sábado, 22 de julio de 2017

Simón del desierto (1965) / Dir. Luis Buñuel

Por a Lady

Recuerdo que una de las cosas que se me volvieron posibles al tener internet telefónico en casa en aquellos días de pubertad, fue intentar descargar películas, lo cual no era nada fácil; esta dificultad no se debía a las trabas que la ley pudo haberle puesto a la piratería, sino a la falta de seeds de los archivos de video y a que sólo podía descargarse a través de plataformas como Ares o en páginas de muy dudosa reputación, como a 15 kb/m. Pero uno de esos intentos vanos (porque sólo pude bajar unos pocos archivos completos) fue el de buscar películas de las que, en ese entonces, se hablaba nada en mi pueblo, se conocía poco y se conseguían nunca. Simón del desierto (además de aquel maravilloso episodio de The Judy Garland Show en el que aparecen Ethel Merman y Barbra Streisand) fue uno de los pocos archivos que descargaron después de un periodo largo de perserverancia de dos meses, y después de ver los primeros cinco minutos y alguna que otra escena al azar al mover el cursor repetidas veces. Guarde el archivo como si fuera secreto del Pentágono. Al mudarme a otra ciudad para iniciar la licenciatura, quemé el archivo en un cd, junto con los episodios de Judy Garland, y lo seguí atesorando, pero no me atrevía a ver la película completa. Algo había de advertencia en las pocas escenas que dejaba correr que parecía avisarme del peligro que significaba ver eso sin entrenamiento previo, sin el ambiente correcto y sin el camino recorrido necesario. No fue sino hasta hace unos 2 años que compré el DVD con la versión restaurada de Criterion que Zima (¡santo, santo es en verdad!) distribuyó en México. Y, con calma, pude botar mi cd quemado a la basura (después de haber copiado esos duetos de la Garland con Barbra Streisand). Viéndolo a la distancia, parece haber sido lo correcto, porque Simón del desierto es una de esas películas que representa el riesgo de ser una de las experiencias más estimulantes de una cinefilia o una de esos productos que se manosean cuando alguien quiere hacerse el interesante en la fiesta. Y los muebles de Gustavito merecen algo mejor que eso.
Para 1962 los muebles de Gustavo Alatriste habían dado ya para producir dos de las películas más relevantes de los 60's. Silvia Pinal había logrado que su marido de ese entonces le financiara el "capricho" de ser dirigida por Luis Buñuel y fue hasta España con este propósito. El asunto es que la Pinal no se conformó con Viridiana y con El ángel exterminador y parecía querer iniciar una colaboración permanente con Buñuel que, tanto en la pantalla como en las anécdotas, no deja de tener algo de fetichismo. Y no creo que esta conjetura sea del todo infundada, aún menos cuando ya en una entrevista que Silvia Pinal le dio a Enrique García Riera (ese valioso historiador y crítico de cine que dio al mundo a un talentoso hijo novelista suicida y dos hijas escritoras que parecen que ahí la llevan), se describió por qué este lazo acabó derrumbando emanuelescamente el matrimonio Alatriste-Pinal: resulta que el siguiente proyecto que el dúo quiso emprender era una película de tres episodios interconectados a la manera de Ieri, oggi, domani, uno de los cuales sería Simón del desierto de Buñuel; yo creo que doña Chivis ya había visto la película de De Sica y Canale, porque el nexo interconector de los tres episodios sería que ella fuera la protagonista en todos, justo como Sophia Loren lo fue en todas las partes de aquella película. Proyecto ya de por sí narcisista, que colindaba con lo megalómano, su organizadora quiso tal vez "innovar" e ir más allá con la idea de que tres directores distintos darían un mejor resultado que la dirección de uno solo; el problema fue que no contaban que no sólo Alatriste tenía una esposa actriz a quien cumplirle los caprichos. Según la Pinal, Gustavo y ella se fueron a preguntarle a Fellini, quien aceptaba con la condición de que Giulietta Masina, su esposa, fuera la estrella en su episodio; se fueron de ahí con Jules Dassin, quien también aceptaba, pero sólo si Melina Mercouri (adivinen su parentesco con él) era la protagonista en la parte que él dirigiría. Esto llevó a que a quién creen ustedes le entraran ganas de volverse director de cine: doña Silvia acabó destrozándole en cachitos el corazón y la iniciativa artística a su marido y, cuenta ella, así empezó a ver un divorcio próximo en el horizonte. Fetichismo.
