Por A Lady
Federico García Lorca fue asesinado por los franquistas en 1936. Dicen que Buñuel le lloró en silencio durante toda su vida. Y tal vez sea cierto, porque después de que el gobierno que aún regía en España, el de la Tercera República, había vetado Las Hurdes, Buñuel se puso a su servicio durante la Guerra Civil Española y les coordinó sus asuntos de cine de propaganda; en Francia hasta un documental supervisó llamado España 1936 y decidía qué cintas eran las designadas para mostrar en América lo que sucedía en ese momento en España. En algún momento del jolgorio que se traía Franco con los monos corruptos de la República, al embajador español en USA se le ocurrió que sería bueno que Buñuel se fuera a Los Angeles para dar asesorías a los cineastas gringos que estaban haciendo documentales o cápsulas sobre el trastorno español. Así que, gracias a un apoyo de sus viejos amigos y fans franceses los vizcondes de Noailles, Don Huicho se fue, de nuevo, con todo y esposa e hijos a Hollywood.
La familia Buñuel llegó con los gringos en 1938 y, unos días después, la Guerra Civil terminó porque Franco ya había entrado a Madrid. Según reportes de historiadores y de alguno que otro chisme, todos aquellos conocidos que Buñuel hizo durante su primera estancia en USA, antes de irse a filmar Las Hurdes, ignoraron todas sus solicitudes de ayuda y lo trataron como un latino cualquiera que quería realizar su american dream. Viendo la falta de futuro hollywoodense en tierra prejuiciosa contra los hispanohablantes, los Buñuel se van a tierra más norteña, esperando que en Nueva York se hiciera realidad ese estereotipo de la apertura gringa del norte. Buñuel logra hacerse de un trabajo en el MoMA como editor de documentales antifascistas que se distribuirían en Latinoamérica (uno de ellos fue un montaje que incluía partes de Der Triumph des Willens de la Riefenstahl). Si bien en California se encontraron con la fobia hacia los "mexican", categoría en la que él seguramente entraba, en NYC se las tuvieron que ver otro engrendro que, en ese entonces, era más potente que la latinofobia: el McCarthysmo. Buñuel no contaba con que los católicos están dispersos por todo el mundo y que uno de sus más temidos caciques, el entonces arzobispo Francis Spellman, había viso, por desgracia, L'Âge d'or y lo había tachado de Anticristo; tal vez lo que en verdad no se esperaba era el tiro de gracia que le daría su ex-amigo Dalí cuando, en su autobiografía, lo tachaba de comunista y ateo. Ningún pecado peor que ser comunista entre gringos después de la Segunda Guerra y la presión escaló tanto que Buñuel perdió su puesto en el MoMA y tuvo que regresar a Hollywood para trabajar como traductor de doblaje para la Warner Bros. Esto es lo que se necesita saber antes de entrar en el periodo mexicano de Buñuel, el cual inició con una escala en el difunto Distrito Federal hacia Francia para ver si se concretaba el proyecto de adaptar al cine La casa de Bernarda Alba. Toda esa desilusión que traía de USA fue uno de los principales alicientes para que después de casi 20 años de no dirigir una película, Buñuel empezara en México, el país en el que residirá hasta que se muera, el periodo definitorio de su contenido y forma posteriores.
Óscar Dancigers, un exiliado ruso en México que trabajaba como productor y mediador de locaciones mexicanas para los estudios gringos, fue su recurso para financiar un nuevo proyecto. Ese proyecto acabo siendo la infame Gran Casino, en la que Jorge Negrete y Libertad Lamarque cantan y cantan y cantan y nunca actúan. La película, como debe ser, fracasó en taquilla. Después vino el proyecto más o menos interesante de El Gran Calavera con el señorón Fernando Soler, que fue por demás redituable. Gracias a ese éxito, Dancigers le otorgó más libertad a Buñuel para un nuevo proyecto. Hay anécdotas de que fue Dancigers quien en realidad acabó siendo el responsable de la idea de Los olvidados, ya que, dicen, que Don Huicho tenía en mente hacer una cosa titulada ¡Mi huerfanito, jefe!, sobre un niño huérfano que vende boletos de lotería, nadie le compra el último y terminaba haciéndose rico (!!!!). El productor pidió algo más serio y, después de buscar historias en los periódicos, Buñuel se enteró de que habían hallado el cadáver de un niño en un basurero de la Ciudad de México y también de la existencia de la ya extinta Escuela Granja de Tlalpan. Como casi siempre, los mexicanos sacaron el cobre durante el rodaje y muchos de los del equipo se ofendieron por lo que este español presentaba como la cotidianidad en México; y no cualquier México, sino aquél de Miguel Alemán, cuando se empezó a convertir en un remedo simplón de Estados Unidos. Incluso el co-guionista Pedro de Urdimalas, quien escribió los diálogos para ese decho de mediocridad, miseria romantizada y autocompasión que es Nosotros los pobres, exigió que se le borrará de los créditos. El estreno fue un desastre. Hasta algunas esposas de algunos intelectuales de ese México se sintieron ofendidas y nadie fue al cine a ver este insulto a la "eterna bondad del mexicano". Gran parte de la salvación de la recepción contemporánea de Los olvidados se le debe a Octavio Paz, quien promocionó la película en Francia, que acabó ganando el premio al mejor Mejor Director en el Festival de Cannes de 1951. Después de esto, la película recomenzó una trayectoria crecientemente exitosa hasta volverse parte del Registro de la Memoria del Mundo de la UNESCO.
