadáver de Miroslava fue incinerada poco después de su dizque suicidio, acontecido tras apenas haber terminado la filmación de la película.
Como esta secuencia hay muchos otros aspectos de Ensayo de un crimen con las que uno lucha un poco para creerlas parte de la producción cinematográfica mexicana de los 50's (Ismael Rodríguez acababa de filmar Pepe el Toro en 1953), por ejemplo, una historia que va de un feminicida en potencia que nunca logra materializar asesinato alguno porque las casualidades siempre le ganan el mandado. Y estamos hablando de un psicópata que asesina involuntariamente a una monja. Aquí se llega a uno de los elementos más interesantes de este filme específico: las figuras femeninas, en una obra de un director obsesionado con ciertos aspectos de las mujeres. Desde una ¿novia? que aparenta ser virgen y católica devota, pasando por una amante desquiciada, seductora y despilfarradora, hasta llegar a la mujer intrigante y mitómana que tiene que trabajar para mantenerse en lo que ¿se casa?, las mujeres en Ensayo de un crimen no son tipos que puedan hallarse fàcilmente en películas mexicanas de la última etapa de esa época, nominalmente contradictoria, llamada la época de oro del cine mexicano; a pesar de que siempre estará esa infamia de personaje inverosímil para Ninón Sevilla en Aventurera, las mujeres en esta película de Buñuel reflejan aspectos mucho más escabrosos e infinitamente más templados. La figura más interesante es la de Lavinia, quien significa una castrante mezcla de frustración y deseo en Archibaldo de la Cruz, ya que permanece siempre afable y ligera en su trato, pero nunca desiste de su hermetismo: ¿quién es el hombre de edad mayor que casi siempre se aparece cuando Archi se la quiere ligar? Es dudoso que, como ella afirma, sea su prometido y, al final, resulta tener tintes hasta de policía.
Como otras varias de las películas del periodo mexicano de Buñuel, Ensayo de un crimen establece temas seminales en su carrera creativa que retomará luego en su periodo francés, aprovechando un mayor presupuesto y una censura más laxa; Belle de jour contiene varios recursos temáticos que se sentaron primero en este filme: las fijaciones con objetos, las perversiones en el sentido de Freud y el deseo sexual femenino, Además de esto, la premisa de la película desvela una ocurrencia aparentemente descabellada que es más bien una realidad sólida: el inherente impulso de matar del ser humano y lo frágiles que pueden ser los impedimentos para que esos crímenes se consuman. En este sentido, es la última escena (en la que Archibaldo se deshace de su bastón, después de aventar la caja de música al lago, tras lo que el impulso asesino persiste) la que parece insinuar que entre Lavinia y Archibaldo se consumara algo más allá del alivio de Archibaldo mediante la compañía de una mujer que no lo desea por ningún motivo. Al fin un asesinato, tal vez. Y probablemente éste no resulte en una mujer muerta.
Otras impresiones:
1. Usar a un maniquí como objeto del deseo en una película del México de los 50's se me hace muy fuerte. De seguro la mayoría ni se enteró del escupitajo que Buñuel les estaba echando en su chal de Sanborns.
2. Cuando Archi le dice a Lavinia: "Hasta las pantaletas le puso [al maniquí]". ¡Escándaloooo!
3. Dos mujeres de aquí se suicidaron, una certeramente; de la otra, se duda. Rita Macedo, que fue torta de Carlos Fuentes y mamá de Julissa, se dio un tiro. Y Miroslava Stern, cuya muerte nunca se ha aclarado y es uno de los grandes misterios de la historia del chisme cultural de México y en el que se han involucrado nombres desde Cantiflas y Luis Miguel Dominguín hasta Jorque Pasquel (aquel yerno pseudocacique de Plutarco Elías Calles) e historias de lesbianismo e incesto. Hasta para suicidarse hay melodrama barroco en este país.
4. Ernesto Alonso ni haciéndola de hombre busca-mujeres pudo ocultar del todo que lo suyo era coleccionar porcelana.
5. Ver como el maniquí se quema en el horno es una experiencia que atormenta y fascina por algunas semanas.
4 / 5
No hay comentarios:
Publicar un comentario