Al final, pudo más la vanidad de la Pinal que sus ganas de hacer, quizás, una gran película, porque en vez de resignarse y olvidar su ego en beneficio de la aventura estética, prefirió hacer una película que es casi un corto, todo con tal de ser sólo ella el único núcleo femenino ante la cámara. Simón del desierto se quedó en en 43 min. no porque los muebles Alatriste se dejaran de vender, sino porque se trataba de un monumento al ego de la Pinal. Esto pudo haber sido la causa, junto con las ofertas crecientes que venían de Francia, del fin de las colaboraciones Buñuel-Pinal. Sumémosle también un poquito de miedo de que, como se dijo en Nazarín, a la señora le empezaran a dar sus "ataques de loca".
Después de haberle aventado algunas latas al egocentrismo de doña Silvia, hay que reconocerle sus méritos. En ninguna otra película de las que hizo con Buñuel se le ve tan cómoda, tan fluida. Aquí es donde se nota que para 1965 había un gran entendimiento creativo entre actriz y director, porque, para los ​3⁄4 de hora que dura, es fascinante verla como el espejismo tentador que adopta nada menos que el mismísimo Satanás que intenta bajar a un Claudio Brook de barba postiza de su pilar de asceta. Hay líneas del guión que creo hasta en memes se han convertido, y no es de extrañarse si se piensa a cuántas situaciones puede aplicarse un "mira qué piernas tan inocentes", el "mira mi lengua qué larga" o un "¡volveré, greñudo, volveré!", por mencionar sólo las más obvias. Las escenas en las que le ofrece, entre otras cosas, las piernas y el escote son difíciles de olvidar, en parte, por lo grandioso de la actuación de ella y, en parte, por la fotografía de ese genio que fue Gabriel Figueroa, que participa aquí por última vez con Buñuel; esas tomas muy abiertas, casi panorámicas, que muestran el desierto que no está sólo físicamente alrededor de Simón, sino en las pruebas que el Dios cristiano le da de su existencia, en esas contundencias que el ser humano espera y que para Buñuel nunca fueron nada más que un páramo, donde ronda el diablo, por cierto, con ofertas nada despreciables; y los demás humanos, quienes o no tienen noción alguna de la diferencia entre virtud y pecado, o existen creyendo ciegamente en un dogma que no les demuestra nada más allá del poder de las instituciones. Para ilustrar esto, una escena que me agrada mucho: el cura más joven de todos anda retozando en el desierto y se encuentra con el enano pastor, que le dice que una de las cabras tiene las ubres "bien puestas" (ubres eternas con don Huicho) y cuando el cura se va medio indignado diciéndole que tenga cuidado porque no es sano "querer tanto a las bestias", el otro no entiende de que está hablando; al final este cura es expulsado de la orden por joven y, probablemente, por retozar demasiado, o sea, por maricón.
Que Simón se dé cuenta de que sus dudas estaban justificadas, pero que el mundo tampoco ofrece un alivio a sus angustias es una cosa muy digna de verse, sobre todo en las últimas escenas, en las que se ve al demonio hecho mujer rubia bailando swing en un antro de Nueva York, rodeado de adolescentes que bailan con cara de querer llorar o de no estar bailando. Simón, ya de traje y de barba sesentera recortada, abandona no sólo su búsqueda de la perfección espiritual, sino también cualquier otra búsqueda, y parece que lo único que le acomoda es la resignación de seguir existiendo en un mundo sin propósito distinto al de buscar el placer, muy probablemente sin encontrarlo. Pareciera que lo único que le queda es ver cómo baila el diablo entre la juventud hasta gritar de, al parecer, gozo.
Después del proyecto a medias que fue Simón del desierto, Buñuel se iría por temporadas a Francia para filmar y jamás volvería a hacer una película de producción ni de locación mexicana, y empezaría a configurar la parte de su filmografía por la que los gringos y los europeos lo valorarán hasta los 90's, lo cual nunca representó sorpresa... viniendo de los gringos de las épocas de Reagan y Bush.

Otras impresiones:
1. Ni porque Buñuel fue padrino de su hija Viridiana se quedaron casados esos dos.
2. Hubiera sido muy interesante poder ver el resultado final con los tres episodios de Buñuel, Fellini y Dassin e, incluso, el de Alatriste.
3. Los muebles Alatriste tuvieron que haber hecho mucho dinero para poder pretender pagar los sueldos de ese trío.
4. Enrique Álvarez Félix, que la hace del cura joven, no lo podía ocultar... ni por dos segundos.
5. El cuadro donde la madre de Simón tiene a su hijo en los brazos es otra de las fotos que no deben faltar enmarcadas en cada sala de familia decente.
6. A Claudio Brook, a pesar de ser un gran actor, siempre lo he sentido aquí un poco desperdiciado. O, ¿quizás intimidado para no destacar porque él no gozaba del sector mueblero? No creo que lo sepamos nunca.

4 / 5

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