En el plano apreciativo, Los olvidados es única: una de las mejores película de la humanidad, hecha en un país en el que el cine ha dado contadas joyas y que casi 68 años después sigue siendo un familiar retrato de grandes sectores de la sociedad mexicana y mundial. Para Buñuel estaba claro que el ser humano, infante o no, sucumbe ante la pobreza en todos sus aspectos; si falta la comida y una educación que enseñe a observar las cosas que hay en el mundo, la corrupción se irá anidando desde adentro. Hay algunos personajes que parecen ser excepciones, como Pedro, Meche y el Ojitos, pero que, finalmente, son destruidos u oprimidos por su circunstancia. El Jaibo (un Roberto Cobo que nació para interpretar ese papel) es la personificación de esa circunstancia que condiciona y acorrala, que termina obligando a ceder: es algo que está ahí, que causa daño y que nadie cuestiona porque se le cree esencial, se le toma por algo que, con al ser destruido, produciría el derrumbe de su mismo entorno. Un entorno que jode, pero que, como todo hábitat, reposa en un equilibrio. Cuando el Jaibo muere, es incierto que sucederá después, cuando la mamá de Pedro se entere que su hijo muerto fue arrojado a un basurero; cuando Meche regrese a casa después de haber ayudado a su abuelo a tirarlo él mismo a la basura; cuando el Ojitos regresé al mercado en busca de su papá y muy probablemente no lo encuentre.
En la forma, Los olvidados contiene algunas de las escenas más "realistas" de Buñuel y una de las más surrealistas y más bellas de toda su filmografía, debida casi del todo al genio de Gabriel Figueroa: la secuencia del sueño de Pedro en el que le pide perdón a su madre y ésta le ofrece carne para comer, sólo para que el Jaibo se la quite de las manos a Pedro. Los segundos finales de esta parte, durante los que se ve el destello de un relámpago y se oye su respectivo trueno, son algunas de las cosas más hermosas que he visto, con el cabello de Estela Inda que ondea al aire, el cadáver de Julián bajo la cama, la carne cruda en las manos y las gallinas (de nuevo los pollos) que bajan del techo hacia el suelo. La columna que resguarda a alguien sobre su capitel aparece ya aquí desde el inicio, la cual resurgirá con más presencia en Simón del desierto quince años más tarde; las ubres, que reaparecen en Viridiana once más tarde, son también cosa importante en el espectro simbólico del filme. Otro de los aspectos acumulados en Los olvidados son los ojos y la visión: don Carmelo, el ciego; el Ojitos; los ojos de Meche. Quizá esto no se tan gratuito como se escucha, suponiendo la fuerza que los ojos tienen en Un chien andalou.
A la mayoría de los mexicanos nunca les ha gustado que les señalen los defectos de su sociedad y mucho menos que haya una posibilidad de sentirse reflejado en esos mismos defectos. El retrato de la pederastia como un fenómeno extendido en este país es un elemento de osadía histórica tratándose de una película de 1950. Otros dos aspectos sagrados de los mexicanos son demolidos en el filme: la maternidad (en la figura que interpreta Estela Inda) y la niñez-adolescencia como etapa de inocencia y la consecuente pérdida de la misma. La escena del hombre amputado que pasa en su carrito por la calle, sólo para ser abusado por el Jaibo y su palomilla, es una de las mejores despliegues de crueldad infantil que se hayan filmado.
Los olvidados parece ser, además de un clásico más que canonizado, una película atemporal, como atemporal es la miseria humana. Y también el renacimiento de una carrera que resultará la más relevante del cine en español: esa paloma blanca con la que don Carmelo hace la limpia, auguraba sólo el inicio de la inmersión de Buñuel en México, un país que le otorgará surrealismo tangente en miríadas.
Otras impresiones:
1. La extinta revista Somos publicó en 1994 una lista de las 100 mejores películas mexicanas. La lista contiene 8 filmes de Buñuel y Los olvidados ocupa el lugar #2. Aventurera de Alberto Gout ocupa el lugar #4, jajajaja.
2. Buñuel le tuvo un odio jarocho de por vida a Libertad Lamarque, porque, en algún momento, lloró al verla actuar en uno de sus melodramones y le daba vergüenza reconocerlo.
3. ¿Qué habrá sentido y pensado Buñuel al ver el documental de Leni Riefenstahl? Aquí hay material.
4. El cine llegó a ser la tercer industria más importante de México durante los 40's y, aún así, se producía, más que nada, mierda. Les digo que esto es un asunto cultural.
5. Lo siento por todos los chairos surrealistas, pero no hay duda de que Dalí era una caca de persona.
6. Las piernas de Meche sobre las que cae leche de burra. Muero de belleza.
7. Uno de esos republicanos españoles corruptos que huyeron después a México fue Wenceslao Roces, profesor emérito de la UNAM y traductor del alemán al español de, entre otras cosas, algunas obras de Anna Seghers. El señor fue Subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública al final de la Guerra Civil y, detentando este poder, fue uno de los responsables del expolio de piezas del Museo Arqueológico de Madrid, las cuales fueron embarcadas en un yate hacia México y jamás se volvió a saber de ellas. Una prueba más de la corrupción de la República Española y de que a los mexicanos les es necesario evitar temas incómodos.
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